La ignorancia de Dios
El cineasta cat¨®lico Ermanno Olmi llam¨® a su filme sobre Juan XXIII Y lleg¨® un hombre. Fue un t¨ªtulo acertado, ya que reflejaba bien el cambio de perspectiva protagonizado por ese hoy lejano Papa. De] predomino de las funciones de control social y gu¨ªa para la salvaci¨®n, desde in r¨ªgido sistema de poder, la Iglesia pas¨® a buscar la sinton¨ªa con los problemas reales de un ser "dotado de pensamiento y libertad". Las enc¨ªclicas Mater et magistra y Pacem in terris fueron los signos de ese acercamiento, cuyos costes para la propia instituci¨®n llevaron al repliegue que encarna el presente ponti5cado. En este marco de regreso al pasado nos alcanza la conmemoraci¨®n de] centenario de la Rerum novarum. Con unas fechas de adelanto, el papa Juan Pablo II public¨® la enc¨ªclica Centesimus annus, un c¨¢lido elogio del texto pontificio que iniciara la toma de contacto con los problemas sociales.Es un entusiasmo explicable por los numerosos puntos de enlace entre el texto actual y su predecesor. Aunque la enc¨ªclica social de Le¨®n XIII hiciese rechinar los dientes de algunos integristas, no puede olvidarse que la visi¨®n del mundo de aquel Papa fue tan poco receptiva de la modernidad como la de Wojtila. En ambos predomina una concepci¨®n pesimista del hombre y la sociedad, enfoque que desarrollara cumplidamente Le¨®n XIII en su enc¨ªclica Inscrutabili Dei consilio (traducida, afortunadamente, como Sobre los males de la sociedad). Y en ambos est¨¢ presente tambi¨¦n la nostalgia por un orden social tradicional, donde reinara la palabra de Cristo y los pueblos fuesen fieles a la Iglesia, en contraste con el mundo moderno. dominado por el materialismo y por la pretensi¨®n del hombre a obrar aut¨®nomamente, desconociendo la autoridad de la religi¨®n.
Desde esta perspectiva, no debe extra?ar la sensibilidad m¨¢s o menos acusada hacia la otra cara del capitalismo. Tambi¨¦n aqu¨ª Juan Pablo 11 sigue la estela de quienes rese?aron hace un siglo los costes de la sociedad liberal, al propio tiempo que denunciaban la alternativa revolucionaria. En cierto modo, se trata de aplicar la recomendaci¨®n evang¨¦lica sobre arrojar la red y separar unos peces de otros, s¨®lo que en este caso no los buenos de los malos, sino aquellos que pueden recibir el mensaje de los refractarios a esa recepci¨®n. Tanto como los aspectos destructores, del capitalismo, a Juan Pablo II le preocupa una sociedad de consumo donde el hombre se proponga instalar la felicidad sobre la Tierra. No admite la idea de un para¨ªso en el mundo, y desde ese ¨¢ngulo condena, a t¨ªtulo p¨®stumo, la experiencia del socialismo real. En los momentos centrales de su an¨¢lisis, el pont¨ªfice transfiere siempre las categor¨ªas econ¨®micas o sociol¨®gicas al plano religioso. Es el ate¨ªsmo el que pone en marcha los mecanismos a trav¨¦s de los cuales se construyen el socialismo y la lucha de clases. Y, c¨®mo no, tras eI ate¨ªsmo se esconde el viejo enemigo, el racionalismo iluminisia, el esp¨ªnitu del siglo XVIII. Una vez definido este marco de sacralizaci¨®n, resulta posible iniciar el discurso de captaci¨®n, asumiendo las descripciones cr¨ªticas de la explotaci¨®n del trabajador, de la situaci¨®n del Tercer Mundo o de la carrera de armamentos. Pero siempre las causas trascienden a la realidad y lo hacen tambi¨¦n las soluciones. Los puntazos contra la sociedad del bienestar son muy significativos: nada menos que coincide ¨¦sta con el marxismo en reducir al hombre a lo econ¨®mico, en negar la moral, el derecho, la cultura y la religi¨®n. Aunque no lo notemos, debe ser algo as¨ª como una antesala del Infierno. Y es que la ra¨ªz de tanto fracaso es ¨²nica: "Pretendiendo anticipar el juicio (Final, se entiende), el hombre trata de suplantar a Dios y se opone a su paciencia".
Es claro, pues, que en la selecci¨®n de peces, Juan Pablo II renuncia a aquellos ganados ya por los valores de una sociedad laica y mundanizada. Pero es consciente de que esa misma sociedad deja fuera, en su interior y en su periferia, a muchos hombres y mujeres que ven llegado ese objetivo de una vida en que sean satisfechas las necesidades b¨¢sicas. Obviamente, Juan Pablo 11 no les ofrece soluci¨®n alguna. En realidad, lograr soluciones ir¨ªa en contra de su v¨ªsi¨®n pesimista del hombre y de la historia del pecado y del sufrimiento").
