Opini¨®n y opinaci¨®n
No rebusque el lector en su memoria: opinaci¨®n (de opinatio) es vocablo de mi humilde cu?o, y su funci¨®n y sentido ser¨¢n explayados en cuanto sigue.Desde que los griegos descubrieron las credenciales humanas de la doxa, o sea, de la opini¨®n, ¨¦sta ha contenido un aquilatado tesoro de libertad y saber. La opini¨®n ha acompa?ado al hombre en la forja de esa cuadr¨ªcula salv¨ªfica, la horadada entre el dogma y la simple y refleja arbitrariedad. As¨ª, somos hombres porque opinamos, y opinamos porque no dependemos de sacerdotes omniscientes ni de inmortales d¨¦spotas que hayan helado para siempre la senda y los l¨ªmites de nuestro decir. Mas el inter¨¦s pr¨¢ctico que quiz¨¢ caracteriz¨® la opini¨®n en su origen ("?cu¨¢l ser¨¢ la mejor manera de vadear este r¨ªo?") se fue configurando con el tiempo en una instancia te¨®rica que no es ni inconclusa certeza ni indisputada. Recapitulemos un instante la historia. Como un im¨¢n bienhechor, la opini¨®n atrae a otras opiniones y contraopiniones para que en comparaci¨®n o pugna el hombre opte por alguna ponderada provisionalidad. No de otra forma -nos recuerdan los grandes helenistas- naci¨® la ciencia y la ley consensuada de los ciudadanos, la discusi¨®n est¨¦tica y pol¨ªtica, y los c¨®digos ¨¦ticos propuestos a escala humana. Por entonces no basta ya con el criterio pragm¨¢tico que salva una situaci¨®n espec¨ªfica; ahora ser¨¢ necesario establecer un acervo de opiniones ya expresas sobre las que todos operamos, quiz¨¢ para crear una opini¨®n nueva o para establecer cu¨¢l es la mejor: aquella doxa orth¨¦ de los griegos, hermana casi de la ciencia. En alg¨²n estadio, por tanto, surge algo parecido a una opini¨®n sobre las opiniones, a una tradici¨®n de la opini¨®n refleja o a un arte de saber opinar. Y ¨¦sa es la cultura de la opini¨®n, que, como toda verdadera cultura, es una forma de ascesis, o sea, de esfuerzo y memoria de un aprendizaje. (No en vano en lenguas como el alem¨¢n o el ruso el t¨¦rmino opini¨®n encierra como una chispa el radical indoeuropeo men, esto es, recordar). Y, en fin, desde el siglo XVIII el decisivo invento de la opini¨®n p¨²blica establece nuevos lindes y modos del debate -los que la opini¨®n de todos y de nadie puede generar sobre s¨ª misma, su polarizaci¨®n y su contenido-. De ahora en adelante la cultura de la opini¨®n contar¨¢ con esa entidad plural, escurridiza o p¨¦trea, y aunque algunos falsarios pretendan soslayarla argumentando que la opini¨®n p¨²blica no es la opini¨®n publicada (o ?publicable?), lo cierto es que nadie ha conseguido a¨²n desenmascarar ese invento como falaz quimera, ni siquiera las dictaduras m¨¢s sangrientas y ¨¢grafas. De no ser as¨ª, las t¨¦cnicas de adoctrinamiento y manipulaci¨®n de masas no existir¨ªan. De modo que ah¨ª tenemos a la opini¨®n -de anchos hombros y de ligeras plumas- soportando desde el inicio la b¨²squeda de la certeza, constituy¨¦ndose despu¨¦s en corpus de recordados y revisables saberes, y, en fin, sentando plaza de t¨¢cita maestra y juez de conductas y c¨®digos. Y es que la opini¨®n -escribi¨® un euf¨®rico ilustrado- "mueve el mundo".
