El muro de las lamentaciones
Me pregunta c¨®mo lleva Berl¨ªn Occidental, durante 45 a?os basti¨®n avanzado de la libertad, su primer a?o de unidad, y le dir¨¦ con franqueza que mal. Claro que oficialmente todo son felicitaciones y parabienes. Adem¨¢s, ?qui¨¦n tan perverso para que pueda sentir nostalgia de un pasado marcado por alambradas y muros infranqueables? ?Qui¨¦n tan mezquino para no alegrarse de la libertad que han recobrado los hermanos del Este? Al principio, hasta el ¨²ltimo berlin¨¦s se sinti¨® el centro del mundo, y esto ayuda a soportar las muchas sorpresas desagradables que han venido sucedi¨¦ndose desde la apertura del muro. Qu¨¦ me dice? ?Acaso la unificaci¨®n de la ciudad no era la utop¨ªa dorada de todos los berlineses? ?C¨®mo se siente un pueblo cuando, perdida toda esperanza, de pronto se han visto realizados los sue?os m¨¢s queridos? Los berlineses, no las instancias oficiales, con la experiencia del ¨²ltimo a?o, les dir¨¢n: "Bueno, estamos preocupados porque probablemente todav¨ªa no ha llegado lo peor".Si quiere enterarse de lo que piensa la gente nada mejor que viajar en autob¨²s. El berlin¨¦s no habla en la calle, y s¨®lo el lumpen, social o intelectual, engarza una conversaci¨®n en la taberna, pero, eso s¨ª, se resarce en el autob¨²s. Constituye el lugar privilegiado para el intercambio de opiniones y de estados de ¨¢nimo, ya que a la ventaja de ser un espacio cerrado, lo suficientemente peque?o para facilitar la comunicaci¨®n, a?ade la garant¨ªa de que hasta las m¨¢s enconadas disputas se interrumpen antes de llegar a las manos, al descender por lo general los interlocutores en paradas distintas.
En el mentidero que es el autob¨²s berlin¨¦s he observado en este ¨²ltimo a?o un malestar creciente de la poblaci¨®n. Empez¨® manifest¨¢ndose contra los polacos; luego inclu¨ªa ya a los alemanes del Este, que tienen en com¨²n con los primeros la virtud de invadir los comercios que venden al mejor precio y, por supuesto, llevarse las gangas de todos los dem¨¢s -"?porqu¨¦ usted no estar¨¢ dispuesto a hacer cola para comprar?"-, y estas navidades el despecho no se ha detenido ni siquiera ante los alemanes occidentales, "que nos tuvieron abandonados durante tanto tiempo y ahora quieren conquistar Berl¨ªn". Con los turcos, en cambio, se meten menos: se les considera parte integrante del Berl¨ªn que a?oran. El malestar explota en forma de una xenofobia localista, que acaba por considerar forasteros a todos aquellos que no vivieron los a?os heroicos en la isla que enmarcaba el muro, pero en realidad surge del miedo a tener que volver a competir duro por todo y cada cosa, pugna que toma cuerpo en la cola. El berlin¨¦s asocia la primera posguerra, los a?os de inflaci¨®n y la gran crisis, los a?os de guerra y luego la segunda posguerra con la cola. Para ¨¦l no existen m¨¢s que dos sistemas sociales: los que producen colas porque los bienes y los servicios permanecen siempre escasos y aquellos que no conocen tan terrible instituci¨®n.
El Berl¨ªn Occidental de las tres ¨²ltimas d¨¦cadas era una ciudad ocupada por los aliados, teledirigida desde Bonn, cortada de su hinterland por un muro, s¨ª, pero todo quedaba compensado porque la oferta en bienes y servicios, todos altamente subvencionados, hasta los m¨¢s exquisitos, concierto, ¨®pera y teatro, sobrepasaba con creces la demanda. En Berl¨ªn no sab¨ªamos lo que era viajar apretujado en el metro o de pie en el autob¨²s, ni hacer colas para subir al transporte colectivo, entrar en una piscina p¨²blica, sacar una entrada para la ¨®pera o ingresar en un hospital -al contrario, era tan grande la oferta de camas hospitalarias que hab¨ªa que andar con mucho cuidado para que no le internasen a uno por cualquier dolencia-, y ya de todo punto inconcebible que se pudieran hacer colas en un supermercado de productos alimenticios. En los a?os ochenta, la cola se hab¨ªa convertido en una instituci¨®n t¨ªpica y exclusiva de los pa¨ªses comunistas. El orgullo de la RDA se cifraba en que sus colas eran mucho m¨¢s cortas que las de Mosc¨².
