Naci¨®n y nacionalismo espa?oles
Dejando al margen la cuesti¨®n del evidente car¨¢cter obsoleto del tradicional Estado-naci¨®n, as¨ª como los avatares hist¨®ricos en la construcci¨®n del nuestro. cabe considerar cr¨ªticamente las diferentes percepciones sociales de la naci¨®n espa?ola. Obviamente, ¨¦sta tiene, de entrada, un significado pol¨ªtico y jur¨ªdico a tenor de las disposiciones constitucionales, pero interesa destacar la dimensi¨®n c¨ªvica de tal concepto.Para los castellanos, la existencia de la naci¨®n espa?ola es algo que no requiere demostraci¨®n. El problema es que ellos no la conciben sin Catalu?a, el Pa¨ªs Vasco y Galicia. Parece, pues, que uno de los problemas no resueltos para articular satisfactoriamente la plurinacionalidad espa?ola es el de la cuarta naci¨®n, ya que ¨¦sta ignora serlo.
As¨ª como entre los castellanos hay plena unanimidad sobre su pertenencia a la naci¨®n espa?ola, ello no ocurre del mismo modo con catalanes, vascos y gallegos. Entre ¨¦stos, una parte lo admite, pero otra no, y, dentro de ¨¦sta, hay quienes aceptan compartir un solo Estado con otros pueblos, pero una minor¨ªa no. En otras palabras, la mayor¨ªa de los catalanes y de los vascos se perciben fundamentalmente como tales, aun admitiendo mantener v¨ªnculos con Espa?a. Galicia es un caso at¨ªpico de nacionalidad escasamente consciente de serlo, a tenor de su comportamiento pol¨ªtico, hegemonizado por la derecha espa?olista.
Incluso, a menor escala, tampoco catalanes y vascos escapan a ciertos problemas de identidad territorial (6valencianos y baleares son catalanes? (,Los navarros son vascos?). Es m¨¢s, hasta hay quien plantea las relaciones Galicia-Portugal como una cuesti¨®n de irredentismo, si bien ello resulte poco cre¨ªble.
La expresi¨®n Espa?a puede ser perfectamente aceptada por los nacionalistas perif¨¦ricos si se limita a designar a un determinado conjunto de nacionalidades vinculadas hist¨®ricamente en un mismo Estado. Por el contrario, mucho m¨¢s conflictiva resulta ser la idea de naci¨®n espa?ola, pues, si tiene un alcance omnicomprensivo, aqu¨¦llos no la aceptar¨¢n. En caso contrario, si debe reservarse para los castellanos -aun siendo cierto que ¨¦stos se ven como espa?oles a secas-, no sirve, pues tales ciudadanos no se imaginan sin las nacionalidades perif¨¦ricas. Es m¨¢s, la aceptaci¨®n reductiva de Espa?a como sin¨®nimo de Castilla inutilizar¨ªa la expresi¨®n de modo que pudiera ser globalmente aceptada.
Una posible propuesta conciliadora podr¨ªa ser la de dar un uso brit¨¢nico a la palabra Espa?a. En el Reino Unido, escoceses, galeses, ingleses y norirlandeses (¨¦stos, con reservas) pueden identificarse como brit¨¢nicos sin riesgos de confusi¨®n o solapamiento. Por lo dem¨¢s, algunas instituciones de su sistema pol¨ªtico -que, por cierto, no reconoce la autonom¨ªa pol¨ªtica- no dejar¨ªan de resultar chocantes aqu¨ª para el grueso de los espa?oles. Por ejemplo, la existencia de un gran comit¨¦ parlamentario especial para debatir las leyes que afecten a los territorios hist¨®ricos o el rango ministerial atribuido a sus respectivos secretarios de Estado.
Es evidente que la compleja y pol¨¦mica definici¨®n de Espa?a que da el art¨ªculo 2 de la Constituci¨®n no pretende ser un concepto cient¨ªfico, sino resolver un grave problema pol¨ªtico hist¨®rico. Por una parte, m¨¢s que fusi¨®n de las dos ideas tradicionalmente enfrentadas (unitarismo centralista contra federalismo autonomista) hay superposici¨®n de ambas. Sin embargo, el valor de tal declaraci¨®n consiste en traducir un decisivo pacto pol¨ªtico que debe ser preservado como compromiso m¨ªnimo ante cualquier eventual reforma. Ahora bien, es fuerte la tentaci¨®n de presentar la trilog¨ªa constitucional (naci¨®n, nacionalidades y regiones) de modo jer¨¢rquico y escalonado y, por ello, espa?olista. Una cosa es que la autonom¨ªa tenga un car¨¢cter derivado y no originario, consecuencia del reconocimiento de una sola soberan¨ªa (la del pueblo espa?ol en su conjunto) y otra la interpretaci¨®n reductora de la plurinacionalidad del Estado, impl¨ªcitamente reconocida.
El neonacionalismo espa?ol, de corte regeneracionista y tecnocr¨¢tico a la vez, admite una interpretaci¨®n y un desarrollo exclusivamente regionalista del vigente sistema pol¨ªtico y constitucional auton¨®mico. La plurinacionalidad, o es admitida ret¨®ricamente o incluso abiertamente negada (las nacionalidades como mera denominaci¨®n cultural de ciertas regiones). No es casual que este planteamiento sea especialmente cr¨ªtico con los nacionalismos perif¨¦ricos, reputados insolidarios y hasta aldeanos en un mundo, se se?ala, crecientemente transnacional. Siendo cierta esta cr¨ªtica en numerosas ocasiones, no deja de llamar la atenci¨®n su car¨¢cter parcial, ya que ignora por completo la existencia del nacionalismo de Estado, hasta tal punto ¨¦ste parece natural.
El doctrinarismo regionalista de los neonacionalistas espa?oles es, pues, constatable en la concepci¨®n jer¨¢rquica del art¨ªculo 2, se?alada en la recurrente identificaci¨®n del Estado exclusivamente con el poder central, en la rancia tesis de que las pol¨ªticas de progreso s¨®lo pueden adoptarse desde un solo centro para ser eficaces y en el uso ideol¨®gico no indiferente de ciertas expresiones. As¨ª, no es casual el criticable e impropio empleo de conceptos tales como Gobierno de la naci¨®n o lengua espa?ola, poco acordes, por cierto, con las estrictas disposiciones constitucionales, as¨ª como los debates de] llamado estado de la naci¨®n.
A mi juicio, siendo cierto que Espa?a es un Estado plurinacional, es algo m¨¢s que un mero sistema pol¨ªtico, pues las interrelaciones sociales establecidas hist¨®ricamente son profundas. Adem¨¢s, los problemas presentes, comunes a todos sus pueblos, favorecen tal dimensi¨®n unitaria. Sin embargo, es evidente tambi¨¦n que el territorio del Estado-naci¨®n se ha quedado ya demasiado estrecho y que la dimensi¨®n europea es cada vez m¨¢s importante.
En suma, ni el Estado-naci¨®n ni el nacionalismo de Estado tienen hoy sentido: no s¨®lo su tiempo ha pasado, sino que insistir en ambos proyectos -de hecho indisociables- es pol¨ªticamente contraproducente. Por todo ello, prescindiendo aqu¨ª sobre el sentido de los nacionalismos actuales, quiz¨¢s valga la pena apostar por otras propuestas te¨®ricas futuribles. As¨ª, por ejemplo, la de un Estado federal y una naci¨®n europeos, pero, por supuesto, desde una perspectiva ni decimon¨®nica ni excluyente.
es profesor de Ciencia Pol¨ªtica en la Universidad de Barcelona.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.