Violencia
Mientras las teor¨ªas de Darwin o de Hegel dominaron las mentes se daba por seguro que la violencia era condici¨®n b¨¢sica de la naturaleza humana.Hay indicios de que la opini¨®n contraria avanza. Muchos cient¨ªficos y expertos comienzan a desautorizar el supuesto de que la guerra posea motivaciones biol¨®gicas o etol¨®gicas, originadas en nuestro comportamiento animal.
El Documento Sevilla sobre la Violencia, emanado del VI Coloquio Internacional sobre Cerebro y Agresi¨®n, que se celebr¨® en la capital andaluza en 1986 con apoyo de la Unesco, lo deja muy claro. El documento, que firman 20 especialistas, entre los que se encuentran Jos¨¦ M. Rodr¨ªguez Colorado, Santiago Genov¨¦s, Robert Hinde y Federico Mayor Zaragoza, es breve y contundente. En una nota previa de los editores se advierte que mas que centrarse en una discusi¨®n acad¨¦mica, el documento pretende ser social. Su prop¨®sito ser¨ªa "eliminarla creencia estereotipada y sin fundamento de que la guerra es inevitable".
La alternativa obvia es que la guerra es un producto de la cultura y que responde a problemas sociales y a actitudes propias de la civilizaci¨®n. Sin embargo, no deja de ser curioso que los que siempre han defendido una peculiar teor¨ªa de la guerra seg¨²n la cual las causas econ¨®micas son determinantes vengan ahora a escandalizarse de que ¨¦stas tuvieran un papel en la crisis del golfo P¨¦rsico.
No se trata de negar los errores y torpes maquiavelismos de la pol¨ªtica occidental. Pero ?por qu¨¦ no repasan un poco los cr¨ªticos de la decisi¨®n de la ONU la trayectoria de la zona? ?Por qu¨¦ no reparan en la l¨®gica ascendente que llev¨® al actual dictador Sadam Husein a intentar la aventura militar tras d¨¦cadas de preparaci¨®n, de acumulaci¨®n, de voluntad secular de sustituir a Egipto y a Ir¨¢n en el liderazgo del mundo ¨¢rabe? ?Por qu¨¦ no se acuerdan de que no fue ¨¦sta la primera vez que Irak intent¨® anexionarse el emirato de Kuwalt (ya lo pretendi¨® en 1961) y de que tales pretensiones s¨®lo se basan en un naclionalismo populista tan previo al Estado de derecho y tan impresentable, por lo menos, como las monarqu¨ªas petroleras?
?Por qu¨¦ -en el fondo- ese odio a la vuelta de Israel a su tierra hist¨®rica, permitida primero y propiciada despu¨¦s por la estrategia de Occidente, pero tan justa al menos como las aspiraciones del pueblo palestino a encontrar tambi¨¦n su acomodo pol¨ªtico? ?A qu¨¦ viene -por fin- ese secreto respeto a un vago socialismo ¨¢rabe que no es otra cosa que un fen¨®meno de subsovietizaci¨®n, como lo llama Daryush Shayegan? Bienvenido sea ese socialismo si logra articular la democracia en la regi¨®n y en su cultura, cosa que por ahora no se vislumbra.
Hemos asistido a otra guerra local mucho m¨¢s seria y controlada que las precedentes. Quiz¨¢ por eso el consenso y la transparencia han sido mayores que en otras ocasiones lamentables en las que, seg¨²n denunciaba Chomsky desde estas mismas p¨¢ginas, las cosas se hac¨ªan por la tremenda, clandestinamente y sin m¨¢s control que el de los intereses particulares implicados.
Contra la esperanza previsora, la violencia b¨¦lica y otros tipos de violencia persisten como si nada. ?No reclama esto alguna reflexi¨®n que vaya m¨¢s all¨¢ del an¨¢lisis pol¨ªtico?
La continuaci¨®n de la violencia parece obedecer a dos motivaciones extremas. Una es la violencia metaf¨ªsica, que se ejerce desde un discurso o proyecto que legitima el sacrificio de la vida, propia y ajena. Otra es la violencia pasional, aplicada en pos del propio inter¨¦s o resultante tr¨¢gica de alguna patolog¨ªa. Ambas se combinan en la violencia real, socialmente generada.
La violencia metaf¨ªsica es, por ejemplo, la del terrorismo y la del poder totalitario. De suerte que cuanto m¨¢s puras y menos implicadas con la violencia pasional, m¨¢s han gozado ambas de la inmerecida aureola esteticista que se fascina ante la fosforescencia del mal necesario.
