Por el Ca?¨®n de los H¨¦roes
"?Habr¨¢ visto Sadam Husein en televisi¨®n este desfile realizado en su honor?"
Tal vez los norteamericanos s¨®lo han hecho la guerra del Golfo para que un gran desfile de la victoria se pudiera celebrar en Nueva York. Un veterano de Vietnam recuerda que al bajar del barco en San Diego, con el cuerpo cercenado, uno de aquellos hippies de mierda le escupi¨® en la cara. Este viejo soldado que hoy no desfilaba porque es banquero a¨²n salta de la cama de noche despavorido entre sue?os cuando oye un ruido extra?o, y cuenta que su cerebro est¨¢ todav¨ªa poblado de ni?os muertos bajo un gas naranja cuyo hedor no ha logrado ahuyentar. Un sentimiento de derrota, muy dif¨ªcil de deslindar de la culpa, marc¨® a una generaci¨®n de norteamericanos. Los pacifistas de entonces, j¨®venes de cabellera florida, pusieron de moda los andrajos de guerrero vencido o desertor y nada hab¨ªa m¨¢s apreciado en pa?er¨ªa que los uniformes de teniente ra¨ªdos. En cambio, estos d¨ªas los escaparates de Sacks, almacenes de lujo en la Quinta Avenida, se adornan con grandes fotograf¨ªas de chicos y chicas que van de soldados guap¨ªsimos luciendo guerreras, chalecos antibalas, cascos militares, botas de media ca?a, metralletas que son prolongaci¨®n de sus maravillosos m¨²sculos, cananas o cartucheras que cruzan el pecho femenino como los m¨¢s refinados sostenes de encaje. Se lleva el color arena de desierto, que es la ,exquisita tonalidad de los vencedores. Se hace el amor a contraluz en un crep¨²sculo sobre las dunas con el ca?¨®n recortado en la pasta solar.La fiesta de la guerra
No fue una guerra lo que se libr¨® en el Golfo, sino un gran festival b¨¦lico, un enorme concierto musical con todo el arsenal de bombas, y este desfile ha sido la segunda parte de aquella fastuosa representaci¨®n. Por el Ca?on de los H¨¦roes, que forma Broadway desde Battery Park al City Hall atravesando el coraz¨®n financiero de Wall Street, pasaron un d¨ªa Lindberg, MacArthur y el astronauta Glenn. Ahora desfilaba un ej¨¦rcito de soldados y civiles, cientos de banderas, armamento y comparsas bajo 10.000 libras de confeti y 6.000 toneladas de serpentinas. Antes ha sido necesario crear a un enemigo mundial n¨²mero uno, satanizarlo, venderlo a gran precio a la opini¨®n p¨²blica, bombardear a un pueblo cuya situaci¨®n en el mapa el p¨²blico ignora, para que las tropas norteamericanas marchen victoriosamente sobre un incre¨ªble mont¨®n de papeles que son facturas, albaranes, apuntes contables, listados que vomitan los ordenadores. Los muertos de Irak no existen. Nadie aqu¨ª ha hablado nunca de ellos.
Por el pavimento bas¨¢ltico de la v¨ªa Apia regresaban a Roma las legiones vencedoras con los centuriones montados en cuadrigas de bronce y los caballos llevaban las pezu?as en carne viva despu¨¦s de la victoria. Pasaban los fascios, lictores, estandartes seguidos de cargamentos de oro y especias, levas de esclavos, jaulas con leones, rinocerontes, b¨²falos y otras fieras ex¨®ticas que alimentaban el circo, y cerraba el cortejo toda clase de monos y serpientes de veneno muy apreciado. La v¨ªa Apia es esta milla de Broadway. Atravesando el aullido de la multitud y la espesa lluvia de papeles pasaban las legiones de soldados, todos mercenarios excepto los 16 espa?oles que eran de reemplazo, pero no se ve¨ªa a los esclavos. Abr¨ªa la marcha una bater¨ªa de hermosos caballos de acero que son las Harley Davison de la polic¨ªa, entre alaridos de las sirenas, y luego flu¨ªan algunos sarc¨®fagos con pr¨®ceres mascando chicle dentro. Y enseguida aparecieron en coches descubiertos los protagonistas de esta aventura sentados en los salpicaderos de atr¨¢s en compa?¨ªa de sus mujeres. Cheney, Powell y despu¨¦s el Gran Oso Schwarzkopf` con los brazos abiertos hacia la c¨²spide de los rascacielos detr¨¢s de cuyas paredes de cristal ahumado hab¨ªa un mill¨®n de fantasmas aplaudiendo. Este tr¨ªo de h¨¦roes discurr¨ªa bajo un bloque de guardaespaldas y una nube de cotizaciones de bolsa desde el cielo los coronaba. La plebe los aclama, pero a¨²lla a¨²n m¨¢s cuando pasa el misil Patriot de color naranja, esbelto como un pensamiento del mal, pose¨ªdo por la belleza de un arc¨¢ngel. La plebe agitaba las banderas, besaba a los soldados, reventaba de placer ante las armas.
