'Coitus condomatus'
All¨ª donde haya de utilizarse la sind¨¦resis no tengan duda alguna: este episcopado espa?ol, en uso de la libertad de expresi¨®n de que gozamos todos (no, como en otros tiempos, s¨®lo ellos; ahora, mal que les pese, tambi¨¦n los dem¨¢s), demostrar¨¢ repetidamente su absoluta carencia de la misma. Nuestros obispos conservan su habitual tendencia, en inercia anacr¨®nica de cuando esa tendencia, ten¨ªa sociol¨®gicamente su raz¨®n de ser, porque era practicable: la de tratar de imponer como moral universal su singular moral cat¨®lica. Una doctrina moral, la cat¨®lica, ¨¦ticamente inmoral, ya que tiene la peculiaridad de poder transgredirse en sus principios por los que se dicen cat¨®licos sin que ello les obligue a desdecirse de ser cat¨®licos. Esa an¨¦tica moral cat¨®lica es tan laxa -ya comenz¨® a verla as¨ª Pascal en 1656- que permite toda suerte de transgresiones sin la consecuencia l¨®gica debida: el apartar del grupo al que no cumple la norma que caracteriza y define al grupo en cuesti¨®n. Porque un grupo, religioso, pol¨ªtico, de la ¨ªndole que sea, se rige por sus principios, y cada miembro del mismo se compromete a mantener una conducta que implique la obediencia y el cumplimiento de esos principios. La sociedad cat¨®lica ha sido una excepci¨®n: quiz¨¢ para evitar la sangr¨ªa de sus miembros, sobre todo los socialmente relevantes, ha tolerado el reiterado incumplimiento de sus normas. Por eso, ser cat¨®lico ha sido y es sumamente f¨¢cil: la moral cat¨®lica es la m¨¢s c¨®moda del mundo, pues permite hacer lo que se proclama que no se debe hacer, sin que esta contradicci¨®n tenga la menor importancia. Claro es que el h¨¢bito repetido de esta contradicci¨®n comporta la frivolidad y/o el cinismo. La jerarqu¨ªa cat¨®lica sabe de sobra que ha sido una cuesti¨®n de sensibilidad moral (de est¨¦tica ¨¦tica), lo que llev¨® a muchos cat¨®licos a dejar de serlo como manera de eludir ese antiest¨¦tico, aunque c¨®modo, cinismo.Ahora han puesto el grito en el cielo nuestros obispos porque las autoridades sanitarias -es su misi¨®n, no otra- recomiendan el uso del cond¨®n en bien de la salud corporal y mental de los adolescentes espa?oles que est¨¦n libremente dispuestos a mantener relaciones sexuales. ?Habr¨¢ que subrayar que recomendar no es ordenar? Como dice mi admirado Haro Tecglen, ?es imaginable un juez ordenando el uso del cond¨®n en el miembro viril del miembro masculino de una pareja a la que, pongamos por caso, la polic¨ªa judicial sorprendiera cohabitando sin el dichoso admin¨ªculo? A diferencia de las autoridades episcopales, que ordenan habitualmente, las sanitarias no obligan, en este caso concreto, a colocarse el cond¨®n; lo aconsejan a quienes est¨¢n dispuestos de antemano -es la condici¨®n l¨®gicamente necesaria: no parece que el cond¨®n posea otras finalidades- a hacer uso de la relaci¨®n sexual. Los obispos, a diferencia de las autoridades sanitarias, no tienen por qu¨¦ recomendar: mandan, ordenan desde su sapiencia teologicomoral. Pero ?qu¨¦ es lo que, haciendo gala de sentido com¨²n, debieran ordenar? ?Que no se utilice el cond¨®n o que no se use de la sexualidad en circunstancias cat¨®licamente inadecuadas? El problema que debe preocupar a los obispos, en buena l¨®gica, no es el ulterior pecado que se comete con el uso del cond¨®n en el coito (el coitus condomatus de la teolog¨ªa moral), sino el preliminar pecado que supone el mero coito en condiciones cat¨®licamente indebidas. ?Y no es el reconocimiento del fracaso en la evitaci¨®n del pecado del coito el desplazar ahora la indignaci¨®n teologicomoral hacia el pecado que implica el uso del cond¨®n? La verdad es que si los adolescentes espa?oles fueran fieles observantes de la declarada moral cat¨®lica, ?se necesitar¨ªa la campa?a sanitaria de marras? ?No vendr¨ªa la salud del cuerpo y de la mente -en este caso, la prevenci¨®n de las enfermedades de transmisi¨®n sexual y la de embarazos no deseados- por a?adidura al estado de gracia que supone la castidad de los cat¨®licos? Lo que los adolescentes demuestran, y los obispos no parecen querer ver, pero es ah¨ª donde est¨¢ la cuesti¨®n, es que, en lo que a la pr¨¢ctica de la sexualidad concierne, no les importa pecar; o ni tan siquiera piensan que sea pecado; a lo mejor ni tan siquiera son ya cat¨®licos. Y no es misi¨®n de las autoridades civiles entrar a dirimir si el cludadano peca o no peca -faltar¨ªa m¨¢s: ser¨ªa volver a la ¨¦poca siniestra en la que las parejas sorprendidas en placentera soba por el guarda jurado del Retiro aparec¨ªan con nombres y apellidos en el Abec¨¦ y en el Arriba del d¨ªa siguiente-, sino en el dato sociol¨®gico de que los adolescentes tienen hijos no deseados en cuant¨ªa estad¨ªsticamente relevante y en que pueden transmitir determinadas enfermedades, algunas de las cuales son, por ahora, indefectiblemente mortales. A nuestros obispos esta circunstancia parece no importarles. Es fundamental que los adolescentes no pequen por utilizar el preservativo, aunque al pecar en el coito sin ¨¦l puedan muchos de ellos enfermar e incluso perecer. Los se?ores obispos est¨¢n, como sab¨ªamos, bien dotados de dioptr¨ªas intelectuales; en igual, pero inversa proporci¨®n a la sensibilidad que poseen para la comprensi¨®n de los problemas humanos.
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