Que la ciudadan¨ªa, en cambio, acepte la justeza, si no la justicia, de una cierta violencia y que se abstenga al mismo tiempo de todo entusiasmo belicista es lo m¨ªnimo que cabe esperar en este momento de la construcci¨®n de la paz. No deben ser convocados ni el ¨¢ngel de la muerte ni el h¨¦roe enmascarado para que acudan en defensa de nuestra facci¨®n favorita.
La l¨®gica de la paz pide que no se confunda el pacifismo con la canalizaci¨®n colectiva del miedo, que no entre en nuestro ¨¢nimo el s¨ªndrome irracional de identificaci¨®n con el agresor que utiliza su debilidad relativa para chantajearnos. Yo sigo estando en que el pueblo nunca es culpable, aserci¨®n que precisa en cada caso, por cierto, una referencia clara de qui¨¦n es el pueblo. Pero otra verdad terrible y complementarla ense?a que en las contiendas no siempre el m¨¢s poderoso es culpable, ni el m¨¢s d¨¦bil, inocente.
Quien no ha aprendido esto, vive una tortura interior que le lleva, pongo por caso, a tomar como crueldad trivializadora el lenguaje autoprotector que seg¨²n suele usarse en la milicia profesional evita las expresiones de fe metaf¨ªsica. Puede ser la charla euf¨®rica del piloto que acaba de exponer su vida en una misi¨®n. Se comprende el ¨¢nimo turbado de quien se escandaliza. No acaba de ser aut¨¦ntica compasi¨®n por las probables v¨ªctimas -que habr¨ªa de expresarse en una serenidad cuyo modelo es la plegaria religiosa- ni llega a ser desacuerdo pol¨ªtico con el ataque en s¨ª. Proclamando asimismo que "¨¦sta no es nuestra guerra" o que "¨¦sta guerra no es justa" viene a declararse que existe alguna que al parecer s¨ª lo ser¨ªa, lo que es a¨²n peor. M¨¢s vale sostener la ficci¨®n de que las v¨ªctimas so n accidentales que pensar siquiera que hay alguna circunstancia en la que las v¨ªctimas ser¨ªan sustanciales: muertos y bien muertos con toda justicia. Creo, con Norbert Elias y otros, que no hay raz¨®n para aplicar el concepto de justicia ni a la guerra ni a la muerte de una persona, aunque sea s¨®lo una.
Pero con sus actitudes ambiguas, que ellos toman por decididas y civiles, nuestros castizos antiimperiales se incordian a s¨ª mismos e incordian a quienes han de tomar decisiones pol¨ªticas no s¨®lo para la crisis del Golfo, sino tambi¨¦n para otros conflictos.
El fondo de la cuesti¨®n sigue siendo ¨¦ste: ?es evitable la guerra seg¨²n supone el Documento Sevilla? ?Son solucionables las causas econ¨®micas y culturales que producen guerra con un ritmo hasta hoy inexorable" Podr¨ªa establecerse lo siguiente: del mismo modo que el desarrollo del discurso de la autonom¨ªa nos ha colocado ante la evidencia de que la libertad es indivisible, as¨ª sucede que el curso de la descentralizaci¨®n y multiplicaci¨®n de la fuerza del poder ha desembocado en la sospecha de que la violencia es innecesaria. Y por tanto, si es que alguna vez fue lo contrario, irracional. Por tanto, las guerras venideras s¨®lo pueden ser legitimadas bajo el supuesto de una progresiva eliminaci¨®n de los conflictos bilaterales y su sustituci¨®n efectiva -de lo que la guerra del Golfo contra Irak era nada m¨¢s que un remedo o un esbozo- por una polic¨ªa del Estado mundial. La acumulaci¨®n de fuerza no ha sido esta vez el mal menor que imponiendo el simulacro y la prevenci¨®n dilata y disuelve la din¨¢mica b¨¦lica (el ¨²nico simulacro ha sido el viejo truco de las armas de pega que enga?an a las m¨¢quinas inteligentes). En todo ello hay a¨²n demasiada violencia pasional.
Si bien es cierto, adem¨¢s, que toda guerra que no sea absoluta y autodestructiva es ya d¨¦bil e incapaz de responder a una l¨®gica de necesidad, no por eso ocurre que la violencia leg¨ªtima y democr¨¢tica se haya convertido en meramente residual e irrelevante. Falta mucho para la afirmaci¨®n de una gendarmer¨ªa mundial. Cuando se logre, estaremos seguros de que el estatuto de la guerra habr¨¢ cambiado en profundidad y para mejor. Mientras tanto, nos cabe consolarnos con el convencimiento de que ese objetivo no es incompatible, sino m¨¢s bien convergente, con la b¨²squeda de un orden social m¨¢s justo.
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