El patriotismo de este pa¨ªs se alimenta de la antigua moral de los pioneros, del esp¨ªritu de empresa libre, de la posibilidad de un consumo sin final. Resulta muy dif¨ªcil comprender el mundo de hoy sin haber presenciado este desfile de Broadway, pero al mismo tiempo el haber asistido a esta explosi¨®n de gloria es igualmente la forma m¨¢s directa de quedar ya sin entender nada.
?Qu¨¦ significa el grito de un intelectual? ?Qu¨¦ valor tiene el silencio? Dentro de esta formidable marea de patriotismo los pacifistas hoy s¨®lo eran extraterrestes o m¨¢s extra?os todav¨ªa. En la esquina de Barclay Street hab¨ªa algunos con una pancarta. Parec¨ªan seres de Ganimedes, de una marginalidad pat¨¦tica, ignorados o escupidos, que ni siquiera hab¨ªan logrado dar una nota de color entre un mill¨®n de c¨¢maras y otro mill¨®n de pistolas que los polic¨ªas luc¨ªan.
Este espect¨¢culo marcial de Broadway puede considerarse tambi¨¦n como una apolog¨ªa del terrorismo a escala planetaria, si bien estos ni?os dulces que lo contemplaban s¨®lo ve¨ªan h¨¦roes de carne y hueso escapados del televisor. Los muertos ni siquiera son cifras. Una felicidad patri¨®tica los ha ahogado. Pasaban los soldados. Ellos hab¨ªan vencido a Sat¨¢n y nadie entre la multitud parec¨ªa pensar en la muerte sino s¨®lo en la gloria, que no se distingu¨ªa de una fiesta de carnaval, cuya org¨ªa estaba compuesta de banderas de pl¨¢stico, chapas, escarapelas, coronas de la estatua de la Libertad en goma espuma, todo a d¨®lar la pieza, mercanc¨ªa que pregonaban junto con perritos calientes los buhoneros de la libertad sobre las vallas de la polic¨ªa. Grandes lazos amarillos pend¨ªan de los rascacielos como signo del triunfo y en las farolas de la v¨ªa Apia estaban colgados los carteles con el nombre de cada patrocinador de oro que hab¨ªa sufragado el desfile, de modo que era imposible separar las marcas o anuncios comerciales del estandarte de las legiones, la raz¨®n social de las corporaciones y el hero¨ªsmo de los soldados. Todo es privado. Todo es de consumo interior. El resto del mundo no existe.
La parada militar en Nueva York ha coronado la Operaci¨®n Retorno con 150 v¨ªctimas propias contra 250.000 muertos extra?os. Antes las tropas desfilaron en Hollywood, feliz Estado de California donde la gente nace ya bronceada. All¨ª algunos actores y actrices famosos se uncieron al carro de Marte con sus cart¨ªlagos transparentes; despu¨¦s el Gran Oso Schwarzkopf pas¨® por Disneylandia para ser adorado, besado, cabalgado por los ni?os. Hubo otro desfile en Washington. En una pecera antibalas, en mangas de camisa, el presidente Gerge Bush lo contempl¨® mascando un chicle con un nieto en brazos.
'Hacer un trabajo'
Hacer un trabajo llaman los norteamericanos a hacer la guerra. La gente est¨¢ orgullosa aqu¨ª de sus soldados y los felicitan porque han realizado un buen trabajo, pero ha habido que poner en el asador la carne de 250.000 muertos para poder celebrar esta org¨ªa neoyorquina.
Pasaban las banderas y soldados de 40 naciones, entre ellas docena y media de guardiamarinas espa?oles de la Descubierta. Habr¨ªa sido mucho mejor que hubieran ido a visitar la Biblioteca del Congreso, pero Espa?a dentro de esta parada militar ha llegado a Broadway como todos los dem¨¢s, para enaltecer al C¨¦sar e implorar despu¨¦s sus favores.
Mientras esto suced¨ªa en Nueva York, tal vez el demonio estaba en Bagdad tomando el t¨¦ con d¨¢tiles azucarados. ?Habr¨¢ visto Sadam Husein en televisi¨®n este desfile realizado en su honor? Ning¨²n d¨¦spota en la historia de la humanidad ha tenido su ego tan bien alimentado, aunque en Nueva York nadie pensaba en ese tirano sino en la gloria militar en s¨ª misma como alimento de las almas modernas.
Hubo un festival b¨¦lico bautizado con el nombre de Tormenta del Desierto. Fue un espect¨¢culo musical con muchas bombas. Pero la segunda parte de esa gran ficci¨®n teatral ha sido una sesi¨®n de psicoan¨¢lisis para sacudirse de encima el trauma de Vietnam. Entonces el tigre no alcanz¨® el orgasmo. Ahora, finalmente, con este desfile en Nueva York ha reventado de placer.
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