Pedro La¨ªn, en cuerpo y alma
Que Pedro La¨ªn Entralgo es, hoy por hoy, la m¨¢xima encarnaci¨®n en Espa?a del humanista puro, traducido al nivel de nuestro siglo XX, me parece cosa indudable para cualquiera de mis compatriotas dotado de un cierto nivel cultural. En la obra de La¨ªn se dan cita la pasi¨®n por la ciencia en todas sus ramas -aunque su hilo conductor espec¨ªfico sea la historia de la medicina-, y la sensibilidad literaria, manifiesta no s¨®lo en cuanto conocedor, sino en cuanto glosador y escritor: La¨ªn es un admirable estilista, dentro de la modalidad del ensayo, ilustrada por los grandes maestros de la generaci¨®n del 14 -Ortega, D'Ors, Mara?¨®n, Madariaga...-. Humanista al modo cl¨¢sico, La¨ªn resume, en fin, estas facetas de su vocaci¨®n y de su quehacer, en la especulaci¨®n y profundizaci¨®n filos¨®fica. Y dentro de ella se nos aparece siempre como disc¨ªpulo y seguidor, m¨¢s que de Ortega -uno de sus maestos confesados-, de Xavier Zubiri.Pero La¨ªn es, adem¨¢s y sobre todo, ¨¦l mismo: profundamente humano, profundamente generoso, eminentemente cordial. El hombre La¨ªn est¨¢ presente en todos sus escritos, concebidos siempre como apertura hacia el otro y como sincera disponibilidad para comprender y asumir; tambi¨¦n, por la misma raz¨®n, como intentos de revisar y poner al d¨ªa sus propias actitudes o su propia obra, apuntando siempre a la b¨²squeda de la Verdad. En este sentido, nada m¨¢s n¨ªtido que su humilde -y excepcional, en nuestros pagos- Descargo de conciencia; o que su reciente Hacia la recta final.
Ahora, en la granada plenitud de esta trayectoria intelectual, nos acaba de ofrecer el libro que -a m¨ª entender- supone la culminaci¨®n de toda su obra anterior: Cuerpo y alma. Un libro que s¨®lo Zubiri hubiera sido capaz de concebir, pero que ¨²nicamente La¨ªn pod¨ªa escribir, ya que es al mismo tiempo una admirable s¨ªntesis de la ciencia m¨¢s actual y una reflexi¨®n sobre nuestro origen y sobre nuestro fin; sobre la esencia y el sentido de lo humano.
Entre el ¨¢mbito de lo infinitamente peque?o -tal como nos lo han dado a conocer las
asombrosas posibilidades t¨¦cnicas de la f¨ªsica cu¨¢ntica y el ¨¢mbito de la inmensidad c¨®smica, cuyos horizontes cognoscibles ha ensanchado asombrosamente la astrofisica, La¨ªn se plantea las grandes preguntas fundamentales para el hombre, las que se refieren a su origen y las que se refieren a su ¨²ltimo e insondable destino. Y lo hace -con expresi¨®n muy significativa- "desde mi aqu¨ª y mi ahora"; acudiendo a "la personal autovisi¨®n que de mi corp¨®rea realidad -de mi personal realidad- pretendo hacer". As¨ª situado, el sabio se entiende a s¨ª mismo un "m¨ªnimo grano de polvo..." considerado como "parte del universo a que pertenece". Pero tambi¨¦n "alguien capaz de enfrentarse intelectualmente con la inmensa realidad material que le envuelve y condiciona". La¨ªn se acoge a la afirmaci¨®n de Pascal -"Toda nuestra dignidad consiste en el pensamiento: por el espacio, el universo me envuelve y me tengo como un punto; por el pensamiento, soy yo quien le envuelve"-, para advertir, a su vez: "...Desde mi insignificancia soy capaz de entender humanamente la inmensidad del universo, y de imaginar razonablemente c¨®mo de la part¨ªcula elemental ha podido llegarse, al cabo de tantos siglos, a la maravillosa estructura del cuerpo humano y de medir el tiempo transcurrido entre el origen del cosmos y el d¨ªa en que nac¨ª, y de comprender de manera aceptable por qu¨¦ y c¨®mo son entre s¨ª hermanos el genial y rasurado Einstein y el incipiente y peludo hombre que hace tres millones de a?os tallaba piedras...".
En tan ambiciosa aventura intelectual, La¨ªn aborda un primer y peliagudo problema: "Lo que soy, resultado de un acto creador". Es conocida la teor¨ªa, con pretensiones de dogma negativo, de Stephen Hawking, para quien, si el Big Bang -tal como ¨¦l supone- es un punto no singular, y el universo un todo finito sin fronteras, ¨¦ste, el universo, "no tendr¨ªa principio ni fin", simplemente ser¨ªa. Ahora bien, "Hawking se limita a afirmar que tal como la f¨ªsica conoce la realidad del universo, lamente del f¨ªsico advierte que no es necesario atribuirle un comienzo puntual. No niega, sin embargo, que en ese punto no singular el universo ten¨ªa realidad". Surge entonces una ¨²ltima pregunta -ya formulada por Leibniz y Heidegger-. "?Por qu¨¦ hay realidad y no m¨¢s bien nada?". La¨ªn da su respuesta: "La realidad primera del cosmos, y con ella el tiempo con principio y fin o sin principio ni fin, que para el hombre tienen los eventos c¨®smicos, vino a la existencia de un modo esencialmente ajeno a la consideraci¨®n cronol¨®gica del ser, y surgi¨® de algo -si en este caso es l¨ªcito el empleo del t¨¦rmino algo-, que no debe ni puede ser concebido como simple no-ser: la nada; lo cual tuvo que ser obra misteriosa de un Dios omnipotente y creador". "Las conjeturas de los f¨ªsicos acerca de la singularidad o no singularidad de la explosi¨®n inicial del universo -las de Hawking o las de otro cualquiera- en modo alguno excluyen esa idea de la creado ex nihilo, a la cual s¨®lo antropom¨®rficamente pueden ser aplicados nuestro antes y nuestro despu¨¦s".
