El perfil m¨¢s siniestro
VEINTICUATRO HORAS despu¨¦s de los primeros bombardeos sobre Bagdad, urge desde el primer momento preparar una paz sin humillaciones para nadie. Las m¨¢s tempranas informaciones que llegaban del escenario de la guerra conformaban la impresi¨®n de que se cumpl¨ªa la menos mala de las hip¨®tesis consideradas al estallar el conflicto: que ¨¦ste pod¨ªa ser relativamente corto -aunque sus secuelas duren, en cualquier caso, mucho tiempo- Pasada la primera euforia -en la que participaron los mercados de valores de todo el mundo y los intermediarios del petr¨®leo-, la guerra del Golfo adquir¨ªa, casi de repente, el perfil m¨¢s siniestro: Irak reaccionaba arrojando varios misiles sobre territorio israel¨ª. Es decir, involucrando al ej¨¦rcito m¨¢s potente de la zona, poseedor de la bomba at¨®mica, e intentando quebrar, del modo m¨¢s pr¨¢ctico posible, la alianza internacional opuesta a la anexi¨®n de Kuwait por parte de sus socios ¨¢rabes.Dentro de la ambig¨¹edad de las noticias de la guerra -en la que casi todo lo confirmable llega a ser fehaciente mucho tiempo despu¨¦s- se puede afirmar que la selectividad de los objetivos militares del primer momento ha sido rota por la indiscriminaci¨®n de las v¨ªctimas civiles, probablemente agredidas por uno de los armamentos m¨¢s destructores: los misiles qu¨ªmicos, utilizados en el pasado por ese magn¨¢nimo l¨ªder ¨¢rabe llamado Sadam Husein para exterminar al pueblo kurdo.Pese a todo ello, al asco y al horror por los sufrimientos de las personas implicadas en la conflagraci¨®n, que producen un hondo pesimismo en cualquier observador de buena voluntad, la superioridad aplastante de los medios t¨¦cnicos de los aliados internacionales sigue permitiendo deducir que es posible acortar la guerra y reducir sus espantosos efectos humanos, morales y econ¨®micos. Desde los primeros instantes del primer bombardeo, los dirigentes del mundo tienen la obligaci¨®n de acabar con el espanto e imaginar c¨®mo se aborda la inmediata posguerra: con el di¨¢logo pol¨ªtico, el respeto, la tolerancia, la generosidad; no con la imposici¨®n, el desquite, el desprecio, el ninguneo, la aniquilaci¨®n absoluta, la humillaci¨®n.
Es significativo subrayar que las reacciones a las primeras operaciones b¨¦licas en casi todos los pa¨ªses -y en particular en los que han apoyado las resoluciones de las Naciones Unidas- est¨¢n dominadas por la preocupaci¨®n de que cesen las hostilidades lo antes posible, para que sean abordados los verdaderos problemas hist¨®ricos de la zona. Sin hablar del repudio popular a la guerra (que ha adoptado diversas formas), llama la atenci¨®n la actitud complementaria de los Gobiernos europeos, su deseo de que la conflagraci¨®n sea lo m¨¢s corta y ligera posible, y la solidaridad con la acci¨®n de los aliados en cumplimiento de las resoluciones de la ONU.
El anhelo de que se ponga fin a la guerra cuanto antes dimana en primer lugar de los sentimientos de humanidad que comparten todos los pueblos del mundo. Pero existen a la vez las razones m¨¢s poderosas de orden pol¨ªtico: es imposible cerrar los ojos ante el previsible impactoque este conflicto deje en la mentalidad de los ciudadanos ¨¢rabes, influida por la idea -muchas veces elaborada de modo primar¨ªo- de que los occidentales, los pa¨ªses ricos, quieren doblegar y aplastar a los pobres: el Norte contra el Sur, con un invitado que ya no es de piedra: Israel. La forma m¨¢s eficaz de deshacer la falacia es demostrar que el objetivo de las resoluciones de la ONU es restablecer el derecho internacional: que ninguna naci¨®n pueda anexionar gratuitamente a otra por la fuerza de las armas, y que se aplican todas y cada una de las resoluciones de las Naciones Unidas, sin selecciones interesadas. La conferencia internacional sobre el problema palestino es d¨ªa a d¨ªa m¨¢s imprescindible.
Para todo ello el papel de Europa es insustituible. Las diferencias que surgieron con EE UU durante las fracasadas negociaciones de ¨²ltima hora sobre la conferencia internacional palestina tienen un calado profundo. Lamentablemente, los mecanismos comunitarios, las contradicciones internas de los Doce, dejaron a Europa sin voz en el momento decisivo. Es una experiencia cuya repetici¨®n ser¨ªa suicida. La presencia de una CE madura, con peso propio, es imprescindible para que, calladas las armas de una vez por todas, los agudos desequilibrios de la regi¨®n se enfoquen con una mayor cooperaci¨®n. Para que. no desaparezcan objetivos fundamentales como la soluci¨®n del problema palestino y las reformas que eleven los niveles de democracia, solidaridad y justicia social.
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