No por eso deja de resultar estimable su llamamiento a la solidanidad con los pa¨ªses del Este y con el Tercer Mundo, pero la argumentaci¨®n pronto se desv¨ªa hacia el objetivo fundamental: la b¨²squeda de Dios. Del mismo modo que la cr¨ªtica de la sociedad de consumo desemboca en las condenas de la droga y la pornografia, parientes pr¨®ximos, a su entender, y que ser¨ªan inherentes al consumismo. Claramente, Juan Pablo II echa su red en las zonas de malestar social, marginadas por la sociedad capitalista, y su propuesta consiste en una doctrina de consolaci¨®n. Es el mismo procedimiento usado hace tres siglos por Vald¨¦s Leal en los cuadros del hospital de la Caridad. En apariencia , se da una aproximaci¨®n naturalista a la muerte en las figuras del obispo y del caballero devorados por los gusanos; incluso aparece el espejismo de una denuncia de las jerarqu¨ªas en el Finis gloriae mundi. En el fondo, se trata ¨²nicamente de consolar a los enfermos con el espejo de la muerte de los pnivilegiados, mostrando que la Iglesia ofrece la verdadera igualdad, la igualdad ante la muerte.
Ocurre, sin embargo, que el precio pagado por ese servicio es a todas luces excesivo. Hay el riesgo de creer que ese repliegue de la Iglesia hacia enfoques tradicionales debe dejarla al margen de nuestras preocupaciones, as¨ª como ¨¦stas quedan fuera de su consideraci¨®n. Esta imagen es falsa: pensemos en los efectos de la presi¨®n eclesi¨¢stica, directa e indirectamente, sobre la legislaci¨®n que concierne a la libertad y a la moral del individuo, con el escandaloso aborto por emblema. Una vez m¨¢s, siquiera como freno, la Iglesia va recuperando el papel de agente de cohesi¨®n y legitimaci¨®n de posiciones reaccionarias que tuviera hasta P¨ªo XII. Con efectos menores en las sociedades occidentales, si bien no cabe olvidar lo que representa la cruzada papal por el "Creced y multiplicaos" y contra el aborto, de cara a los pa¨ªses cat¨®licos del Tercer Mundo (sin olvidar a Polonia). En la enc¨ªclica, el Papa se presenta como ecologista por lo que toca a la naturaleza, pero de inmediato carga contra lo que considera "una concepci¨®n deformada del problema dernogr¨¢fico". Por lo menos, en tiempos de Juan XXIII el poblacionismo cat¨®lico se apoyaba en la ingenua creencia de que los recursos terrestres eran inagotables. Ahora, seg¨²n esta concepci¨®n de la vida como regida por la providencia, la m¨¢s dram¨¢tica realidad puede ser pasada por alto. De nada sirve que la ONU hable de 5.400 millones de seres humanos y de unas previsiones desbordantes para el pr¨®ximo cuarto de siglo, especialmente en las ¨¢reas m¨¢s pobres del planeta. De acuerdo con el mensaje papa], Dios puede ignorar estos tremendos datos, pues lo que cuenta es ver respetado el camino de salvaci¨®n a partir de unos santuarios familiares altamente reproductivos. Incluso se permite Juan Pablo II una censura de la restricci¨®n demogr¨¢fica etiquet¨¢ndola de "cultura de la muerte", cuando lo que ¨¦l ofrece en esa parte central de su mensaje es esa misma muerte, y adem¨¢s envuelta en una miseria generalizada.
En definitiva, no cab¨ªa esperar resultados mejores de una concepci¨®n agustiniana proyectada sobre el mundo de Fines del siglo XX. "El hombre, creado para la libertad", explica Juan Pablo II, fijando el nueleo de su doctrina, "lleva dentro de s¨ª la herida del pecado original, que lo empuja continuarnente hacia el mal y hace que necesite la redenci¨®n". Si tenemos en cuenta que para ¨¦l "lilbertad" consiste en la aceptaci¨®n de la verdad", esto es, de la fe, queda perfilado el esquema de las dos ciudades, donde la ciudad terrena en su autonom¨ªa deviene inexorablemente la ciudad del diablo. Construir un mundo exclusivamente humano, ha insistido en F¨¢tima, es "una loca aspiraci¨®n". As¨ª como "una democracia sin valores", es decir, que rechace la sacralizaci¨®n propuesta, es totalitarismo. El compromiso que esbozara la Iglesia hace 30 a?os con la raz¨®n y la libertad queda por el momento cancelado.
es catedr¨¢tico de Pensamiento Pol¨ªtico de la Universidad Complutense.
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