Sean Connery y Michelle Pfeiffer salvan una mediocre adaptaci¨®n de 'La casa Rusia'
Marco Bellochio repite en 'La condena' su habitual efectismo
ENVIADO ESPECIALUna tramposa y art¨ªsticamente nula adaptaci¨®n de la novela del famoso escritor brit¨¢nico John LeCarr¨¦, La casa Rusia, escrita por el tambi¨¦n brit¨¢nico Tom Stoppard y realizada por el australiano Fred Scepisi, se hace soportable gracias a la magn¨¦tica presencia en la pantalla de dos grandes del cine mundial, Sean Connery y Michelle Pfeiffer, quienes -como ya es norma en esta triste edici¨®n de la Berlinale- tampoco acudieron a presentar y defender su notable esfuerzo, alegando motivos de trabajo poco creibles y con sabor a excusa y coartada.
El filme fue acogido con algunos aplausos agradecidos, s¨ªntoma de alivio tras el inconcebible engendro presentado poco antes por Italia: La condena, uno de los peores filmes que se han visto en este festival, lleno de p¨¦simo cine. Marco Bellochio es un cineasta italiano que alcanz¨®, inexplicablemente, aura de autor de prestigio y calidad a. mediados de los a?os sesenta con los filmes I pugni in tasca y La Cina e vicina, que por suerte no se estrenaron en su tiempo en Espa?a gracias a su izquierdismo, que, aunque fuera de sal¨®n y no tuviera ni la menor capacidad inovilizadora, moviliz¨® en cambio) a la miope censura franquista, que les aplic¨® sin contemplaciones el l¨¢piz rojo. Por una vez, el franquismo hizo, aunque fuera (le manera involuntaria, un gran favor a la causa de la libertad, evitando que los espectadores espa?oles cayeran v¨ªctimas del espejismo que dio fama a un realizador de cuarta clase, en un arte donde dicen que la tercera es la m¨¢s baja.
Su filme La condena cocina los dos mismos ingredientes que El diablo en el cuerpo: intelectualismo izquierdista barato, de catecismo y sexo, o anzuelo seudoporno.
Un par de horas despu¨¦s, la misma sala que Bellochio hab¨ªa vaciado con su penosa La condena se llen¨® hasta los topes buscando la revancha contra el tedio en la proyecci¨®n de La casa Rusia, cuyos ingredientes (John LeCarr¨¦ m¨¢s Tom Stoppard en la escritura, y Sean Connery, Michelle Pfeiffer, Klaus Maria Brandauer, Roy Scheider y James Fox en la interpretaci¨®n) abr¨ªan paso a la esperanza de que la bien probada median¨ªa del realizador australiano Fred Schepisi quedara por ellos compensada. Fue as¨ª en parte, s¨®lo en parte. El gui¨®n del buen escritor que es Tom Stoppard, al servicio de una novela. agradable y bella de otro no menos grande escritor como es el legendario John LeCarr¨¦, result¨® ser igualmente malo: atropellado, banal, a veces confuso, facil¨®n en extremo y con un final feliz literalmente deleznable, que adultera y humilla a toda la escritura de LeCarr¨¦ y que imaginamos que ¨¦ste habr¨¢ aprobado a cambio de un sabroso y c¨ªnico tal¨®n al portador adicional. De otra manera, no hay explicaci¨®n posible de que el bell¨ªsimo, al mismo tiempo doloroso y reconfortante, desenlace de la novela haya sido sustituido por el happy end m¨¢s burdo que pueda imaginarse ,con abrazo y beso final entre Connery y Pfeiffer , en c¨¢mara lenta para mayor inri.
Fue el cap¨ªtulo de la interpretaci¨®n el que salv¨® a la casa Rusia de la quema y tambi¨¦n solo en parte.Fox y Scheider no se creen lo que hacen y lo defienden mal pero con oficio.Brandauer compone su amargo y entra?able personaje con m¨¢s convicci¨®n , pero el actor austriaco, aunque act¨²a bien, no logra entrar f¨ªsicamente en el personaje, o, con palabras m¨¢s caseras, no da el tipo. Quienes, en cambio, lo dan son Sean Connery y Michelle Pfeiffer, y son ellos quienes sostienen al espectador en su butaca y le hacen re¨ªr, sonre¨ªr, e incluso emocionarse en un par de ocasiones.
Sean Connery llena, hace reventar la pantalla de vida, de humor Y, a r¨¢fagas, de dolor. Es un grande.En los t¨ªtulos de cr¨¦dito se lee al final: "Un filme de Fred Schepisi". Deber¨ªa decir: un antifilme de Fred Schepisi,y un filme de Sean Connery, bien. ayudado por Michelle Pfeiffer.
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