Cuando no existe la fe...
En el transcurso del pasado a?o he perdido, por suicidio, a dos hijos de amigos m¨ªos muy allegados. Uno ten¨ªa 25 a?os, y el otro, 27. Uno de ellos hab¨ªa padecido una dislexia y, por tanto, hab¨ªa precisado tres a?os m¨¢s de lo habitual para completar sus estudios. Pero con el tiempo hab¨ªa logrado llegar a leer con normalidad, se hab¨ªa graduado en la escuela y desempe?ado un trabajo especializado en el servicio forestal. El otro muchacho hab¨ªa sido un estudiante bastante bueno, un excelente fot¨®grafo y tambi¨¦n carpintero. Pero, a partir de los ¨²ltimos a?os de su adolescencia, no fue capaz de controlar el consumo de alcohol y, m¨¢s tarde, el de la droga. Menciono estas dificultades porque todos hemos le¨ªdo acerca del incremento de suicidios de estudiantes durante todas las etapas de la carrera acad¨¦mica, y asimismo hemos le¨ªdo tambi¨¦n sobre suicidios de personas dependientes de la droga. No me cabe duda de que la cada vez m¨¢s notable competitividad del mundo profesional y econ¨®mico y las muchas formas en que dicha competitividad afecta a la totalidad de la experiencia educacional son parcialmente responsables del aumento de suicidios entre la juventud.Pero tambi¨¦n creo que un factor important¨ªsimo en los suicidios de personas j¨®venes, inteligentes y educadas es la profunda crisis de creencias, y no me refiero a creencias en el sentido -de dogma religioso o pol¨ªtico, sino a la ausencia de lo que el gran pionero alsaciano de la medicina (y bi¨®grafo de J. S. Bach) Albert Schweitzer denomin¨® reverencia por la vida.
Recientemente he estado estudiando de un modo muy detallado la vida de Mozart, del que estamos conmemorando el segundo centenario de su muerte. La conjunci¨®n entre esa lectura y las noticias sobre el incremento de suicidios provocaron en m¨ª el extra?o pensamiento de que Mozart, al margen de sus muchos problemas profesionales y de salud, fue un hombre afortunado en cuanto a su entorno espiritual. Se educ¨® en la fe cristiana tradicional de la gran mayor¨ªa de sus antepasados y compatriotas. Tras dejar Salzburgo, a la edad de 24 a?os, pocas veces fue a misa o recibi¨® la comuni¨®n, si es que en alguna ocasi¨®n volvi¨® a hacerlo. Pero, al mismo tiempo, jam¨¢s reneg¨® de la religi¨®n que hab¨ªa heredado.
Se uni¨® a la Orden Internacional de la Masoner¨ªa Libre, lo cual, en el contexto de la Viena de finales del siglo XVIII, signific¨® que se hab¨ªa adherido a una sociedad de cient¨ªficos, artistas, hombres de negocios y profesionales que cre¨ªan en los ideales de la Ilustraci¨®n: que la naturaleza humana ten¨ªa m¨¢s aspectos buenos que malos, que todas las personas pod¨ªan ser educadas, que a trav¨¦s del uso de la raz¨®n la sociedad podr¨ªa superar sus heredados prejuicios religiosos, raciales y clasistas, que a trav¨¦s de un tratamiento humano los criminales pod¨ªan ser reformados y los locos rescatados del peor de los sufrimientos impuestos en ellos tanto por la propia enfermedad como por la crueldad social.
Por tanto, Mozart y otros hombres semejantes a ¨¦l, tales como Thomas Jefferson, autor de la declaraci¨®n de independencia y fundador de la Universidad (p¨²blica) de Virginia, y el marqu¨¦s de Condorcet, matem¨¢tico franc¨¦s y reformador educacional, y el poeta y dramaturgo alem¨¢n Friedrich Schiller, recibieron su inspiraci¨®n a trav¨¦s de una combinaci¨®n de fe religiosa tradicional, no dogm¨¢tica, y de una nueva fe que posibilitaba el progreso indefinido por medio de la ciencia, la educaci¨®n y la extensi¨®n gradual de lo que ahora conocemos como "derechos humanos". Quiz¨¢ nunca, a lo largo de toda la historia, haya tenido la clase educada un esp¨ªritu filos¨®fico m¨¢s optimista que aquel que el historiador norteamericano Carl Becker apod¨® la ciudad celestial de los fil¨®sofos del siglo XVIII.
