El hombre de hierro
Al final de los a?os setenta, el cineasta polaco Andrzej Wajda redact¨® su particular epitafio para el r¨¦gimen socialista en El hombre de m¨¢rmol, un filme cuya estructura narrativa segu¨ªa los pasos de Ciudadano Kane. El ingenuo h¨¦roe del trabajo de la primera etapa revolucionaria acababa su tr¨¢gico recorrido en la revuelta obrera de Gdansk, tras verse sumido en la represi¨®n estaliniana y perder r¨¢pidamente la fugaz esperanza suscitada por los acontecimientos de 1956, cuando por unos meses la movilizaci¨®n popular y la llegada al poder de Gomulka abrieron la perspectiva de lo que luego ser¨ªa llamado "socialismo con rostro humano". S¨®lo quedaba por conocer qui¨¦n hab¨ªa de ser el enterrador del cad¨¢ver pol¨ªtico en que se convirtiera el comunismo polaco de la era Gierek y si la intervenci¨®n militar sovi¨¦tica vendr¨ªa o no a interrumpir el sepelio. El autogolpe de Jaruzelski, ahora hace nueve a?os, hizo esto ¨²ltimo innecesario, pero antes las energ¨ªas de oposici¨®n obrera, con el apoyo de la Iglesia, hab¨ªan cristalizado en el movimiento sindical Solidarnosc. Nada mejor para probar un fracaso hist¨®rico: la dictadura del proletariado ve¨ªa alzarse contra s¨ª, no a una forma cualquiera de reacci¨®n burguesa, sino a la propia clase obrera. Wajda film¨® entonces una segunda parte de El hombre de m¨¢rmol con el prop¨®sito de exaltar la misi¨®n hist¨®rica del movimiento solidario. Llevaba por t¨ªtulo El hombre de hierro y, m¨¢s all¨¢ de sus virtudes como panfleto pol¨ªtico, era una pel¨ªcula bastante endeble. Creo recordar que en la escena final, el protagonista, hijo del hombre de m¨¢rmol, muerto en el primer levantamiento, contra¨ªa matrimonio, por la Iglesia, claro est¨¢, con la insufrible periodista que investigara la vida de su padre. El padrino de boda no era otro que Lech Walesa.Ahora el hombre de hierro se presenta como favorito en la carrera presidencial de la Polonia poscomunista. La significaci¨®n de su candidatura es mucho m¨¢s que personal. Walesa encarna, por una parte, la victoria obrera sobre el r¨¦gimen anterior, y por otra, un conjunto de valores tradicionales que vuelven a la luz con renovada fuerza tras un par¨¦ntesis de medio siglo. Uno de los gadgets electorales de su rival, tambi¨¦n solidario, Tadeusz Mazowiecki, consiste en un prendedor donde el mapa de Polonia lleva dentro una se?al de tr¨¢fico indicativa de prohibici¨®n, con un hacha en su interior. Es una referencia a la intenci¨®n proclamada por Walesa de blandir el hacha para limpiar Polonia de todas las excrecencias que afectan a la naci¨®n. Cabe pensar que ello indica, en primer t¨¦rmino, eliminar los ex comunistas que a¨²n conservan posiciones en el aparato administrativo. Si Mazowiecki encarna la reconciliaci¨®n nacional, probada ya en sus meses de gesti¨®n y orientada a construir la Polonia del futuro evitando los traumas derivados de un ajuste de cuentas permanente, Walesa opta por eliminar todo rastro del pasado inmediato. No es extra?o que su actitud haya alarmado hondamente al Ej¨¦rcito, ya depurado de quienes tomaron parte principal en el golpe de 1981, pero que ahora tiene ante s¨ª la perspectiva de una verdadera caza de brujas. En la campa?a se trata de desplegar a los cuatro vientos un populismo conservador, basado en la calidad de l¨ªder del sindicalista, pero con unas referencias que se sit¨²an m¨¢s all¨¢ del movimiento obrero. Hay que recordar el peso en la mentalidad polaca de hoy de la imagen del general Pilsudski, el fundador de la Rep¨²blica y hombre fuerte de la misma en nombre del saneamiento nacional a partir del golpe militar de 1926.
Las caracter¨ªsticas de la transici¨®n polaca favorecen ese peligro, con la debilidad de unos partidos abrumados por el peso de Solidarnosc, el referente sindical hoy escindido entre los dos candidatos.
