La inmigraci¨®n ?hacia el modelo norteamericano?
A juicio del autor del art¨ªculo, las sociedades desarrolladas carecen de objetivos y, por tanto, de capacidad de integraci¨®n. Consecuencia de ello es la preocupaci¨®n por la propia identidad y de las diferencias con respecto a los dem¨¢s. La disociaci¨®n entre una econom¨ªa financiera y una sociedad de culturas diferentes es lo que produce manifestaciones como la xenofobia y el racismo.
Los pa¨ªses europeos con inmigraci¨®n tradicional, Francia en primer lugar, pero tambi¨¦n. el Reino Unido, que ha sido a la vez un pa¨ªs de emigraci¨®n y de inmigraci¨®n, elaboraron hace ya tiempo unas modalidades de integraci¨®n de los extranjeros que se hab¨ªan mostrado eficaces. El Reino Unido, por ejemplo, ha dado una gran autonom¨ªa a las "comunidades", que han podido conservar su cultura a condici¨®n de respetar las reglas del juego social del pa¨ªs en que se instalaban. Se trataba de una integraci¨®n desde abajo a trav¨¦s del trabajo en primer lugar, de la participaci¨®n sindical despu¨¦s y, finalmente, mediante la participaci¨®n pol¨ªtica. En Francia se ha seguido un modelo inverso, de integraci¨®n desde arriba; es decir, haciendo m¨¢s hincapi¨¦ en la naci¨®n que en la sociedad civil, seg¨²n los principios del esp¨ªritu republicano. Estas diferencias, a veces incluso formas contrapuestas, nos son bien conocidas, demasiado bien conocidas, pues somos tan sensibles a la contraposici¨®n entre las pr¨¢cticas de los diferentes pa¨ªses europeos que dejamos de ver lo que nos acerca y sobre todo nuestra com¨²n crisis; ello hace que los diferentes pa¨ªses europeos se acerquen aceleradamente al modelo norteamericano. Este modelo implica dos aspectos complementarios: por un lado, Estados Unidos, pa¨ªs de masivas inmigraciones, ha conseguido integrar, gracias a su expansi¨®n econ¨®mica y a sus elevados salarios, grandes masas de inmigrados que han conservado algunos vestigios culturales propios pero que han acabado integr¨¢ndose en la sociedad norteamericana; por otro han mantenido fuertes barreras entre los grupos ¨¦tnicos, y concretamente no han conseguido la integraci¨®n de los negros. A lo largo de estos ¨²ltimos 30 a?os el crecimiento y el enriquecimiento del pa¨ªs han hecho que la middle class s e exten diera de una manera impresionante, pero la contrapartida de este triunfo de la econom¨ªa de mercado ha sido que determinadas categor¨ªas, unas ¨¦tnicas, otras culturales, algunas simplemente sociales, han sido dejadas de lado; no excluidas del todo pero s¨ª transformadas en residuos inasimilables. Fen¨®meno social an¨¢logo al del paro residual, que sigue siendo alto en Estados Unidos incluso en los per¨ªodos de mayor prosperidad. El caso de losnegros es significativo: se ha formado una amplia clase media negra, pero casi la tercera parte de entre ellos, es decir, m¨¢s del 3% de la poblaci¨®n norteamericana, vive en una situaci¨®n de profunda desorganizaci¨®n econ¨®mica, social y cultural, que se ha visto agravada y que se ha manifestado con el consumo y el tr¨¢fico de la droga. En el modelo norteamericano la extrema marginaci¨®n de algunas categor¨ªas es, pues, el complemento de la gran capacidad de integraci¨®n del sistema econ¨®mico y social en su conjunto. Esta descripci¨®n, cl¨¢sica para Estados Unidos, es cada vez m¨¢s v¨¢lida para Europa; para el Reino Unido o para Holanda, por ejemplo, donde se desarrolla una contracultura de los j¨®venes parados y donde aumenta la violencia, como se ha visto en los estadios y tambi¨¦n durante algunos altercados urbanos que se han multiplicado desde 1980, en especial en Londres. Igual que en Estados Unidos, los ¨²nicos grupos activos han sido aqu¨ª los ¨¦tnicos: antillanos, indios o paquistan¨ªes. Seamos m¨¢s precisos. Las comunidades organizadas, con sus representantes civiles o religiosos, corresponden a los intereses y a lo s proyectos de los que quieren insertarse en la clase media, mientras que entre los j¨®venes parados -pues pocos son los inmigrados j¨®venes que encuentran un trabajo estable- se expande una cultura de la violencia.Base ¨¦tnicaEn Francia el fen¨®meno est¨¢ menos desarrollado, pero avanza r¨¢pidamente, como lo demuestra la difusi¨®n de los taggers, que llenan de inscripcionesel Metro y los vagones del tren, y la formaci¨®n de numerosos grupos de rap o de j¨®venes que se identifican con la naci¨®n zul¨². Estos grupos tienen siempre una base ¨¦tnica y est¨¢n formados casi exclusivamente por negros, bien antillanos o bien africanos. Un excelente estudio llevado a cabo en la periferia de Par¨ªs, hace cinco a?os, apuntaba la desaparici¨®n de las bandas de j¨®venes, tan activas durante los a?os sesenta. Hoy esas bandas se han reconstituldo, pero sobre una base ¨¦tnica. As¨ª qued¨® ya de manifiesto durante los graves incidentes de la ciudad de Minguettes, hace