"Mi entrevista con Sadam Husein"
El periodista de la CNN Peter Arnett narra los detalles de su encuentro con el l¨ªder de Irak en plena guerra del Golfo
Quiz¨¢ las circunstancias m¨¢s curiosas que rodean cualquiera de las informaciones que mand¨¦ desde Bagdad son las concernientes a m* entrevista con Sadam Husein, llevada a cabo en la segunda semana de la guerra. La promesa de tal entrevista hab¨ªa mantenido a Bernard Shaw en Bagdad durante los primeros d¨ªas de la guerra, y el presidente de la CNN, Tom Johnson, me hab¨ªa pedido con insistencia que la consiguiera.A ¨²ltima hora de cierta tarde, en una de las salas oscurecidas del hotel Al Rashid, se me dijo que ten¨ªa una entrevista ".importante". Supuse que era con el ministro de Informaci¨®n, Latif Jassim, hasta que cuatro fornidos j¨®venes vestidos con trajes y corbatas me escoltaron hasta una habitaci¨®n del segundo piso, me pidieron que me desvistiera completamente, y empezaron a revisar cada bolsillo y cada costura de mi ropa. Pusieron en una bolsa de pl¨¢stico mi cartera, mi reloj, mi bol¨ªgrafo, mi libreta de notas, agenda, pa?uelo y peine, y se los llevaron. Se mostraron reacios a devolverme el cintur¨®n hasta que protest¨¦.
Desinfecci¨®n de manosUna vez completamente vestido, me llevaron al ba?o y me sumergieron las manos en un desinfectante que llevaba uno de los del grupo. Esto es una forma extrema de seguridad, pens¨¦, o Sadam Husein tiene una fobia a los g¨¦rmenes parecida a la de Howard Hughes. Despu¨¦s volvieron a escoltarme al recibidor del hotel, y se me dijo que no hablara ni tocara a nadie.
Mientras esperaba en la penumbra, mis colegas de la CNN llegaron despu¨¦s de un viaje de tres d¨ªas desde Amm¨¢n con un transmisor de v¨ªdeo port¨¢til por v¨ªa sat¨¦lite y gran cantidad de equipo. Cuando se acercaron alegre y tumultuosamente a m¨ª, tuve que gritarles: "?No me toqu¨¦is!". M¨¢s tarde, cuando telefonearon al editor internacional de la CNN, Eason Jordan, y le contaron lo sucedido, ¨¦ste les dijo que tal vez yo estuviera enfadado porque hab¨ªan llegado tarde.
Me llevaron a un BMW negro ¨²ltimo modelo, en el que entr¨¦ solo. El conductor cruz¨® el puente del Catorce de Julio y se meti¨® en la ciudad oscurecida. Pronto fue evidente que estaba comprobando que nadie le segu¨ªa, haciendo complicadas maniobras, dando tres y cuatro vueltas a las raquetas de distribuci¨®n del tr¨¢fico, entrando y saliendo de los barrios pobres por rutas sinuosas.
Despu¨¦s de una hora de conducir, llegamos a un confortable bungalow en una calle de aspecto pr¨®spero, en la que todas las casas parec¨ªan iguales. Un solo asistente lleg¨® hasta el coche y me condujo al interior. El sal¨®n se hab¨ªa transformado en una suite presidencial provisional, en la que hab¨ªa sillas forradas con brocados, sellos oficiales y tres c¨¢maras de la televisi¨®n iraqu¨ª, todo ello brillantemente iluminado por la electricidad de un generador que se o¨ªa zumbar. All¨ª estaban los ayudantes m¨¢s pr¨®ximos a Sadam: su jefe de gabinete, un joven nervioso y obsequioso; su secretario personal, jugueteando con una peluca; su joven int¨¦rprete, conocido por las 16 entrevistas que Sadam hab¨ªa concedido anteriormente a las televisiones occidentales.
