La soledad en la cumbre
He le¨ªdo, y no una sola vez, sino muchas, que una persona que ocupa las cimas del poder un jefe de Estado, por ejemplos encuentra a menudo sola, terriblemente sola, condenada a tomar una decisi¨®n de la que dependen muchas cosas important¨ªsimas, el futuro de una naci¨®n, las vidas de millones de seres humanos, etc¨¦tera. No es sorprendente que en estas condiciones, y a menos que quien ostente semejante poder sea un monstruo, ha de pasar por momentos de intolerable angustia.No estoy a¨²n seguro de si todo eso es un pensamiento profundo o un clich¨¦, o un clich¨¦ que se hace pasar por pensamiento profundo, o un pensamiento profundo que ha pasado a ser un clich¨¦. Tampoco estoy muy seguro de que sea literalmente verdad que la persona en la cumbre del poder sufra tan extremosamente, porque si as¨ª ocurriera no se entender¨ªa c¨®mo hay tantos, y tantas, que aspiran a sufrir de tal modo. Adem¨¢s, es caracter¨ªstico de las personas convocadas a la acci¨®n que no se engolfen demasiado en reflexiones filos¨®fico-morales que, entre otras consecuencias, podr¨ªan tener las de paralizar por entero toda decisi¨®n b¨¢sica. Finalmente, hay no pocas decisiones pol¨ªticas de alto calado que tienen que adoptarse independientemente de lo que la persona situada en la cumbre quiera o pueda, y que, por si fuera poco, se adoptan en virtud de presiones irresistibles de toda clase, incluyendo las de quienes, en apariencia, no usufruct¨²an ning¨²n poder, pero constituyen estados de opini¨®n -o de testarudez- insoslayables.
Pero vamos a suponer que nada de eso cuenta mucho y que una persona que ostente un poder supremo -sea dictatorialmente, sea representativamente- pueda tomar una u otra decisi¨®n cuyas consecuencias sean may¨²sculas y, literalmente hablando, incalculables. ?C¨®mo puede decirse que tal persona est¨¢ en ning¨²n sentido sola? ?No est¨¢ en todo momento acompa?ada de multitud de otras personas que le recomiendan A, o que tratan de disuadirle de que se decida justamente en favor de A, o que ejercen presi¨®n para que adopte B, o que tratan de convencerle de que mostrarse en favor de B ser¨ªa una cat¨¢strofe para todos -incluyendo, lo que puede ser muy convincente, al que ha de decidir-, etc¨¦tera?
Bueno, se dir¨¢, esto no es estar acompa?ado, sino m¨¢s bien recomendado, coaccionado, apremiado; al final hay que tomar la decisi¨®n, y ¨¦sta puede ser que haya que tomarla justa y precisamente cuando se han puesto de lado todas las coacciones, recomendaciones y apremios. ?Habr¨¢ de nuevo, pues, soledad en la cumbre?
La ¨²ltima y m¨¢s convincente tesis de que no se est¨¢ solo en la cumbre es que, despu¨¦s de todo, el que toma una decisi¨®n del tipo sugerido no la toma (o m¨¢s, no deber¨ªa tomarla) porque s¨ª, azarosamente o sin motivo. Todo lo contrario: en todas las ¨¦pocas, pero especialmente en la actual, el hipot¨¦tico supremo gobernante posee informa ciones, muchas informaciones informaciones sin cuento res pecto a la situaci¨®n dentro de la cual ha de tomar la decisi¨®n de referencia. ?Qu¨¦ m¨¢s f¨¢cil pues, que fundarse en tales informaciones y tomar la decisi¨®n que se juzgue m¨¢s apropiada o menos mala? ?C¨®mo, en tales condiciones, puede hablarse de cosas como la soledad en la cumbre? Lo ¨²nico que no parece haber en la cumbre es soledad en ese sentido semipo¨¦tico y semitr¨¢gico de que habla nuestro clich¨¦ o nuestro pensamiento profundo. No se est¨¢ nunca solo, porque se est¨¢ rodeado de informaci¨®n.
Pero ah¨ª justamente se halla la raz¨®n de que, en ciertas circunstancias por lo menos, pueda hablarse de soledad en la cumbre. Sea un clich¨¦ o una idea profund¨ªsima, ofrece visos de ser verdad.