Una evoluci¨®n, a partir de aqu¨ª, y a lo largo de millones y millones de a?os -obra de un azar en s¨ª mismo incomprensible- dio lugar a estructuras "que a posteriori, tal como yo las veo", subraya La¨ªn,"poseen un sentido dentro del conjunto a que pertenecen". Ese sentido puede identificarse con un "plan de la creaci¨®n" trazado en la mente divina, seg¨²n la concepci¨®n del creyente. Ahora bien, La¨ªn rechaza la idea, mantenida por la tradici¨®n b¨ªblica, de las creaciones sucesivas. Se atiene, en cambio, al principio de las causas segundas, presente tambi¨¦n en la especulaci¨®n filos¨®fica cristiana. "?Por qu¨¦ no admitir que el acto creador concedi¨® a esa realidad, como causa segunda suya, la capacidad de ir produciendo especies biol¨®gicas conforme al mecanismo que la ciencia actual considera cierto?"; "en su misterioso acto creador, Dios pudo disponer que las causas segundas del mundo creado diesen por s¨ª mismas lugar a las sucesivas configuraciones de la realidad c¨®smica, comprendida la humana".
Tampoco acepta La¨ªn el criterio con que el pensador cristiano de nuestro siglo ha buscado la conciliaci¨®n del mensaje b¨ªblico con el nivel m¨¢s avanzado de la ciencia actual -en lo que se refiere a la aparici¨®n del hombre-, mediante la infusi¨®n de un alma espiritual en el genoma de un australopiteco. Apelando de nuevo al fecundo principio de las causas segundas, La¨ªn entiende que "en los australopitecos mutantes de que procedieron los primeros hombres operaba como causa segunda la potencia para que as¨ª fuera; potencia concedida por Dios a la materia del universo en el momento mismo de la creaci¨®n y actualizada como hominizaci¨®n miles de millones de a?os despu¨¦s". "?Niega esta tesis", se pregunta, "que el hombre sea, como dice el G¨¦nesis y toda la tradici¨®n de la antropolog¨ªa cristiana, imagen y semejanza de Dios? De ning¨²n modo, si nos decidimos a entender tal imagen y semejanza no como consecuencia de un alma espiritual e inmortal, sino como capacidad para la ejecuci¨®n de un comportamiento regido por la libertad, la inteligencia y el amor". Atenido, en efecto, a una convicci¨®n estructurista, frente a la versi¨®n dualista -alma y cuerpo separados de la tradici¨®n cristiana ("cient¨ªfica y filos¨®ficamente considerada", escribe, "es inconcebible e inaceptable, a mi juicio, la tesis de alma separada, o forma separada), La¨ªn afirma, en consecuencia, la idea de la muerte total, o Gantzod, como la llaman los te¨®logos alemanes de hoy; pero deja, una vez m¨¢s, abierta la v¨ªa a la promesa y esperanza cristianas: porque, "tras la muerte f¨ªsica, un misterioso designio de la sabidur¨ªa, el poder y la misericordia infinitos de Dios, hace que el hombre que muri¨®, el hombre entero, resucite a una vida esencial y misteriosamente distinta de la que en este mundo se mostraba como materia, espacio y tiempo".
Confieso -por mi parteque no me siento con seguridad suficiente para suscribir la idea de La¨ªn -un resuelto apartamiento de la tradicional concepci¨®n dualista del ser humano-. Y por lo dem¨¢s, ¨¦l mismo observa que, al parecer, "va decreciendo el n¨²mero de los te¨®logos partidarios de la doctrina de la muerte total". En cualquier caso, creo que e! mejor La¨ªn est¨¢ en ese temblor del cristiano ante el misterio y en la leal b¨²squeda de la respuesta que le permite su irrenunciable condici¨®n de hombre de ciencia de nuestro tiempo y de cristiano que se refugia "en lo que para m¨ª es m¨¢s esencial en la vida y el mensaje de Jes¨²s de Nazaret: la afirmaci¨®n de Dios-amor, la visi¨®n del amor como fundamento y nervio del cristianismo y de la vida religiosa" para "esperar, contra spem, que un d¨ªa fuera de todo calendario, un d¨ªa no imaginable, pueda ver lo que ahora no veo".
He aqu¨ª una afirmaci¨®n de fe basada en la humildad; polo opuesto a la negaci¨®n basada en la soberbia, seg¨²n el "Dios no es necesario" de Hawking. Aunque el argumento m¨¢s impresionante contra este ¨²ltimo hab¨ªa sido expresado nada menos que por Einstein, en un texto que sin duda conocer¨¢ muy bien Pedro La¨ªn: "El sentimiento m¨¢s profundo y sublime del que somos capaces es la experiencia m¨ªstica. Solamente a partir de ella brota la verdadera ciencia. El que es ajeno a este sentimiento, el que ya no puede admirarse y sumirse en un profundo respeto, ¨¦se est¨¢ ya muerto en su alma. El saber que existe verdaderamente lo que no puede ser investigado y que esto se revela como la suprema verdad y la belleza m¨¢s resplandeciente, de la que nosotros s¨®lo podemos tener un ligero presentimiento: este saber y este presentimiento son el n¨²cleo de toda verdadera religiosidad".
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