El pa¨ªs no ha abordado a¨²n la fase constituyente, y la deriva hacia un paternalismo autoritario; no ser¨ªa nada anormal de imponerse un Walesa apoyado en una movilizaci¨®n partidaria de seguidores de su figura. Es personalidad de escasos matices: defensor de un Ejecutivo fuerte, nacionalista hasta la m¨¦dula, con pocas ideas pol¨ªticas o econ¨®micas y mucha carga de energ¨ªa y emotividad religiosa, desconfiado ante el parlamentarismo y los partidos. No le viene mal que los fantasmas del pasado afloren aqu¨ª y all¨¢. As¨ª, la cuesti¨®n nacional, apagada en las d¨¦cadas de Gobierno comunista, despierta reacciones defensivas a partir de la resurrecci¨®n de la minor¨ªa alemana de Silesia, reticencias visibles en cuestiones concretas como la posibilidad de venta de tierra a extranjeros. Incluso despunta el viejo antisemitismo, sorprendente en una sociedad donde la minor¨ªa jud¨ªa cuenta con unas pocas decenas de miles de miembros tras el holocausto y la emigraci¨®n a Israel. Algunos partidarios de la candidatura Walesa esgrimieron el tema hablando de una posible ascendencia jud¨ªa de Mazowiecki. Hubo que airear hasta el espectacular entierro del padre del primer ministro, hacia 1938, rodeado de pompa eclesi¨¢stica, para disipar tal sombra. Walesa no intervino en el asunto, aun cuando no omitiera reclamar para s¨ª mismo la calidad de polaco puro.
La principal limitaci¨®n de Mazowiecki consiste en su escasa capacidad para convertirse en l¨ªder de masas. Es un intelectual reflexivo y discreto, alejado de la capacidad de comunicaci¨®n que ha forjado la popularidad de Walesa desde los d¨ªas de Gdansk. Incluso los aspectos propagand¨ªsticos de su campa?a anuncian al perdedor: en uno de los carteles electorales m¨¢s difundidos figura del brazo de su actual adversario. Al d¨ªa siguiente de su colocaci¨®n en los muros de Cracovia no quedaba uno sano: los walesianos se hab¨ªan entretenido en desgarrar, cartel a cartel, la figura de Mazowiecki, manteniendo en cambio la de su l¨ªder. Ahora bien, la ejecutoria del hoy primer ministro no es nada despreciable, a pesar de los inevitables costes en el terreno econ¨®mico, que le han valido las acusaciones del candidato indiano Timinski, mezcla de Ruiz-Mateos y Fujimori. La transici¨®n ha sedado la crispaci¨®n y el dolor que legaran los a?os finales de dictadura militar-comunista.
El desvanecimiento del partido antes hegem¨®nico tuvo lugar por divisi¨®n y desvanecimiento propios, no como fruto de una persecuci¨®n, y ello le permite mantener una nada desde?able base sindical. Aun a costa de un empeoramiento radical en la relaci¨®n entre precios y salarios, sobre la base de cambiarlo todo, pero sin quebrar de golpe los equilibrios del sistema, la cuesti¨®n del abastecimiento ha sido resuelta. Hay de todo en las tiendas y cada d¨ªa se abre un nuevo comercio en cada esquina, con una clara preferencia hacia las formas de consumo antes m¨¢s deficitarias, como el vestido. El dinamismo del peque?o capital resulta innegable, y ello propicia que las dificultades del presente se carguen en la cuenta de las deformaciones del pasado. Quedan, eso s¨ª, las grandes cuestiones que pueden echar todo por tierra: el enlace entre privatizaci¨®n y atracci¨®n de inversiones o la devoluci¨®n de los bienes a los antiguos propietarios y la reconversi¨®n industrial, con los grandes astilleros y el complejo sider¨²rgico de Nowa Huta, junto a Cracovia, s¨ªmbolo un d¨ªa de las grandiosas realizaciones econ¨®micas del comunismo y hoy de su obsolescencia, am¨¦n de fuente, entre otras, de una poluci¨®n atmosf¨¦rica de tal intensidad que algunas gu¨ªas aconsejan al turista no permanecer m¨¢s de 24 horas en Cracovia por el bien de sus v¨ªas respiratorias. El Gobierno Mazowiecki tiene en su haber el sentido realista de su pol¨ªtica, tanto econ¨®mica como general. Walesa, las adhesiones que puede ganar un l¨ªder carism¨¢tico en tiempos de incertidumbre. Nada indica que lo razonable vaya a prevalecer.
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