Con el cart¨®n a cuestas
500 personas duermen diariamente en un rinc¨®n de cualquier calle
Se apegan a cualquier rinc¨®n, ocupando su peque?o espacio, de espaldas al acelerado ritmo de la vida. Son caracoles que llevan su casa a cuestas. Recogen cartones, mendigan calderilla, cantan o pintan un dibujo en el suelo. Los hay que s¨®lo hurgan en las papeleras. En torno a 500 personas duermen en las calles de Madrid, si excluimos a los africanos refugiados pol¨ªticos. La mayor¨ªa decide vivir en solitario, vagar durante todo el d¨ªa y dormir al abrigo de las estrellas en las calles de Madrid.
Las siete de la ma?ana.Acaba de hacerse la luz en la casa grande de Madrid. El sol es el despertador de los inquilinos de la calle. Lo primero, recoger la cama de pl¨¢sticos, cartones, la manta; dejar la alcoba del banco adecentada. La casa de Fina linda con el Ritz.
Fina busca la fuente de Apolo, empapa su esponjita y empieza su aseo. Para el desayuno ha guardado alg¨²n mendrugo que comparte con su perrillo Lucero. Luego, a patear Madrid, sin un destino concreto, tirando de un carrito hinchado de cartones.
La mayor¨ªa empaca sus pertenencias en bolsas de grandes almacenes, donde, parad¨®jicamente, cargan toda su pobreza. Dependiendo de la recaudaci¨®n en la boca del metro, la puerta de una iglesia, la caridad de alg¨²n vecino o lo que encuentren en contenedores y papeleras, cambia la dimensi¨®n de su est¨®mago y su car¨¢cter.
En el Par¨ªs de 1692, el Abbe Pierre denuncia 3.000 clochards viviendo en el centro de la ciudad. La reacci¨®n ante este hecho hace nacer los primeros albergues. Jean Genet tambi¨¦n fue clochard en Par¨ªs, tal como se retrata en el Diario del ladr¨®n.
Mientras tanto, en Espa?a, la polic¨ªa estaba facultada para realizar a su antojo una operaci¨®n de limpieza humana en las calles. "Nuestra labor ahora s¨®lo se limita a informar sobre la existencia de los servicios sociales a los transe¨²ntes", dice el polic¨ªa municipal madrile?o Juan Antonio Estefan.
Los 30 primeros
Hoy en Madrid hay centros privados, como la Santa Hermandad del Refugio, que sirve comidas. Cuenta con cuatro siglos de historia y nombres ilustres entre sus hermanos. Aqu¨ª se come a la una y se cena a las seis treinta. Ofrecen men¨² caliente a los 30 primeros: sopa o pasta; carne o pescado; pan, vino y postre. "Todo el que viene come", dice Carlos Garc¨ªa Vega, encargado del servicio, as¨ª que se reparte lo que llaman "cena fr¨ªa": sandwich y algo de beber. ?rabes, africanos, familias desamparadas, mendigos nativos, se api?an en el comedor.Quien busque hospedaje adem¨¢s de alimento ha de acudir a los albergues de C¨¢ritas o al municipal de San Isidro. Este ¨²ltimo dispone de 275 camas. Sin embargo, los hombres y mujeres que deciden dormir al, sereno se quejan de los horarios tan estrictos.
Felipe Reyero, psiquiatra y colaborador del Programa de promoci¨®n de la salud del Ayuntamiento de Madrid, cree que "el problema arranca de depresiones, crisis existenciales o problemas familiares graves". Florencio Alba, director del Centro de Acogida al Transe¨²nte de C¨¢ritas, dice: "Se trata de un proceso de desocializaci¨®n deficiente a causa de problemas familiares, econ¨®micos, experiencias laborales frustrantes a partir de los 16 a?os, inicios de drogadicci¨®n o alcoholismo... Todos ellos han solicitado alguna vez los servicios de C¨¢ritas". Sin embargo, hay quien reh¨²ye todo tipo de ayuda. El ritmo de vida en solitario les conduce a huir de las normas, de los modales en muchos casos y del m¨ªnimo trato de convivencia. Jacinto Rodr¨ªguez Osuna, soci¨®logo del Centro de Investigaciones Sociol¨®gicas (CIS), apunta que "hablamos de un grupo humano que alguna vez ha roto el nudo que le ata a la sociedad y al cabo de un tiempo no puede volver a ella".
Ricardo debe de rondar los 60 y transhuma feliz todo el d¨ªa, recogiendo lo que los dem¨¢s despreciamos (trapos, l¨¢mparas, perchas ... ) hasta rebosar el carro cuna que arrastra todo el d¨ªa. Luego busca el Retiro para hacer noche. El domingo vender¨¢ su mercanc¨ªa en el Rastro.
Disonancias
"Parece que con el paso del tiempo", sigue Rodr¨ªguez Osuna, "surge una disonancia entre su mundo interior y la realidad exterior", as¨ª que se refugian en sus recuerdos. A las cinco y media de la tarde, las terrazas est¨¢n repletas en la glorieta de Atocha y, puesta en medio del, tumulto, est¨¢ Nati, 66 a?os, sentada en un banco p¨²blico. Pa?uelo negro ce?ido a la cabeza, chaqueta y mandil negros como carne de su propio cuerpo. Asegura que su apellido es de abolengo, pero duerme en un portal. Ahora est¨¢ tranquila. A un lado y otro deambulan los camareros. Ella se limita a verlos pa sar y aflora una sonrisilla en sus labios, surgida, acaso, por alg¨²n refrescante recuerdo. No desea nada, no quiere hablar con nadie. S¨®lo musita: "Dejadrrie sola, dejadme sola".En algunas zonas se han formado aut¨¦nticas comunas. Es el caso de la fuente que se encuentra enfrente de la puerta de Vel¨¢zquez del Museo del Prado o la plaza de Santa Ana.
Ahora que se acerca el invierno, estos hombres y mujeres buscar¨¢n los subterr¨¢neos de Col¨®n, Gran V¨ªa y Cibeles. A temperaturas bajo cero, el Ayuntamiento abrir¨¢, adem¨¢s, tres bocas de metro en el llamado Plan de emergencia contra el fr¨ªo. A pesar de todo, el invierno se cobrar¨¢ alguna v¨ªctima, que alguien descubrir¨¢ bajo un bulto de cartones.
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