Pues bien, la consecuencia inmediata de la ca¨ªda del muro fue la reaparici¨®n de la cola. El Gobierno federal regalaba a cada ciudadano que ven¨ªa de la RDA 100 marcos en efectivo. Mientras que existi¨® el muro, el n¨²mero de visitantes era peque?o, de hecho restringido a las personas mayores de 65 a?os. Una buena parte de la poblac¨ª¨®n probablemente ni siquiera sab¨ªa de la existencia de esta norma. Los primeros d¨ªas despu¨¦s de abierta la frontera los visitantes se contaban por millones: puede imaginar el lector las colas inmensas delante de las cajas de ahorro, oficinas de correos y bancos en los que se pagaban los 100 marcos. La apertura del muro tuvo un efecto inmediato, los berlineses occidentales se toparon de nuevo con largu¨ªsimas colas. En un primer momento a¨²n se sintieron privilegiados por no pertenecer al grupo de los que ten¨ªan que hacer cola, aunque en el fondo indignados de que un Estado que se nutr¨ªa de sus impuestos regalase tan alegremente el dinero. Pero dur¨® poco la ilusi¨®n, los millones de personas que hab¨ªan cobrado los 100 marcos se dirig¨ªan de inmediato a los comercios, sobre todo de aparatos electrodom¨¦sticos y de alimentaci¨®n, formando a su vez inmensas colas que obligaron a la poblaci¨®n a cambiar sus h¨¢bitos de compra.
Recuerdo que a los pocos d¨ªas de abrirse las frontera me llam¨® mi hija desde el colegio pidi¨¦ndome que fuera a recogerla con el coche, pues hab¨ªan pasado tres autobuses llenos y ella no pod¨ªa subirse con esos apretujones. No pod¨ªa hacerse a la idea de que en el futuro ten¨ªa que despedirse de la que desde su m¨¢s tierna infancia hab¨ªa sido su experiencia: unos autobuses que llegan puntuales a la parada, se sube uno tranquilamente y todos los pasajeros encuentran asiento libre.
En un a?o el tr¨¢fico se ha multiplicado por seis y casi se ha duplicado el tiempo que uno necesita para llegar en coche al mismo sitio. Mientras que hubo espacio en abundancia nadie aparcaba en doble fila, todos corteses a la hora de ceder una preferencia y, sobre todo, ignor¨¢bamos lo que es una discusi¨®n callejera por un estacionamiento. Este tipo de disputas est¨¢n dando vida a las calles, cada vez m¨¢s llenas de coches y de gente. El fen¨®meno parece universal: seg¨²n aumenta la densidad de tr¨¢fico, el conductor interpreta con mayor holgura las normas, sobre todo las de estacionamiento. En menos de un a?o se ha hecho habitual aparcar en prohibido o en doble. Y algo que me ha llamado poderosamente la atenci¨®n: ya no s¨®lo se saltan algunas normas por razones de conveniencia inmediata, aunque el comportamiento an¨¢rquico entorpezca la circulaci¨®n, de alguna forma habr¨¢ que bajarse del autom¨®vil, sino que, una vez establecida la ley de la jungla, no se
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respetan hasta las m¨¢s imprescindibles para la seguridad. Este a?o he visto m¨¢s de una vez saltarse sem¨¢foros en rojo, cosa que antes en Berl¨ªn me hubiera parecido inconcebible.
