Fuerzas Armadas
Las Fuerzas Armadas son objeto, en nuestro pa¨ªs, de un amplio, confuso y m¨¢s o menos contenido rechazo y tambi¨¦n de un menos amplio culto devoto y apasionado. Debo anticipar que no dispongo, al respecto, de los resultados de ninguna encuesta realizada sobre apropiada muestra, por lo que el concepto y calificativos utilizados son de mi exclusiva responsabilidad. Es lo que me parece, como ciudadano que est¨¢ en la ciudad y oye lo que escriben, hablan y transmiten pol¨ªticos, periodistas y escritores.Est¨¢, por lo pronto, ese popular movimiento de rechazo del servicio militar obligatorio. Se comprende, muy bien que los interesados pretendan liberarse, sin m¨¢s, de ese peso. No es probable que, en la actualidad, el paso obligado por las Fuerzas Armadas sea para los m¨¢s algo distinto de una carga compensadora, aunque en otros tiempos y en otros lugares pueda haber sido o ser, para sectores importantes de poblaciones al borde de la miseria, el ¨²nico camino de liberaci¨®n, formaci¨®n y aun de fortuna, no f¨¢ciles de lograr en otro lugar de la sociedad. En cualquier caso, la mayor¨ªa, si se le pregunta, dir¨¢ seguramente que prefiere no ir. Las cargas son cargas, y no hay que pensar que la gente, desde su razonamiento e inter¨¦s individual, vaya a. pedirlas con masoquista devoci¨®n. Como los impuestos, el DNI, la licencia de armas y otras gabelas cuya aceptaci¨®n exige la convivencia.
Algunos piden eso y no piensan en m¨¢s. Otros, llevados por la l¨®gica y el sentido de la responsabilidad ciudadana, son coherentes hasta el final, y propugnan la desaparici¨®n de las Fuerzas Armadas, de modo que su inter¨¦s individual coincide con la visi¨®n personal del inter¨¦s colectivo, que consiste en el m¨¢s total y definitivo desarme unilateral; son los pacifistas sin paliativos; los que creen que no es necesaria ninguna suerte de organizaci¨®n militar, ni para mantener el orden interno ni la paz externa ni la defensa frente a agresiones for¨¢neas, bien porque est¨¢n seguros de que no se van a producir o porque consideran que es mejor no defenderse cuando de agresi¨®n externa se trata.
Otros no encuentran en s¨ª mismos tan confortable coherencia. Una cosa es que no quieran ir a las Fuerzas Armadas y otra que no las haya. Tiene que haberlas, pero el rechazo individual no plantea problemas insolubles. Como hay gente para todo, otros querr¨¢n ir. ,Hagamos unas Fuerzas Armadas de voluntarios, o sea, unas
Fuerzas Armadas profesionales, porque ya se supone que los voluntarios, en una sociedad como la nuestra, no van a ir sin recibir, al menos, una razonable compensaci¨®n que les permita dedicarse con seriedad a esa actividad. Caben, en teor¨ªa, Fuerzas Armadas de voluntarios no retribuidos, pero eso parece que ser¨¢ m¨¢s bien consecuencia de pasajeras y excepcionales situaciones, y as¨ª surgen brigadas internacionales o divisiones azules, pero no organizaciones militares permanentes.
Fuerzas Armadas profesionales no son, necesariamente, Fuerzas Armadas mercenarias. El mercenario es profesional, pero no todo profesional es mercenario. El que recibe una compensaci¨®n por desempe?ar un trabajo mediante el cual se realiza una funci¨®n de inter¨¦s general no es siempre un mercenario. Pues, de ser as¨ª, habr¨ªamos de calificar de tales a los jueces, catedr¨¢ticos de Universidad, m¨¦dicos de la Seguridad Social e ingenieros del Catastro, por hablar de algo de actualidad. Mercenario es el que se vende al que paga y hace el trabajo sin preguntar qu¨¦, para qu¨¦, c¨®mo y por qu¨¦. Y no es que algunos sujetos de tan ilustres colectivos no hayan exhibido, en el tiempo, ribetes de mercenariedad; pero en conjunto no es as¨ª; como tampoco lo es en los profesionales de las Fuerzas Armadas que actualmente las integran en parte, o las Integrar¨ªan en su totalidad si desapareciera la obligatoriedad del servicio militar.
A pesar de ello, puede estimarse que muchas personas eligen la profesi¨®n militar, sobre todo en sus grados inferiores, no porque sientan una predestinaci¨®n ni un deseo irrefrenable de dedicarse precisamente a esa tarea, sino porque la vida no les ofrece mejores o m¨¢s deseados empleos. Fuerzas Armadas profesionales significa, en esencia, Fuerzas Armadas de pobres (en. su inmensa mayor¨ªa num¨¦rica). Es un buen procedimiento para que los sujetos con mejores posibilidades en los mercados de trabajo y en el disfrute de rentas no ganadas sean eventualmente defendidos por gentes con menos oportunidades de prosperidad, que har¨¢n el trabajo arriesgado por una paga m¨®dica, y eso sucede sin mayores perturbaciones de conciencia; sin ir tan lejos como el golfo P¨¦rsico, con frecuencia mueren, a manos de terroristas profesionales, guardias civiles (y polic¨ªas nacionales, aunque ¨¦stos no sean Fuerzas Armadas), procedentes de grupos sociales de la mayor pobreza. Y los que se indignan protestan contra el asesino y su organizaci¨®n. Todo lo dem¨¢s parece normal.
Algo de esto ha habido, por ejemplo, en el emotivo ruido formado en torno al env¨ªo a mares lejanos de unidades con muchachos del reemplazo. Porque los voluntarios son otra cosa; al fin y al cabo, piensan muchos, si se dedican a esa actividad es porque quieren, gente rara que hay, con vocaci¨®n de cabo de la Marina o del Ej¨¦rcito de Tierra. Ya existieron los que se libraban de arriesgados ejercicios mediante el pago de una cuota. Unas Fuerzas Armadas s¨®lo profesionales son como el sistema de cuota, pero en plan macro, y, claro, suena mejor.
Otros sujetos se hartan de repetir lo que dicen la Constituci¨®n y los pol¨ªticos responsables: las Fuerzas Armadas est¨¢n al servicio de la democracia y bajo el mando de dirigente; elegidos por el pueblo. Pero les dan tratamiento, y sobre todo sentimiento, de enemigos del pueblo. Es cierto que la historia reciente, la manipulaci¨®n ideol¨®gica de las Fuerzas Armadas en el r¨¦gimen anterior y algunos no tan lejanos intentos de subversi¨®n producen perplejidad y desconfianza respecto de ciertos uniformes, y que esa idea de los poderes de hecho no ha desaparecido, porque hay gentes con memoria, y adem¨¢s amarga. Pero ah¨ª est¨¢ el contrasentido de tratar a tu defensor como a tu enemigo.
Tambi¨¦n hay aquellos a quienes repugna eso que podr¨ªamos llamar el estilo militar: disciplina dura, obediencia casi ciega, uniformidad externa, autoridad inmediata, tajante y respetada. No pueden evitar la n¨¢usea ante un estilo tan dispar del habitual en la vida, digamos, civil (aunque a veces es de una incivilidad ejemplar). Se debaten entre la aceptaci¨®n de la necesaria peculiaridad militar y el m¨¢s profundo rechazo.
La cuesti¨®n se complica con la vaga sospecha de que las Fuerzas Armadas son funcionalmente m¨¢s bien chapuceras y que, por eso, son demasiado caras. Juicio (o intuici¨®n) que, desde luego, puede aplicarse a
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