Menese volvi¨® por sus fueros

El flamenco hizo acto de presencia, por primera vez, con mucho respeto en el Auditorio Nacional de M¨²sica. Menese y El de Melchor comparecieron severamente trajeados de negro, muy serios, casi solemnes, tanto que el cantaor ni se quit¨® la chaqueta como suele hacer. El concierto ten¨ªa, adem¨¢s, el respaldo de la Universidad Aut¨®noma de Madrid, y hab¨ªa en la audiencia bastante gente sesuda, que demostr¨® igualmente un exquisito respeto hacia el arte que se le brindaba.

Lo que no fue obst¨¢culo para que demostrara -el respetable- su entusiasmo con pasi¨®n enfervo rizada. Porque en esta noche hist¨®rica Menese volvi¨® por sus fueros, un tanto relajados ¨²ltimamente. Cant¨® como en sus mejores tiempos, con grandeza, con jondura, con esa ¨ªntima convicci¨®n que lleva a los flamencos a recrearse en su propio arte, porque saben que antes que a nadie tienen que gustarse a ellos mismos.

Tras el envaramiento inicial, fue evidente que Menese estuvo a gusto con su cante y con el toque de Enrique, y que El de Melchor estuvo a gusto con su toque y con el cante de Jos¨¦. Y esto puede ser la perfecci¨®n en el arte jondo, ese di¨¢logo, esa comuni¨®n ideal entre uno y otro artista y entre ellos y el p¨²blico. Si, por a?adidura, los artistas tienen la enorme categor¨ªa de quienes protagonizaron esta noche, es obvio que se dan las circunstancias m¨¢s favorables para el logro excepcional.

Menese desarroll¨® uno de esos recitales suyos en que se vuelca con sentido, basado principalmente en la nueva grabaci¨®n que acaba de salir, Firme me mantengo, m¨¢s otras piezas de su repertorio anterior. Un recital denso e intenso, dif¨ªcil, comprometido, pues recorri¨® un ampl¨ªsimo abanico de estilos, desde algunos tan poco frecuentados hoy como el garrot¨ªn y la mariana hasta su impresionante grito siguiriyero. O¨ªrle a ¨¦l, con el toque de Enrique de Melchor, fue un puro gozo.