La identidad del yo
Max Frisch fue sin duda el escritor suizo de lengua ale-nana m¨¢s importante de esta segunda mitad de siglo. Naci¨® en Zurich en 1911. En su juventud trabaj¨® como periodista y posteriormente culmin¨® sus estudios y se instal¨® en su ciudad natal como arquitecto. Se dedic¨® a la literatura tard¨ªamente, y le gustaba afirmar que era "un hombre anciano pero un joven escritor". Frisch destac¨® como drarnaturgo ir¨®nico y corrosivo pero su aporte m¨¢s significativo lo realiz¨® en su faceta de novelista.Dotado de una notable capacidad para fabular y contar historias, su narrativa se centra invariablemente en el ambito de lo psicol¨®gico, en concreto en lo que para ¨¦l represent¨® un problema casi insoluble: la identidad del yo consigo mismo. Frisch nunca tuvo dudas de que tras las alienaciones y comportamientos producidos por la floreciente sociedad de consumo se ocultaba un sustrato de fondo constituido por las facetas an¨ªmicas y psicol¨®gicas esenciales de la naturaleza hurnana. As¨ª su empe?o creador estuvo dirigido a desvelar esta sustancia ¨²ltima, pero sin dar por sentado que al Final del camino encontrar¨ªa algo.
Sin embargo, no lo tuvo f¨¢cil, tal como resulta de sus por lo general antlh¨¦roes: entre otros, un artista, un escultor, un supuesto ciego, un falso asesino y un vicio senil que, a sabiendas o no, luchan por esclarecer esa zona enigmatica del ser. Seg¨²n los casos, una lucha grotesca, c¨®mica o tragic¨®mica por asumir la propia identidad. Algunos de ellos intentar¨¢n huir de su identidad (No soy Stiller, 1954), otros sufir¨¢n una transformaci¨®n (Homo Faber, 1957), o llegar¨¢n a desempe?ar varias personalidades (Pongamos que me llamo Gantenbein, 1964), o asumir¨¢n una identidad impuesta por el mundo exterior (Barba azul, 1982) e incluso asistir¨¢n a la disoluci¨®n irreversible de la misma ante la proximidad de la muerte (El hombre aparece en el holoceno, 1979).
Desde luego Frisch se propuso una tarea llena de obst¨¢culos que, a la postre, le llev¨® a radiografiar la identidad en negativo, por lo que no es m¨¢s que por lo que es. Pero tal vez ¨¦ste sea el destino de los grandes escritores: permitir atisbar las posibilidades que hay m¨¢s all¨¢ de las ventanas que abren con sus creaciones. Y de paso, como en Frisch, dejar constancia de los absurdos que distinguen al ser humano y al mundo que ha creado tanto para su felicidad como para su padecimiento.
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