La narrativa de un jud¨ªo proletario
El decenio de los treinta comienza en Estados Unidos bajo la sombra de la gran depresi¨®n de 1929. La imagen de los millones de desempleados, el recuerdo de los suicidas del crash, las f¨¢bricas trabajando al m¨ªnimo, la desolaci¨®n, el hambre y la lucha por la supervivencia en la tierra dorada los sin trabajo recorriendo como fantasmas demacrados el pa¨ªs... eran el contraste terrible con aquellos locos a?os veinte. Hab¨ªa muerto la era del jazz de Scott Fitzgerald, de la cual ¨¦l dijo que, "de cualquier modo, era tiempo prestado". Demasiado r¨¢pidamente, todo aquel mundo de esplendor y diversi¨®n era s¨®lo un recuerdo.La literatura americana aparecida en este decenio lo reflej¨® con avidez y puntualidad. Las ideas izquierdistas opacadas por el brillo de los roaring twenties rebrotaron con fuerza. Como se?ala Malcolm Bradbury, "las actitudes progresistas se renovaron; los lenguajes del naturalismo y las denuncias de la corrupci¨®n ambiente retornaron; los escritores se comprometieron o se recomprometieron pol¨ªticamente...". En la primera mitad de los treinta es cuando toma cuerpo entre la intelligentzia progresista la idea de una novela proletaria. Milce Gold, director del peri¨®dico comunista The New Masses, da a la imprenta una novela-manifiesto: Jud¨ªos sin dinero, pero el impacto intelectual de verdadera importancia se produce en 1934, con la fundaci¨®n de la famos¨ªsima Partisan Review, la publicaci¨®n m¨¢s influyente del decenio, tras la que se encuentra el radicalismo jud¨ªo neoyorquino. S¨®lo a finales de los treinta diversos sucesos enfriar¨¢n la temperatura, de los que no es el menor el impacto terrible de los procesos de Mosc¨².
Pero vamos a una fecha sustancial para nosotros: 1935. Ese a?o, Heriry Roth publica su hasta ahora ¨²nica novela, Ll¨¢malo sue?o. La verdad es que esa novela debi¨® haber colmado los anhelos de novela proletaria que estaban en el ambiente, pero no fue as¨ª. Precisamente la revista The New Masses dijo de ella: "Es una pena que tantos j¨®venes escritores proletarios sean incapaces de hacer un mejor uso de su experiencia de clase trabajadora y terminen por invertirla en material para novelas introspectivas y febriles". La cita es tan admirable por su estalinismo inimaginativo como exacta para se?alar el lastre por el que no se dej¨® llevar Roth a la hora de planearla y escribirla.
Un asunto literario
Roth -y ¨¦sta es la verdadera clave de todo el asunto- hizo de su novela, eminentemente urbana y proletaria, un asunto literario por dos razones esenciales: la primera, por trascender la situaci¨®n de partida para llevarla al planteamiento universalista del exilio y la nueva tierra como ejemplo emblem¨¢tico de la condici¨®n humana, y no s¨®lo proletaria; la segunda, por conseguir esa elaboraci¨®n literaria de un mito cl¨¢sico a trav¨¦s del dilema de los dos lenguajes en los que un emigrante debate su existencia, el propio y el ajeno. La concepci¨®n soberanamente literaria de este planteamiento y su consecuci¨®n en los dos planos de lenguaje en que se desarrolla la novela es lo que le otorga su car¨¢cter de pieza no s¨®lo ¨²nica, sino tambi¨¦n seminal.
El gran ¨¦xito -en cuanto a asentamiento y reconocimiento- de la narrativa jud¨ªa norte americana se produce en lo a?os cuarenta y cincuenta, pero el manantial y el r¨ªo se forman a partir de ese 1935, con Ll¨¢malo sue?o, y de un modo m¨¢s costumbrista y tradicional, y m¨¢s encerrado tambi¨¦n, con la llegada, justo en ese a?o, de lsaac Bashevis Singer a Estados Unidos. En mi opini¨®n, la riqueza del vuelo literario de Roth es mayor, y su influencia trasciende la narrativa jud¨ªa. De todos modos, ¨¦sta cobra una importancia excepcional en los dos decenios siguientes: Bernard Malamud, Saul Bellow Philip Roth, Norman Mailer o Joseph Heller son los nombres m¨¢s destacados de un conjunto asombroso de narradores. Como se?ala muy acertadamente Malcolm Bradbury, en ellos "el tema ya no era la lucha del inmigrante por hacerse un sitio y lograr el reconocimiento en el Nuevo Mundo; m¨¢s bien se trataba del jud¨ªo como v¨ªctima moderna obligado por su historia a efectuar una continua definici¨®n existencial de s¨ª mismo". Tambi¨¦n esa actitud estaba en Roth. La alianza entre realismo y modernismo hizo de ellos una fuerza narrativa de primer orden, cuya influencia se extiende hasta nuestros d¨ªas y cuya existencia demuestra la entidad germinativa de Ll¨¢malo sue?o.
Pero tampoco conviene olvidar a los contempor¨¢neos de Heriry Roth. En aquel a?o de 1935, James T. Farrell, el m¨¢ximo representante de la novela social, terminaba con El d¨ªa del juicio su trilog¨ªa del personaje Studs Lonigan. Richard Wright -que ser¨¢ para la novela escrita por negros lo que Roth a la jud¨ªa- publica Los hijos del t¨ªo Tom en 1938, y su obra fundamental, Native son, en 1940. El mejor exponente del naturalismo, John O'Hara, publica Butterfield, S. John Steinbeck comienza con Tortilla Flat, en 1935, y culmina con Las uvas de la ira en 1939. El desmesurado, apasionado y personalista Thomas Wolfe publica, tambi¨¦n en 1935, Del tiempo y del r¨ªo, su obra mayor. Y esto no es todo; por aquel entonces hay escritores norteamericanos que se encuentran fuera de su pa¨ªs, lejos de esa Am¨¦rica convulsa, deprimida y m¨¢s o menos reducida a sus fronteras: Henry Miller escribe Tr¨®pico de c¨¢ncer en 1944; Djuna Barnes, en 1935, El bosque de la noche. Otro personaje peculiar, hijo de jud¨ªos inmigrados y que tambi¨¦n pasa por Par¨ªs, Nathanael West, publica Se?orita Corazones Solitarios, en 1933, y El d¨ªa de la langosta, en 1939. Todo ello sin contar con que se encuentran en activo Faulkner (Absal¨®n, Absal¨®n, 1936; por cierto, en Desciende, Mois¨¦s, 1942, los hijos de Lucas Beauchamp y Zach Edmonds se llamar¨¢n -oh coincidencia- Henry y Roth); Hemingway (Las verdes colinas de ?frica, 1935), Dos Passos (la trilog¨ªa USA queda cerrada en 1937) o Scott Fitzgerald (Suave es la noche, 1934). Es un momento de poder¨ªo esplendoroso, ¨²nico e irrepetible.
Y all¨ª brota Ll¨¢malo sue?o, una novela de un tipo que a continuaci¨®n desaparece, una novela que ha venido nutriendo el subsuelo de la narrativa norteamericana casi en silencio, s¨®lo para entendidos, hasta que un cr¨ªtico de la talla de Alfred Kazin arroj¨® luz sobre ella. Hoy es una pieza cl¨¢sica de la literatura norteamericana de este siglo y el tiempo se ha rendido ante ella.
Babelia
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