Mientras esper¨¢bamos al presidente, el grupo discuti¨® en ingl¨¦s programas recientes que hab¨ªan visto en los monitores de la CNN en los ministerios de Bagdad, ri¨¦ndose de las im¨¢genes en que me hab¨ªan visto manejar el tel¨¦fono v¨ªa sat¨¦lite en el jard¨ªn del hotel. S¨®lo el ministro de Informaci¨®n conoc¨ªa mi nombre. El secretario de Sadam me pidi¨® que lo deletreara dos veces antes de presentarme al presidente cuando ¨¦ste lleg¨®. Sadam me estrech¨® la desinfectada mano. Creo que todo lo que sab¨ªa de m¨ª es que era el hombre de la CNN.
De camino a la entrevista, hab¨ªa resuelto ser tan duro en mis preguntas como la situaci¨®n lo permitiera. No me sent¨ªa intimidado ante la perspectiva de encontrarme con el hombre a quien muchos llamaban "el carnicero de Bagdad". Supon¨ªa que para m¨ª no pod¨ªa ser peor de lo que amenazaba ser el continuo bombardeo de Bagdad.
Un aspecto eleganteSadam Husein me desconcert¨® al principio cuando apareci¨®. Hab¨ªa esperado que se presentara de uniforme, pero vest¨ªa un abrigo ligero de mohair sobre un traje azul oscuro bien cortado y una elegante corbata estampada. Inici¨® una charla informal preguntando, a trav¨¦s de su int¨¦rprete, por qu¨¦ me hab¨ªa quedado en Bagdad. Yo le contest¨¦ que se hab¨ªa convertido en un h¨¢bito, ya que ¨¦sta era mi decimos¨¦ptima guerra. Sadam expres¨® la esperanza de que fuera la ¨²ltima que tuviera que cubrir, y me pregunt¨® si ten¨ªa una "lista larga de preguntas" que hacerle. Respond¨ª melodram¨¢ticamente que ten¨ªa la intenci¨®n de hacerle las preguntas cuyas respuestas deseaba o¨ªr el mundo. Sonri¨®, asinti¨® con la cabeza y me invit¨® a ponernos ante las c¨¢maras "Let's go" ("vamos"), dijo.
Me sent¨¦ frente a Sadam Husein, sabiendo que ¨¦sta ser¨ªa la entrevista m¨¢s importante de mi vida. Yo no hab¨ªa basado mi carrera period¨ªstica en entrevistas, pero a lo largo de los a?os hab¨ªa entrevistado a muy diversos personajes, desde Fidel Castro a Yasir Arafat o Pham Van Dong. Un d¨ªa antes de viajar a Bagdad hab¨ªa entrevistado a Isaac Shamir, quien mene¨® con incredulidad la cabeza cuando le dije que algunas personas de la CNN ten¨ªan la intenci¨®n de permanecer en Bagdad una vez que venciera el plazo del 15 de enero para que Irak se retirara de Kuwait.
?Quieren escribir libros o algo semejante?", pregunt¨®. En esa fecha, ni yo mismo conoc¨ªa mis propios planes de viaje.
Yo sab¨ªa que la entrevista con Sadam Husein arrojar¨ªa una luz importante sobre el curso de la guerra que se estaba desarrollando. Tambi¨¦n tendr¨ªa influencia en el curso de mi carrera period¨ªstica, si no daba con el tono adecuado. Cuando empec¨¦ con mi primera pregunta, fij¨¦ mis ojos en los suyos y permanec¨ª as¨ª todo el tiempo. Me mostr¨¦ tan poco deferente como fue posible. Con el rabillo del ojo pod¨ªa ver a sus asistentes ponerse r¨ªgidos y murmurar, pero el presidente parec¨ªa relajado y al final me agradeci¨® la conversaci¨®n, posando conmigo para unas fotograf¨ªas que sus asistentes me enviaron al hotel unos pocos d¨ªas m¨¢s tarde.
Temor al bombardeo
Despu¨¦s de que Sadam Husein abandonara la habitaci¨®n tuve una discusi¨®n sobre la cinta de v¨ªdeo. Las c¨¢maras iraqu¨ªes hab¨ªan recogido tres ¨¢ngulos, y el secretario de Sadam pretend¨ªa entregarme las cintas al d¨ªa siguiente. Yo quer¨ªa llev¨¢rmelas inmediatamente, porque me preocupaba que trataran de censurar el material. Llegamos a un acuerdo: se me entregar¨ªan las cintas en el hotel en el plazo de dos horas, las copiar¨ªa y se las devolver¨ªa a la televisi¨®n iraqu¨ª.