algunos a?os, y ha sido de nuevo evidente en los disturbios que acaban de poner patas arriba el centro de la ciudad de Vaux, en Velin, en la periferia de Ly¨®n.Tal situaci¨®n produce en los pa¨ªses europeos y en Estados Unidos dos reacciones bien diferentes, seg¨²n vayan dirigidas contra las categor¨ªas que tratan de entrar en la inmensa clase media o contra los marginales y excluidos. En el primer caso hay que hablar de xenofobia. De la misma manera que en otros tiempos los obreros ingleses se opon¨ªan a los irlandeses, a quienes acusaban de provocar la ca¨ªda de los salarios al aceptar cualquier oferta de empleo, los grupos ¨¦tnicos de que hablamos se acusan unos a otros de competencia desleal. El racismo, por el contrario, se dirige contra los. que se han colocado al margen y a los cuales, al estar desocializados, se les juzga y se les condena por su conducta social, no en t¨¦rminos sociales -lo propio del racismo es dar interpretaciones no sociales-, sino por su raza. Es decir, que contra m¨¢s se acerca Europa al modelo norteamericano m¨¢s se incrementa la xenofobia y, sobre todo, el racismo.Es f¨¢cil criticar el modelo franc¨¦s de inmigraci¨®n y el tono nacionalista de algunos hombres pol¨ªticos e intelectuales de este pa¨ªs. Pero el debate sobre el J acobinismo no es en realidad m¨¢s que un juego de sociedad limitado a los medios dirigentes. La realidad social no guarda ninguna relaci¨®n con las declaraciones sobre la Rep¨²blica una e indivisible. La mejor prueba de ello es que el Frente Nacional ha progresado y ejerce una influencia que desborda ampliamente su electorado y que en el Reino Unido las violencias son a¨²n m¨¢s numerosas que en Francia.
Modelo amenazado
?Habr¨¢ que aceptar una sociedad totalmente liberal y su consecuencia, el desarrollo de unas minor¨ªas cada vez m¨¢s marginales y las reacciones racistas que las rechazan? ?sta es la principal cuesti¨®n que hoy se nos plantea. La respuesta no puede ofrecer dudas, pues un modelo semejante de sociedad est¨¢ en directa contradicci¨®n con el tipo de organizaci¨®n social que Europa occidental ha construido desde hace medio siglo y que, inspirada o no por las ideas socialdem¨®cratas, ha conseguido crear un wel(are state y un nivel bastante elevado de integraci¨®n social. Hoy este modelo de sociedad est¨¢ bastante amenazado. El weffiare state se ha visto debilitado por la crisis de los a?os setenta, que ha llevado a pa¨ªses como el Reino Unido a sacrificar la redistribuci¨®n en beneficio de la inversi¨®n y de la competitividad. La presencia de numerosos inmigrados y la presi¨®n ejercida sobre el Norte por parte de un Sur poblado y pobre pueden todav¨ªaromper aun mas gravemente este estado de bienestar. Se necesita, pues, un gran esfuerzo, no de integraci¨®n social, sino, m¨¢s modestamente, de lucha contra la segregaci¨®n, empezando por abajo, es decir, contra la existencia de guetos. Esta lucha debe iniciarse en los barrios de las ciudades, en las escuelas y en la organizaci¨®n administrativa, pero estas medidas limitadas, por importantes que sean, son insuficientes, como acaba de demostrarlo el ejemplo de Vaux en Velin, ciudad que acababa de conocer un programa de rehabilitaci¨®n ejemplar y aparentemente logrado que, pese a todo, no ha impedido la eclosi¨®n de graves incidentes y violencias. Las medidas locales, por buenas que sean, no pueden prosperar m¨¢s que en aquellas sociedades en las que el crecimiento es bastante fuerte como para permitir el incremento de algunos gastos sociales, en especial los dedicados a la creaci¨®n de empleo. M¨¢s concretamente, la lucha entre las comunidades, el desarrollo de la xenofobia y del racismo, s¨®lo pueden detenerse con la reaparici¨®n de procesos sociales verticales, de una cierta movilidad social, de conflictos que puedan girar en torno a los salarios o a las condiciones de trabajo, etc¨¦tera.
Nuestras sociedades hoy carecen de objetivos, y, en consecuencia, carecen tambi¨¦n de capacidad de integraci¨®n, lo cual supone que cada uno mira s¨®lo por s¨ª mismo, que se preocupa ¨²nicamente de su identidad y de sus diferencias con respecto a los dem¨¢s. Y as¨ª se agigantan las barreras y se agravan las reacciones de rechazo. Esto es especialmente claro en los viejos pa¨ªses industriales, como el Reino Unido, Francia y Estados Unidos, que por un lado se abandonan con demasiada facilidad a los encantos del capitalismo financiero y por otro se hartan de hablar de identidad y de comunidad. Esta disociaci¨®n entre una econom¨ªa Financiera y una sociedad patchwork de culturas diferentes entre s¨ª es lo que produce la crisis social en la que la xenofobia y el racismo son las manifestaciones m¨¢s peligrosas.
es soci¨®logo y director del Insfituto de Estudios Superiores de Par¨ªs.
Traducci¨®n: J. M. Revuelta.
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