Todo un s¨ªmbolo
"Si vivo, escribir¨¦ el texto; si no fuera as¨ª, ah¨ª queda el que escrib¨ª para mi ¨²ltimo libro. Te puede servir". Son algunas de las palabras que yo le o¨ª pronunciar a Mar¨ªa Zambrano durante nuestro ¨²ltimo encuentro. Le hab¨ªa pedido que escribiera un texto para ser le¨ªdo en un pr¨®ximo encuentro sobre san Juan de la Cruz, y ella me respond¨ªa con esa sutileza que le caracterizaba, tan sabia y -en este caso concreto- tan llena de fat¨ªdica intuici¨®n.A la luz de esta modesta an¨¦cdota, lo primero que se me ocurre pensar es que la muerte de Mar¨ªa Zambrano, en este a?o en que celebramos el cuarto centenario de la muerte del autor del C¨¢ntico, es todo un vaticinio, una coincidencia llena de f¨¦rtiles significados. Ella amaba de manera especial¨ªsima a aquel m¨ªstico que supo fundir -como tambi¨¦n le suceder¨ªa a la propia Mar¨ªa- la poes¨ªa con el pensamiento. En la biograf¨ªa de Mar¨ªa Zambrano pesaban mucho aquellos momentos ¨ªntimos y puros de sus noches en Segovia: la presencia de san Juan a orillas del r¨ªo, en la cueva del huerto del monasterio. Y la memoria de aquel amigo de su padre llamado Antonio Machado.
Su muerte -aunque esperada por sus amigos- es muy dif¨ªcil de aceptar, y resulta irreparable para la poes¨ªa. No s¨®lo en concreto para la poes¨ªa espa?ola, sino para la poes¨ªa en general como fen¨®meno creador. Es dif¨ªcil de aceptar esta p¨¦rdida, porque con su presencia Mar¨ªa Zambrano encarnaba un saber y un sentir idealmente ejemplares. Un saber y un sentir ideales por su perfecci¨®n, no por su carga de utop¨ªa. Su ejemplo es muy alto, y su palabra era tan clara y fluida como la que se derramaba en sus escritos.
Su p¨¦rdida es grande para la poes¨ªa porque ella cre¨ªa mucho en este g¨¦nero. Toda su vida se nutri¨® de poes¨ªa, aunque no escribiera versos. Sus ideas son y ser¨¢n insustituibles para todos aquellos que creen en la palabra trascendida, para quienes creen en la poes¨ªa como una v¨ªa de conocimiento. Por eso, su ejemplo -en tiempos de iron¨ªas y descreimientos en torrio a un g¨¦nero tan excelso- fue siempre muy alto; su actitud no sab¨ªa de vacilaciones; su ejemplo era constante. Esto en cuanto se refiere a algunos significados concretos. La lectura que se puede hacer de la muerte de Mar¨ªa Zambrano en estos momentos de reciente barbarie b¨¦lica y de destrucci¨®n ambiental dar¨ªa pie para tina m¨¢s pormenorizada reflexi¨®n. La ausencia de un universalismo fraterno en estos momentos choca frontalmente con el af¨¢n de los que siempre lucharon por acrecentarlo.
Es muy dif¨ªcil resumir en pocas palabras todo lo que la persona y la obra de Mar¨ªa Zambrano -todav¨ªa tan mal conocida, todav¨ªa tan parcialmente editada- suponen para la cultura espa?ola. Ya en alguna otra ocasi¨®n ha intentado escribir para fijar la presencia de esta autora en esa cadena de conocimiento esericial que viene de muy atr¨¢s: del neoplatonismo y de la m¨ªstica, de Miguel de Molinos, de los autores del 98, de esa encrucijada del liberalismo m¨¢s f¨¦rtil que se dio en los a?os treinta.
Cuando grab¨¦ una entrevista con ella en torno al tema de la iniciaci¨®n, Mar¨ªa fue fijando esos hitos o eslabones de nuestro mejor pensamiento, desvelando aquellos momentos de la historia europea (y aquellos lugares, y aquellas obras) en que se hab¨ªa producido ese milagro de la palabra entregada y destinada, a la vez, al pensamiento y a la poes¨ªa, a la raz¨®n y al coraz¨®n. ?Fusi¨®n tan rara entre espa?oles! Y d¨¢ndome los nombres de los dem¨¢s, no se daba cuenta de todo lo que iba fijando de s¨ª misma en aquella entrevista. Hablaba del ejemplo de los otros, pero en sus palabras se filtraba su propia experiencia, su pasi¨®n vital, el arquetipo de la raz¨®n po¨¦tica. De tal manera que ella, sin saberlo, acababa siendo un ejemplo m¨¢s, otro eslab¨®n -?eI ¨²ltimo?- de esa cadena de conocimiento iniciado.
Mar¨ªa Zambrano no ten¨ªa nada de lo que com¨²nmente reconocemos como mujer espa?ola, pero al mismo tiempo ?era tan esencialmente espa?ola, tan part¨ªcipe de los mejores significados de la palabra Espa?a! Su visi¨®n de lo espa?ol -despu¨¦s de tantos a?os de exilio- no estaba te?¨ªda de esa amargura herida que a veces suele empanar los testimonios de los exiliados. Ella nos record¨® que siempre hab¨ªa llevado a su pa¨ªs dentro de s¨ª: la Espa?a del estoicismo y de la dif¨ªcil raz¨®n, la de la "muerte callada" y la del "coraz¨®n abismado".
Manrique, Cervantes, Gald¨®s, Antonio Machado, Ortega, eran algunas de las coordenadas que determinaban esa forma de ver y de entender nuestra cultura de la claridad. M¨¢s all¨¢ de pasiones y de sangres fratricidas, tambi¨¦n conservaba la imagen de aquel an¨®nimo espa?ol que un d¨ªa de abril de 1931 ella encontr¨® en una calle de Madrid y que iba gritando: "?Que viva... todo el mundo!". El inconsciente colectivo gritaba la flexibilidad y la alegr¨ªa que luego no pudieron ser.
Quedan, en fin, en esta hora, esos recuerdos de ella mucho m¨¢s sutiles o aparentemente insignificantes, pero m¨¢s inmediatos: su presencia m¨¢gica (ten¨ªa algo de sibila, como ha recordado Rafael Alberti); su sonrisa primera y abierta, aunque luego fuera seguida por el m¨¢s intachable rigor; su saber que no quer¨ªa saber, tan libre de soberbia y de vana erudici¨®n; su af¨¢n de sinton¨ªa humana y espiritual con los seres, m¨¢s all¨¢ de intereses puramente intelectuales; sus silencios, a trav¨¦s de los cuales tanto hablaba.
Y aquellas manos, tan resecas, tan sobrecargadas de venas, que a m¨ª me parecieron -el ¨²ltimo d¨ªa- que las vi como las lomas, valles y arroyos del m¨¢s humilde de los paisajes espa?oles. Todo un s¨ªmbolo para el que supiera leer en ellas.
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