Plane¨¢bamos transmitir la entrevista como nuestro primer v¨ªdeo enviado desde Bagdad, y nuestros dos t¨¦cnicos lucharon durante toda la noche para poner a punto el equipo. Sin embargo, al final de la ma?ana descubr¨ª que los funcionarios iraqu¨ªes hab¨ªan cambiado su opini¨®n acerca de utilizar el equipo de transmisi¨®n para la entrevista. Uno de ellos me dijo: "En el momento en que empiece a enviar im¨¢genes de Sadam desde aqu¨ª, los americanos bombardear¨¢n el sat¨¦lite y el hotel".
?sta era la continuaci¨®n de la disputa acerca de si podr¨ªamos o no quedarnos siquiera en el hotel. Yo hab¨ªa rechazado los primeros intentos por trasladarnos a una "casa segura" en alg¨²n lugar de los suburbios, por no renunciar a la vista panor¨¢mica de la guerra a¨¦rea desde las terrazas del hotel.
El Gobierno tambi¨¦n hab¨ªa tratado de oponerse a que utilizara el tel¨¦fono v¨ªa sat¨¦lite para transmitir mis informaciones diarias en las primeras etapas de la guerra. Repuse con ¨¦xito que los aliados estaban m¨¢s interesados en escuchar a Sadam Husein que en silenciarlo y, hacia el final de la tarde, las primeras im¨¢genes empezaron a llegar a la sede de la CNN en Atlanta... mientras yo rogaba que mi confianza en la curiosidad de la coalici¨®n no estuviera equivocada.
Una maleta y un tel¨¦fono
Mi medio de comunicaci¨®n era un tel¨¦fono Inmarsat, una antena del tama?o de una maleta, que yo sacaba fuera cada noche y apuntaba al cielo, mientras marcaba el n¨²mero de la redacci¨®n de internacional en Atlanta, sede de la CNN. En mi extremo, nos agazap¨¢bamos en el fr¨ªo de la noche. Ese nos es porque, aparte de m¨ª, hab¨ªa al menos un censor iraqu¨ª, o consejero, como dieron en llamar a esos censores. Yo preparaba un gui¨®n sencillo, de dos minutos, que el censor aprobaba y que luego yo le¨ªa ante el micr¨®fono.Pero desde el primer d¨ªa establec¨ª un procedimiento que, seg¨²n cre¨ªa, demostraba mi credibilidad y hac¨ªa valiosa mi presencia en Bagdad. Ese procedimiento era una secuencia de preguntas y respuestas entre la CNN y yo, secuencia que segu¨ªa a cada gui¨®n ya preparado. Los iraqu¨ªes se sent¨ªan a disgusto con este sistema desde el principio, porque no pod¨ªan controlar ni las preguntas ni mis respuestas.
La ¨²nica regla que segu¨ªa en estas sesiones de preguntas y respuestas era no discutir cuestiones de seguridad militar. As¨ª, no habl¨¦ sobre los misiles Scud que vi transportar a toda prisa hacia el norte en camiones camuflados, ni mencion¨¦ las armas antia¨¦reas de los edificios en los alrededores del hotel Al Rashid, y no mencion¨¦ detalle alguno de los objetivos militares.
Pero; fuera de eso, hab¨ªa una zona gris de cambio social, de vida urbana, de cuestiones pol¨ªticas y econ¨®micas, que pod¨ªamos entresacar de los viajes diarios que se nos permit¨ªa hacer, bajo supervisi¨®n, dentro de Bagdad y en otras partes de Irak.
?Por qu¨¦ permitieron los iraqu¨ªes esas sesiones de preguntas y respuestas? Yo les dije desde el principio que estaba arriesgando mi vida en Bagdad, pero que no estaba dispuesto a arriesgar mi credibilidad. Aceptaba las limitaciones de la seguridad militar, les dije, pero necesitaba la libertad para explorar mejor el fen¨®meno de encontrarme en una capital en guerra.
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