De la euforia a la cautela
LA REACCI?N de los mercados financieros -burs¨¢tiles y de divisas-, del oro y del petr¨®leo, a la evoluci¨®n inicial del conflicto b¨¦lico en Oriente Pr¨®ximo refleja la menor incertidumbre asociada a los desenlaces del conflicto. La informaci¨®n disponible hoy, con todos sus sesgos, es superior a la existente antes del estallido de la guerra, y parece anticipar, siempre con enormes m¨¢rgenes para los imprevistos, uno de los desenlaces menos desfavorables de los considerados por los agentes econ¨®micos y financieros: la resoluci¨®n relativamente r¨¢pida y sin da?os considerables sobre la capacidad de producci¨®n de crudo en la regi¨®n. Es ¨¦sta una valoraci¨®n meramente t¨¦cnica, que no tiene en cuenta los horrores de la guerra, que, de cotizarse en los mercados de futuros, los har¨ªa estallar por los aires.La recuperaci¨®n de las cotizaciones en la generalidad de las bolsas, as¨ª como los descensos en el tipo de cambio del d¨®lar y en el precio del oro, consecuentes con su menor protagonismo como valores refugio, responden igualmente a esas mayores posibilidades de normalizaci¨®n econ¨®mica. La definitiva asimilaci¨®n de un escenario tal permitir¨ªa el retorno del precio del barril a precios pr¨®ximos, e incluso inferiores, al establecido como referencia por la OPEP d¨ªas antes de la invasi¨®n de Kuwait. En tales circunstancias de preservaci¨®n de la capacidad de producci¨®n del petr¨®leo, el anuncio de los planes de la Administraci¨®n estadounidense y de la Agencia Internacional de la Energ¨ªa para situar en los mercados parte de las reservas estrat¨¦gicas contribuy¨® al brusco descenso en el precio del barril.
La continuidad de un panorama tal no est¨¢ ni mucho menos garantizada, y esa misma sensibilidad exhibida por los mercados a la informaci¨®n sobre el pulso del conflicto no hace sino acentuar la volatilidad de los precios y cotizaciones. Su prolongaci¨®n o estancamiento, por el contrario, renovar¨ªa la incertidumbre y las cautelas en las decisiones econ¨®micas, que tan expresivamente se ha puesto de manifiesto en la par¨¢lisis inversora constatada durante estos ¨²ltimos meses en la mayor¨ªa de los pa¨ªses industrializados. La virtualidad de una situaci¨®n tal no cabe descartarla y, en todo caso, las posibles respuestas del Ej¨¦rcito iraqu¨ª aconsejan un distanciamiento de esa euf¨®rica reacci¨®n con que han saludado los mercados financieros y del petr¨®leo el inicio de aqu¨¦lla. As¨ª lo ha reconocido el presidente Bush en su comparecencia p¨²blica del pasado viernes.
Las econom¨ªas de los pa¨ªses industrializados no est¨¢n en el mejor de los momentos para soportar los efectos de un deterioro adicional de las expectativas. El perfil recesivo que hoy caracteriza a algunas econom¨ªas y, fundamentalmente, a la de EE UU, se acentuar¨ªa tanto m¨¢s cuanto menor es el margen de maniobra de que dispone su presupuesto para tratar de compensar esa desaceleraci¨®n. EE UU afronta esta guerra con el mayor d¨¦ficit presupuestario de su historia. Su ampliaci¨®n no har¨ªa sino a?adir tensiones inflacionistas adicionales sobre aquella econom¨ªa, incrementar¨ªa las dificultades sobre sus posibilidades de financiaci¨®n y reforzar¨ªa la severidad de la recesi¨®n actual, retrasando la salida de la misma. En esas condiciones, la necesidad de reducir la duraci¨®n de la guerra evitando el tr¨¢nsito, en ese y otros pa¨ªses, a situaciones propias de una econom¨ªa de guerra, es una condici¨®n ineludible para que el balance del conflicto sea cuando menos neutral a los intereses de quien ha asumido la iniciativa y el liderazgo de su actual configuraci¨®n. No se puede prescindir del an¨¢lisis econ¨®mico de la guerra, aunque su frialdad le haga antip¨¢tico per se.
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