El verdugo
Despu¨¦s de un a?o y medio de vivir oculto para evitar una muerte segura, Salman Rushdie reneg¨® de su obra hasta humillarse afirmando que la raz¨®n, y no el miedo a perder la vida, le ha llevado a abrazar las creencias religiosas que, seg¨²n algunos extremistas isl¨¢micos, quedaron malparadas en su novela Los versos sat¨¢nicos.La respuesta del actual verdugo al arrepentimiento p¨²blico del escritor a¨²n ha sido m¨¢s brutal que la condena que le impuso el desaparecido Jomeini. "Aunque se arrepienta y se convierta en el m¨¢s p¨ªo de los hombres de su tiempo, debe morir".
Es f¨¢cil imaginar lo que sentir¨¢ Rushdle despu¨¦s de abjurar de su obra hinc¨¢ndose de rodillas ante un juez invisible. Debe sentir verg¨¹enza, m¨¢s angustia y una insufrible amargura.
Esto mismo es lo que siente cualquier persona honesta y libre ante la sanguinaria amenaza de un tirano. Esta amenaza, renovada con especial crueldad, es una afrenta inaceptable para toda la sociedad, incluida, por supuesto, la que est¨¢ sujeta a los caprichos del verdugo.
Salman Rushdle se acobard¨® y es comprensible su debilidad al cabo de tantos meses de terror y soledad. Su gesto parece l¨®gico.
Aunque la mayor¨ªa de los editores se identificaron con el autor indio, desafiando la amenaza con traducciones masivas de su obra, queda hoy claro que aquello no era suficiente, como tampoco lo ha sido el arrepentimiento del mismo Rushdie, para aplacar la ira del vengativo censor.
La lecci¨®n es di¨¢fana: jam¨¢s supliques el perd¨®n a quien carece de un m¨ªnimo sentido de la piedad, ni te humilles ante quien ignora lo que es la humildad.
El terrorismo religioso -pues de esto se trata- merecer¨ªa la respuesta del cielo y de sus pobladores, a los que pretende proteger el tirano, reclam¨¢ndolo cuanto antes y ofreci¨¦ndole all¨ª un lugar tan codiciado como inofensivo.
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