"Probar¨¦ si puedo volver a torear"
El diestro Julio Robles lucha contra la paraplejia en un centro de rehabilitaci¨®n de Francia
"Las navidades las pasamos en casa", le hab¨ªa dicho Julio Robles a su esposa, Mar¨ªa Liliana Mej¨ªas, la semana anterior. Sin embargo, el martes ¨²ltimo, cuando le visitamos en el centro Peyrefitte, era menos optimista: "Temo que si me ausento de aqu¨ª unos d¨ªas quiz¨¢ el regreso vaya a ser demasiado duro..." Y, adem¨¢s, los m¨¦dicos parece que ya lo tienen decidido: la rehabilitaci¨®n habr¨¢ de durar un a?o.
Hubo que esperar bastante rato a Julio Robles en el establecimiento sanitario, pues se encontraba haciendo ejercicios de rehabilitaci¨®n. En este mismo centro, situado junto al mar, en las estribaciones de los Pirineos franceses, t¨¦rmino de Cerb¨¦re, estuvo Nime?o II, que tambi¨¦n se vio afectado por la paraplej¨ªa como consecuencia de la voltereta que le peg¨® un miura en 1989. Ahora ya se desenvuelve casi con total normalidad. Julio Robles tiene puestas en este precedente muchas de sus esperanzas y si bien no afirma abiertamente que volver¨¢ a los ruedos, advierte con mucha convicci¨®n: "Yo no me voy a quedar sin probar si puedo torear, eso se lo aseguro".
Se abri¨® la puerta del ascensor, sali¨® Julio Robles en silla de ruedas, que empujaba un enfermero, se le abalanzaron su esposa; el apoderado, Victoriano Valencia; la esposa de ¨¦ste... Besos, largos abrazos, exclamaciones de alegr¨ªa. El matrimonio Valencia, que acababa de llegar, tra¨ªa regalos, cartas, recuerdos de muchos amigos.
-?Qu¨¦ paliza me han dado, la madre de Dios! -se quejaba Julio- ?Desde las ocho de la ma?ana, sin parar! Y como apenas duermo, pues por las noches me desvelo, estoy hecho polvo.
Sirven caf¨¦s. El mozo de espadas le lleva a Julio Robles a los labios el suyo. No puede cogerlo porque a¨²n tiene torpes los dedos. En cambio se frota continuamente las manos o se lleva una a la nariz con pulso incierto.
-Lo hago para ejercitarme. Estos movimientos son un gran progreso ya que, cuando llegu¨¦ aqu¨ª, no pod¨ªa valerme. Pienso que con las piernas ocurrir¨¢ otro tanto, a pesar de que no las siento en absoluto. ?nicamente, algunas veces, cierta sensaci¨®n de calor y eso dicen los m¨¦dicos que es buena se?al.
Llena las horas de insomnio viendo v¨ªdeos, que constituyen una de sus grandes aficiones.
-Tenemos en casa una videoteca con gran n¨²mero de pel¨ªculas, m¨¢s mis faenas en los ruedos y en los tentaderos, que repaso continuamente y, claro, me traen muchos recuerdos.
Esos recuerdos dice Robles que no le apenan.
-Al contrario. La mayor¨ªa son buenos. Tuve una juventud feliz. Viv¨ªamos en Salamanca y como aqu¨¦llo est¨¢ lleno de ganader¨ªas, mi af¨¢n era ir al campo y torear. Luego, ya profesional, hubo alg¨²n bache art¨ªstico, pero se resolvi¨® en la Feria de San Isidro de 1978, cuando cuaj¨¦ un toro de L¨¢zaro Soria. Se trataba de un violento animal que se me ven¨ªa al pecho y hube de medirle mucho. La afici¨®n de Madrid entendi¨® perfectamente el m¨¦rito de la faena. Mientras toreaba, sent¨ªa la emoci¨®n de sus impresionantes ol¨¦s. El ¨¦xito con aquel toro enderez¨® mi carrera, que ya se desarroll¨® normalmente hasta que ocurri¨® lo de B¨¦ziers. La cogida lleg¨® en el peor momento pues esta temporada iba a torear m¨¢s que nunca.
Escriben los ni?os
Julio Robles, temperamental e inquieto por naturaleza, estaba sorprendentemente relajado en su silla de ruedas y se mostraba muy cari?oso con los visitantes. Nos hablaba de las innumerables llamadas y cartas que recibe, algunas de gente desconocida, y se enternec¨ªa al destacar las que le escriben muchos ni?os d¨¢ndole ¨¢nimos.
-Llamaron los ministros M¨²gica y Corcuera -a?ade Robles- y han venido a verme numerosos compa?eros, empresarios y ganaderos, algunos varias veces, como Ortega Cano y Victorino Mart¨ªn. Todas estas muestras de afecto y solidaridad ayudan much¨ªsimo. Y, por supuesto, la compa?¨ªa constante de mi mujer y Paco Calzada, el mozo de espadas.
Todos comentan que la entereza y el optimismo de Julio Robles contribuir¨¢n a su m¨¢s r¨¢pida recuperaci¨®n. ?l no lo dice -al menos, abiertamente- pero sue?a con volver a los ruedos y algunas ma?anas -revela un amigo presente en la conversaci¨®n- seg¨²n est¨¢ sentado en la silla de ruedas, coge la toalla con las puntas de los dedos y dibuja en el aire una ver¨®nica.
Babelia
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