Para empezar, la abundancia de informaci¨®n constituye justamente uno de los grandes obst¨¢culos para poder tomar una decisi¨®n sin demasiada mala conciencia. Especialmente en la ¨¦poca actual, las fuentes de informaci¨®n de que se dispone -y de que dispone el poder- son tantas y tan variadas que resulta cada vez m¨¢s dificil cribarlas, de modo que, al final, uno se queda m¨¢s perplejo que al principio. Pero, adem¨¢s de esto, y sobre todo, aparece un fen¨®meno inquietante: la informaci¨®n no se termina nunca. Siempre se puede aducir que, por mucha que haya, resulta incompleta, y se puede predecir que va a ir cambiando. Por si ello fuera poco -y ah¨ª se encuentra, a mi entender, la raz¨®n principal de la perplejidad y de la posible subsecuente angustia antes de tomar una decisi¨®n ¨²ltima-, la informaci¨®n es esencialmente contradictoria. Y es as¨ª porque cada informaci¨®n sustancial y digna de cr¨¦dito se refiere a un problema distinto.
Un amigo m¨ªo que ejerce la medicina me dec¨ªa hace unos d¨ªas algo que me aclar¨® de repente el problema de si hay o no soledad en la cumbre. En el curso de una atenta lectura de una breve historia de la filosof¨ªa -del tipo De S¨®crates a Sartre- experiment¨® una gran sorpresa: en vez de ir concluyendo, como muchos hacen, que todos los fil¨®sofos est¨¢n equivocados, porque cada uno dice cosas no s¨®lo distintas, sino casi siempre contradictorias con las que dicen los otros, iba estando de acuerdo con cada uno, y, por tanto, lo que parec¨ªa absurdo, con todos. Le contest¨¦ que su experiencia le honraba porque demostraba su excelente comprensi¨®n de los argumentos que brinda cada pensador para apoyar sus tesis. El ¨²nico problema que sigue en pie, conclu¨ª, es que a lo mejor se trata de tesis distintas.
Sospecho que algo parecido sucede con las informaciones que reciben las personas que ocupan las cimas del poder. Informaciones no les faltan, pero: a) son siempre incompletas; b) cambian continuamente; e) son contradictorias, y d) no hablan de lo mismo.
Los ejemplos son abundantes. A la hora actual -cuando este art¨ªculo se publique, y en virtud del continuo cambio de que habl¨¦ anteriormente, la situaci¨®n seguramente se habr¨¢ alterado- una persona que se halla en la cumbre del poder como el presidente Bush, se encuentra con que hay tantas informaciones -y cada una tan ajustada a una posible decisi¨®n correspondiente- y tantas razones -y todas tan buenaspara iniciar -o arregl¨¢rselas para que se pueda iniciar sin que se rompa la coalici¨®n presente- un ataque militar contra Irak como para abstenerse de atacar y seguir esperando. A Sadam Husein le debe de ocurrir otro tanto respecto a otras posibles opciones, aunque ¨¦stas son seguramente m¨¢s limitadas en n¨²mero y m¨¢s al albur de una multitud de factores irracionales. Es verdad que justa y precisamente para eso se fabrican constantemente en las altas -y medianas- esferas lo que se llaman escenarios. Pero los escenarios no bastan porque a medida que un escenario tiene efectivamente lugar, se crea la necesidad de otros escenarios, los cuales dan origen a otros, y as¨ª sucesivamente. Los escenarios y subescenarios son, por consiguiente, un modo de enfrentarse con la cuesti¨®n planteada racionalmente, pero no -en sentido literal de esta palabradecisivamente. Para complicar el asunto, cada escenario parece adecuado para alcanzar ciertos fines, pero inadecuado para alcanzar otros que, a lo mejor, que qui¨¦n sabe, como he o¨ªdo decir en un pa¨ªs de Am¨¦rica Latina, ser¨ªan preferibles a los anteriores.
En cuestiones de este porte y alcance, si se triunfa (en la medida en que la palabra triunfar tenga sentido) se ha demostrado que la decisi¨®n hab¨ªa sido buena, y si se fracasa, que hab¨ªa sido p¨¦sima. No hay otra medida.
En vista de eso puede concluirse que s¨ª, que, sea clich¨¦ o pensamiento profundo, hay a veces soledad en la cumbre.
Jos¨¦ Ferrater Mora es fil¨®sofo, ensayista, novelista y cineasta.
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