Pero esta fe generalizada, moderada y optimista qued¨® r¨¢pidamente socavada por la degeneraci¨®n de la Revoluci¨®n Francesa desde el constitucionalismo gradualista hasta el terror jacobino y por el consiguiente cuarto de siglo de guerras napole¨®nicas. En presencia de constantes guerras y de imperialismo, todo ello acompa?ado de los comienzos del nacionalismo moderno y la xenofobia, habr¨ªa sido dificil mantener una s¨®lida creencia de "la ciudad celestial de los fil¨®sofos del siglo XVIII". Al mismo tiempo, las m¨¢s conservadoras formas, b¨ªblicamente basadas, de las creencias religiosas quedaron minadas, de un modo efectivo, debido a la cr¨ªtica textual de la Biblia y a la evidencia de la evoluci¨®n geol¨®gica, y m¨¢s tarde, biol¨®gica.
En el presente siglo, al menos en el mundo europeo y anglohablante, grandes porcentajes de personas acuden a la iglesia, pero muy pocas tienen ese tipo de fe s¨®lida, confortable y asumida tan extendida hace 200 a?os. Pero la fe en la posibilidad de mejorar a los seres humanos a trav¨¦s de la educaci¨®n y de los cambios institucionales, pol¨ªticos y econ¨®micos se mantuvo fuerte incluso mientras la fe religiosa sufr¨ªa un declive. El socialismo, tanto en su forma democr¨¢tica como en su forma autoritaria; el movimiento sindical, el movimiento cooperativo, la educaci¨®n primaria y secundarla en el mundo, el anarquismo y el anarcosindicalismo: todas estas formas de fe mundana fueron muy poderosas hasta las ¨²ltimas d¨¦cadas del siglo actual.
Desde aproximadamente la d¨¦cada de los cincuenta, estos tipos de fe tambi¨¦n han ca¨ªdo en tiempos muy duros. El socialismo democr¨¢tico de la vertiente marxista ha dado paso a la socialdemocracia; por ejemplo, al capitalismo modificado, para proteger a la mayor¨ªa no acaudalada contra los peores rigores de un sistema econ¨®mico competitivo. El socialismo autoritario ha quedado expuesto como el m¨¢s corrupto, ineficiente y poco fraterno estilo de dictadura burocr¨¢tica. Los sindicatos, tanto marxistas como anarquistas, han perdido poder de forma relativa, y tambi¨¦n fe en ellos mismos, como resultado de los avances tecnol¨®gicos, los cuales, de un modo estable y predecible, van reduciendo el papel de la clase obrera industrial. La mayor¨ªa de la gente habla mucho de boquilla sobre las esperanzas de una educaci¨®n universal, pero, a juzgar por la actitud de los contribuyentes en el mundo occidental y por la violencia f¨ªsica empleada en las escuelas de cualquier parte, el p¨²blico, en general, no tiene hoy tanta fe en la educaci¨®n como ten¨ªan las clases media y trabajadora del siglo XIX.
Retomo entonces los pensamientos provocados por la buena suerte de Mozart y por los suicidios de los hijos de mis amigos. Vivimos en un mundo que ha perdido la fe, tanto en Dios como en la especie humana. El sector social m¨¢s consciente de la poblaci¨®n tendr¨¢ que gastar sus energ¨ªas, y no precisamente en ideales positivos y creativos, sino en esfuerzos de emergencia: para salvar al planeta de un desastre ecol¨®gico, para salvar a la humanidad de dictadores megal¨®manos y de presidentes cruzados y para salvar a la poblaci¨®n de medio mundo de la desnutrici¨®n. Para Thomas Jefferson; la gente com¨²n eran los artesanos independientes y los peque?os granjeros. Para nosotros, son, cada vez m¨¢s, las estad¨ªsticas del desempleo estructural. La minor¨ªa bien educada es ahora m¨¢s competitiva y m¨¢s pr¨®spera, materialmente hablando, que nunca. Las clases inferiores ven todo por televisi¨®n, pero cuentan en la actualidad con menos oportunidades personales que en su pasado m¨¢s reciente.
Los dos suicidas de las familias de mis amigos eran muchachos inteligentes, perceptivos y sensibles, especialmente vulnerables, por decirlo de alg¨²n modo, a causa de las debilidades que mencion¨¦ en mi primer p¨¢rrafo. Pero donde viv¨ªan y lo que contemplaban era un mundo en el cual se les alentaba para competir, ganar dinero y prestigio, pensar en las recompensas materiales y en las relaciones humanas profanas como ¨²nico prop¨®sito de sus vidas en la tierra. No pod¨ªan vivir sin alguna idea de trascendencia, alg¨²n significado m¨¢s all¨¢ de las satisfacciones ego¨ªstas del ser competitivo. Considero a ambos una prueba real de que debemos recuperar, a modo de motivaci¨®n, a modo de fe fundamental, la reverencia por la vida del doctor Schweitzer.
es historiador.Traducci¨®n: Carmen Viamonte.
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