Una vez que han ca¨ªdo los muros y callado las ideolog¨ªas, el berlin¨¦s occidental ha tenido que admitir algo obvio, pero que se hab¨ªa empe?ado en negar durante cuatro d¨¦cadas: que su ciudad est¨¢ emplazada en el centro de la RDA en medio de una regi¨®n todav¨ªa bastante pobre y muy poco desarrollada. Si sale unos cuantos kil¨®metros fuera de la ciudad, ya en lo que fue la antigua RDA, tendr¨¢ que circular por p¨¦simas carreteras, estar atento al dep¨®sito de gasolina -las gasolineras no abundan-, imposible que encuentre un tel¨¦fono que funcione y desp¨ªdase de la idea de que va a topar con un local en el que pueda meterse. No me cabe duda de que la situaci¨®n mejorar¨¢ con el tiempo, pero, por lo pronto, a los berlineses occidentales les ha tocado de manera inesperada la suerte de tener que volver a vivir la ¨¦poca de la posguerra a poco que se alejen de casa.
No s¨®lo Berl¨ªn Occidental se descubre viviendo en una regi¨®n subdesarrollada, muy distinta de los centros de bienestar y de poder de la Europa comunitaria, sino a 60 kil¨®metros de Polonia, una naci¨®n pobre que pasa por una crisis grav¨ªsima, es decir, muy cerca de pa¨ªses sobre cuya estabilidad nadie apostar¨ªa un duro. Berl¨ªn se queda en capital honor¨ªfica de Alemania -el Gobierno y el poder seguir¨¢n residiendo en Bonn-, y s¨®lo si tiene suerte llegar¨¢ a ser el centro econ¨®mico de un territorio impreciso a ambos lados del Oder, con un mismo pasado estalinista.
Algo todav¨ªa m¨¢s grave ha puesto de manifiesto la unificaci¨®n de la ciudad: la riqueza inusitada de Berl¨ªn Occidental respecto a su entorno en buena parte ha sido producto de la divisi¨®n de Alemania y de la guerra fr¨ªa. Berl¨ªn Occidental debe el bienestar de que ha gozado en las tres ¨²ltimas d¨¦cadas a las alt¨ªsimas subvenciones provinientes de la Rep¨²blica Federal. Aunque despu¨¦s de la unificaci¨®n no haya forma de justificarlas, el viejo y el nuevo Senado de Berl¨ªn no tienen otro programa que intentar conservarlas el m¨¢ximo tiempo posible. En 1990 no se tocaron; se dice que en julio de 1991 se reducir¨¢n a la mitad, con la perspectiva de que desaparezcan en los pr¨®ximos a?os. Se comprende que la ciudad est¨¦ preocupada por su futuro.
?Qu¨¦ va a ser del Berl¨ªn cient¨ªfico y cultural sin subvenciones? La competencia entre los dos Estados otorg¨® a Berl¨ªn cuatro teatros de ¨®pera, montones de otros de gran calidad; me he parado a contarlos: 28 oficiales y 27 privados, que viven de las subvenciones. ?C¨®mo suprimir tajantemente las de Berl¨ªn Oriental y mantener las del Occidental, s¨®lo porque all¨ª las gentes de la cultura ten¨ªan que ser fieles al partido y aqu¨ª s¨®lo se les ped¨ªa no pertenecer al partido? ?C¨®mo mantenerlas cuando la filosof¨ªa de la unificaci¨®n ha sido la de confiar s¨®lo en el mercado, suprimiendo sin piedad todas las subvenciones? La argumentaci¨®n oficial de que las desgracias de la RDA tendr¨ªan su origen en haber realizado una pol¨ªtica de subvenciones de espaldas al mercado deja fr¨ªos a los berlineses, que saben por experiencia propia que el bienestar y, sobre todo, el apogeo cultural de su ciudad se ha debido a una pol¨ªtica indiscriminada de subvenciones, que todos saben que ha llegado a su fin.
Con estos datos, el lector ya se habr¨¢ hecho una idea del ambiente que reina en la ciudad un a?o despu¨¦s de que se abriera el muro. A lo mejor me cree si le cuento que as¨ª como la antigua burocracia estatal de la antigua RDA llora amargamente el haber perdido el momio de un Estado propio, una buena parte de la poblaci¨®n de Berl¨ªn Occidental cada d¨ªa que pasa m¨¢s se arrepiente de haber podido festejar aquel 9 de noviembre.
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