Con Chile en el coraz¨®n
En Chile estuve una sola vez, en 1946. Yo no ten¨ªa pasaporte espa?ol, y la polic¨ªa argentina me dio un permiso de 15 d¨ªas para que pudiera visitar a mi extraordinario amigo Pablo Neruda. Casi nada m¨¢s llegar a su finca de Los Guindos, la misma en donde mor¨ªa hace poco, con 104 a?os, su primera mujer, Delia del Carril, Pablo me ley¨® ilusionado su gran poema de Am¨¦rica, Alturas de Macchu Picchu. ?l acababa de visitar el Macehu Picchu, y ven¨ªa muy impresionado de aquella ciudad maravillosa: "Del aire al aire, como una red vac¨ªa, / iba yo entre las calles y la atm¨®sfera, llegando y despidiendo, / en el advenimiento del oto?o la moneda extendida / de las hojas, y entre la primavera y las espiga.s, / lo que el m¨¢s grande amor, como dentro de un guante / que cae, nos entrega como una larga luna".Pablo era un hombre profundamente de su pa¨ªs. Los ¨²ltimos tomos de su poes¨ªa son un canto a Chile, a su naturaleza prodigiosa, a sus ciudades lejanas. Cuando fui a visitarlo era ya entonces senador por el Partido Comunista Chileno, y salimos enseguida a las tierras del Sur a dar m¨ªtines, a Valdivia, a Concepci¨®n, a las zonas de los grandes terremotos, donde hay cinco o seis volcanes maravillosos, y al lago Esmeralda, por donde pasaban airosos caballistas que montaban al estilo andaluz. Recuerdo la emoci¨®n de ver durante los m¨ªtines a aquellos indios fant¨¢sticos, que apenas entend¨ªan el castellano, escuchando nuestras palabras, y c¨®mo las madres, a medida. que llegaba el fr¨ªo, con la ca¨ªda de la tarde, cubr¨ªan a sus hijos con ponchos morados. Recuerdo el copig¨¹e, la flor nacional, que nace, con muy poco tallo, como campanillas rojas, como golpecitos de color, en medio de las tremendas araucarias, y los bosques fragantes, y el mar levantado en el puerto de Valpara¨ªso. Y recuerdo, sobre todo, algunos amigos entra?ables. Conoc¨ª durante aquel viaje a Laurita, la hermana de Pablo, una mujer muy dulce, muy sencilla, a quien quer¨ªa enormemente. A Juvencio Valle lo hab¨ªa visto durante la guerra de Espa?a, donde escribi¨® estupendos poemas de aquellos d¨ªas terribles, y lo reencontr¨¦ entonces en Santiago. Recuerdo adem¨¢s a Nicanor Parra, un poeta de doble filo, amigo y contrario de Pablo a la vez, y al interesante novelista Rub¨¦n Azonar.
Y entre todos los intelectuales del grupo de Neruda estaba Salvador Allende. Comimos juntos varias veces, en plena campa?a electoral. Era un hombre encantador, dulce y afectivo, apasionado por la b¨²squeda de soluciones reales a los problemas de su pa¨ªs, a las grav¨ªsimas cuestiones econ¨®micas y sociales, con el entusiasmo y el valor que demostr¨® siempre, hasta el ¨²ltimo momento, hasta el dram¨¢tico final del Palacio de la Moneda, empu?ando un arma y obligando a sus hijas a que abandonaran el edificio. Yo le escrib¨ª, al conocer la noticia de su muerte, un poema lleno de dolor y de rabia: "No los cre¨¢is, cubr¨ªa / su rostro la misma m¨¢scara. / La lealtad en la boca,/ pero en la mano una bala. / Al fin los mismos en Chile / que en Espa?a. Ya se acab¨®. Mas la muerte, la muerte no acabanada. / Mirad. Han matado a un hombre. / Ciega la mano que mata. / Cay¨® ayer. Pero su sangre / hoy ya mismo se levanta".
Y as¨ª parece ocurrir hoy en Chile, 17 a?os despu¨¦s del golpe de Estado, en los momentos de vuelta a la democracia. La figura de Allende, como la de Pablo Neruda, parece levantarse del terror de los a?os de Pinochet y de la complicidad norteamericana. Pablo, que por medio de un acuerdo amistoso y de inter¨¦s pol¨ªtico hab¨ªa renunciado a presentarse como candidato a la presidencia, en favor de Allende, despert¨® los odios del presidente de la Rep¨²blica, Gonz¨¢lez Videla, poco despu¨¦s de mi viaje a Chile, y tanto ¨¦l como Delia, que era a¨²n m¨¢s decidida y activista que Pablo, y a quien nosotros llam¨¢bamos "el ojo de Molotov", tuvieron que esconderse en su propio pa¨ªs. La figura pol¨ªtica de Pablo estaba en aquel momento intensiic¨¢ndose. Tambi¨¦n, poco despu¨¦s, asistir¨ªa al, Congreso Internacional por la Paz en Par¨ªs, donde obtuvo un ¨¦xito resonante.
La ¨²ltima vez que vi a Pablo fue precisamente en Par¨ªs, una tarde que Louis Aragon hab¨ªa ido a verle, y le llevaba un magn¨ªfico poema que le hab¨ªa escrito. Pablo era entonces embajador de Allende, y Aragon sent¨ªa por ¨¦l una admiraci¨®n enorme, sobre todo por su libro Espa?a en el coraz¨®n, que consideraba como el comienzo de una nueva poes¨ªa de ¨ªndole civil.
Su muerte la conoc¨ª una madrugada en Roma, y las primeras informaciones dijeron que hab¨ªa sido asesinado. Yo estaba rodando esos d¨ªas una pel¨ªcula junto a la maravillosa actriz Anita Ekberg, y el director me permiti¨® que comenzara a la ma?ana siguiente el rodaje con la terrible noticia: "Me acaban de comunicar que en Chile ha muerto, solo, en un sanatorio asediado por los militares de Pinochet, mi gran hermano, el inmenso poeta de lengua castellana, Pablo Neruda". Anita Ekberg, espl¨¦ndida y luminosa, me escuchaba emocionada, sin comprender del todo.
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