Adosados, pero no revueltos
El madrile?o del viejo barrio se desvanece porque Madrid se aleja de sus cl¨¢sicos decorados. Aquel tipo acogedor acostumbrado al aluvi¨®n, aquellas personas receptivas y habladoras que nunca pon¨ªan espinas a lo que llegaba de fuera, evolucionan a la velocidad de la luz. Creo que quedan algunos ejemplares en recintos apuntalados. La capital sigue sin tener fronteras, pero ahora sus l¨ªmites se expanden siguiendo el curso de las principales arterias. En torno a sus entradas se constituye el gran Madrid. Casi la mitad de su poblaci¨®n vive fuera de las murallas, fuera de su ¨¢rea municipal.La ciudad se transforma cada vez m¨¢s en un gran bazar, lonja, o complejo de oficinas, que cierra sus puertas, y amortigua su bullicio callejero, cuando los comerciantes, funcionarios y obreros huyen tras su trabajo del casco urbano. La vida, durante el d¨ªa, se asemeja a los r¨¢pidos de un r¨ªo cargado de ambiciones y sufrimientos. Por la noche, la ciudad se disfraza para la aventura y retornan a sus calles algunos vecinos de los inmensos arrabales, pero ¨¦se es otro cantar.
La carretera de La Coru?a ha sido la ¨²ltima en incorporarse al crecimiento territorial de la urbe. Y lo ha hecho con una fuerza incontrolable. Fue la ruta mimada de la dictadura y representa, curiosamente, mejor que otras, la imagen de los nuevos tiempos.
Escenario franquista
Puerta de Hierro se?alaba el final de la ciudad, y a partir de ah¨ª el camino se adentraba en cultivados o agrestes parajes que disfrutaban algunos privilegiados.
Las grandes fincas y las urbanizaciones para pocos bolsillos -dise?adas y denominadas al gusto del incipiente capitalismo- caracterizaban este trayecto. Aquello no era Madrid. Por all¨ª transcurr¨ªa el viaje haclia el m¨¢s importante escenario del franquismo y la carretera rece.g¨ªa la huella y el eco de austeras ceremonias del r¨¦gimen. Siempre fue la entrada de lujo, la de mejor presencia de la ciudad y la menos transitada.
Sin embargo, en los a?os sesenta, el seiscientos y las horas extraordinarias permitieron hora lar las laderas de la sierra e hicieron crecer como hongos las colonias de verano muy cerca de este sendero. Aquello tampeco era Madrid, que se estiraba a toda m¨¢quina en otras latituides y con golpes de ladrillo barato. Las colmenas de inmigrantes se multiplicaban en suelos m¨¢s propicios para la especulaci¨®n. La capital se recubr¨ªa con piel cercana y seca. Pero los buscadores de una segunda casa hab¨ªan profanado ya la avenida de la carretera de La Coru?a.
Pocos creyeron hace tan s¨®lo 15 a?os que la puerta de la capital estar¨ªa situada hoy a unos 25 kil¨®metros de la que fue primera autopista de Madrid, convertida con el paso del tiempo en la exiremidad de un futuro Cuatro Caminos. La voracidad iconoclasta se llev¨® por delante s¨ªnibolos, los escasos entornos rurales, y desfigur¨® la pista de rodaje utilizada por coches deportivos en estrecha vereda que acoge como puede el atasco matutino.
Al principio, la timidez caracteriz¨® el desarrollo de la zona. Las colonias de diplom¨¢ticos, empresarios, banqueros, jubilados de porte y huidos de las Vascongadas no estaban amenazadas. Llegaban algunos locos amantes del aire libre y resabios de vida campestre para habitar urbanizaciones con aires norte?os. Una mezcla original que no incordiaba.
Clase media profesional
Los a?os ochenta, con el triunfo del socialismo -algunos de cuyos prohombres hab¨ªan sido pioneros de la nueva ruta-, desbocaron el caballo de la impulsiva clase media profesional heredera del perdido Mayo. Desde la localidad de Las Matas hasta Puerta del Hierro se extendi¨® una buena proporci¨®n del gran Madrid, el m¨¢s reciente y el m¨¢s inclinado hacia las modernas formas de comportamiento.
Especialmente en Las Rozas, Majaclahonda, Pozuelo y Aravaca se construyeron los s¨ªmbolos de esta ¨¦poca: los adosados. Su despliegue coincidi¨® con el ascenso de un socialismo que buscaba igualar hacia arriba. La moda tiene hoy sus pasarelas m¨¢s recientes alrededo del eje noroeste del gran Madrid.
El Manhattan del chal¨¦ ado sado o Aluche de los ejecutivo -como fueron calificados estos mostrencos por un asombrado castizo que visit¨® el lugar- tienen algo de verde, pero son s¨®lo una copia a la espa?ola de la concepci¨®n urban¨ªstica europea que con sus parques, jardines servicios y v¨ªas de comunicaci¨®n corripletan racionalmente este tipo de viviendas que modelan como ninguna otra el individualismo que caracteriza al Viejo Continente.
El Madrid de la barriada de La Coru?a, que se Intenta aplicar en diferentes extrarradios de la poblaci¨®n, ha modelado aqu¨ª otra de sus personales expresiones: los h¨ªper y zocos. Primero surgieron en Majadahon da, punta de lanza de un consu mo de ne¨®n y l¨¢tigo de viejos ultramarinos y mercados; despu¨¦s todo el arrabal ha recibido la invasi¨®n de los luminosos templos del trueque con tarjeta de pl¨¢stico. Una visita a la calle o carretera principal nos muestra el poderoso avance del imperio con sumista ara?ando len tamente la calzada.
Junto a ellos, y fruto del vertiginoso clisparo del metro cua drado en las mil y una millas del casco urb,ano de la capital, se levantan funcionales edificios de oficinas -tambi¨¦n adosados, sin imitar el cu?o de los totem Castellana-, rodeados de encinas y vistas a la sierra. Las mejores vistas del gran Madrid, pues esto caracteriza adem¨¢s a la ruta. En las cercan¨ªas de Las Rozas se anuncian m¨¢s y mejores parques de oficinas que incrementar¨¢n el censo de la zona con j¨®venes oleadas de ejecutivos.
Lava met¨¢lica
La otrora calzada nacional N-VI exhibe todo su potencial y limitaciones a partir de las seis y media de la ma?ana. Es en las primeras horas del d¨ªa cuando los madrile?os adosados se ven mejor las caras. El embudo de La Moncloa absorbe pausadamente la riada de lava met¨¢lica mientras los ciudadanos med¨ªtan, durante el fatigoso trayecto, sobre las dificultades de su hato. Observan entonces, dormitando, c¨®mo las imponentes casas de los alrededores van dejando paso a los ¨²ltimos comercios y tenderetes de la avenida, y c¨®mo el furor adosado no se detiene.
Muchos echan en falta ahora un transporte p¨²blico que deber¨ªa completar el estilo de vida calcado precipitadamente a los vecinos europeos. Y se lamentan al escuchar en la radio el retraso de una promesa que lleva el nombre de un ilustre vecino de la calle, el plan Felipe, dise?ado para solucionar este problema.
Otros importantes personajes, los esp¨ªas del CESID, han aparcado recientemente en la traves¨ªa, muy cerca de la cota desde donde se divisa una de las mejores panor¨¢micas de Madrid. Desde all¨ª, la cuesta de las Perdices, millares de autom¨®viles -el porcentaje m¨¢s alto de autom¨®viles importados del gran Madrid- enfilan penosamente el camino hacia el gran bazar.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.