Pero... ?es opini¨®n toda opini¨®n? Por supuesto que el juicio indocto y extempor¨¢neo sobre cualquier asunto, grave o balad¨ª, es tan antiguo como las m¨¢s antiguas de las opiniones. Mas la cultura de la opini¨®n -de la que todos somos herederos- demanda claramente otra cosa. Por eso ha constituido sus filtros y sus aduanas. Una humanidad adulta no puede fijar los l¨ªmites de su discurso en el chisporroteo de decires inanes, muertos ya antes de nacer, con lo que cierta clase de hombres parece hoy querer definirse. Y aqu¨ª es quiz¨¢ en donde opini¨®n y opinaci¨®n separan para siempre su camino, y en donde un pensamiento que aspire a la luz har¨¢ bien en distinguir radicalmente entre la una y la otra -como distinguir¨¢ lo real de lo ficticio, lo sano de lo enfermo y el hu¨¦sped del par¨¢sito. ?C¨®mo no reconocer ahora que el griter¨ªo multimedi¨¢tico de nuestra global aldea bloquea cada vez m¨¢s los cauces de la vetusta opini¨®n -que requiere saber y tiempo-, en aras del comparecer instant¨¢neo de la opinaci¨®n y sus profesionales? Aqu¨ª est¨¢ la novedad de una institucionalizaci¨®n ya hist¨®rica, con su sede, su ritmo y su precio. Desde tertulias televisivas, debates radiof¨®nicos y p¨¢ginas de prensa parece crearse ahora el fantasma de un nuevo uomo universale que lo mismo explica c¨®mo se quita una mancha de mora que desentra?a la trama posmoderna de la natalidad, interpreta el quiebro airoso de un banquero o argumenta la irrevocable pertenencia de la Ant¨¢rtida al Pa¨ªs Vasco. Los nuevos ilustradores lo saben todo, lo han le¨ªdo todo y lo ponderan todo al instante preciso. Tambi¨¦n son capaces de contraargument¨¢rse, pues en la indigencia intelectual el discurso humano es un simple calcet¨ªn. Todos saben que en el reino de los efirriero lo inexacto e informe se ha hecho ley: ?a qu¨¦ parar en escr¨²pulos? Nada de ascesis ni de cautela. Pas¨® ya la recoleta tertulia galdosiana: por el mismo precio, el lector-oidor absorbe ahora sociolog¨ªa y econom¨ªa de sobremesa, filosof¨ªa son¨¢mbula y demografia s¨²bita. Y es que pocos s¨ªmbolos iluminan mejor el rostro obsceno de la opinaci¨®n que el plasmado en estas mismas p¨¢ginas meses atr¨¢s. "?Por qu¨¦ no escribe usted algo sobre x"?, le hab¨ªa encarecido una dama a un publicista, a lo que ¨¦ste respond¨ªa taurino: "?Va por usted, se?ora!". He aqu¨ª el tinglado de la nueva farsa, que entremezcla la urgencia individual y el foro colectivo al tant¨¢n del oro medi¨¢tico. ?De qu¨¦ se trata a la postre? Como dec¨ªa Graci¨¢n, de la haza?er¨ªa, o sea, de un matonismo intelectual generador de arabistas en un minuto, de krerrilin¨®logos en dos y de nonadas en tres. Hablemos quedo, lector. No hace mucho, un literato espa?ol cargado de prebendas, de a?os y (seg¨²n ¨¦l) de envidias, recordaba en las ondas sus remotas visitas a un burdel de capital norte?a. En aquella (su) victoriosa posguerra copulaba el varonil var¨®n sobre el hule de la mesa de la cocina -crucial detalle- y... "si me sal¨ªa bien el polvo, gritaba: 'Gibraltar, espa?ol' o 'Arriba Espa?a". Pues bien, ?qu¨¦ diferencia separa la interjecci¨®n del versallesco anciano de la opinacion incontinente de un pol¨ªgrafo esc¨¦nico" Ninguna, a mi juicio. Ambos se instalan en la misma cuadr¨ªcula de "comunicaci¨®n": la gracia del institucionalmente gracioso que permite incensar uno y otro dicho con el marbete de la cultura. Al vivales -en t¨¦rmino inmejorablemente rescatado por Juan Goytisolo- no se le puede escapar el fil¨®n encontrado y jaleado cada d¨ªa. Las referencias valiosas del vocablo "cultura" ya sabr¨¢n ungir con ben¨¦fico b¨¢lsamo a la opinaci¨®n que, al contrario de la opini¨®n, nace de s¨ª misma y a s¨ª misma vuelve, est¨¦ril y endog¨¢mica, sin posarse jam¨¢s en el mundo de las cosas, los hombres y sus relaciones de sentido y sinsentido.
Volvamos a la luz. En conversaci¨®n con Paul Val¨¦ry se?alaba Einstein que las ideas eran algo muy raro en la vida y que ¨¦l no cre¨ªa haber pasado de una o dos. Quiz¨¢ el claro, escepticismo del poeta modific¨® un poco la angosta acepci¨®n de "Idea" para el gran f¨ªsico; pero, como admonici¨®n, esas palabras son verbo ¨¢ureo. Si concebir, cuidar, nutrir y presentar en lenguaje p¨²blico una idea es cosa tan dif¨ªcil, ?qu¨¦ no ser¨¢ tejer y destejer el lienzo penelopeo de la opini¨®n, que trabajamos precisamente con ideas? La opinaci¨®n, al contrario, no debe preocuparse. Bizquear¨¢ burlona al lado de su olvidada hermana, y no pasar¨¢ de un vuelo gallin¨¢ceo. La opinaci¨®n no unir¨¢ palabras fr¨¢giles con terceras cosas ni servir¨¢ nunca de mensajera entre los muertos y los vivos. Mas si renuncia a tales tareas, ?de qu¨¦ vale la credencial misma del pensamiento?
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