El hombre de la bolsa
Jos¨¦ Manuel Garijo result¨® ser un testigo insospechadamente interesante. Es jefe de seguridad del casino Gran Kursaal de San Sebasti¨¢n. Alto, joven, hizo su declaraci¨®n. con la sinceridad del que no tiene nada que ocultar. Dijo que Amedo y Dom¨ªnguez iban a menudo por el casino, que los empleados ten¨ªan orden de ir en busca de uno de los dos cuando alguien telefoneara preguntando por Thomas. Que esta situaci¨®n se produjo en numerosas ocasiones. Esto sucedi¨®, cree recordar, en 1986.Dom¨ªnguez era quien normalmente atend¨ªa esas llamadas. Sol¨ªa pasar horas en el banco de los botones esperando que se produjeran. Mientras tanto, se tomaba alg¨²n whisky. Amedo se dedicaba a jugar en las mesas de black jack, sobre todo, y hac¨ªa apuestas, que, por otros testimonios, sabemos eran muy elevadas.
Thomas es una de las formas en que se hac¨ªa llamar Amedo. Este sobrenombre, concretamente, es citado por dos ciudadanos franceses con los que Amedo contact¨®, seg¨²n declaraci¨®n en el sumarlo del juez Garz¨®n. Amedo, quien se presentaba como miembro de los servicios espa?oles, pidi¨® a uno de ellos que colaborara con ¨¦l para contratar a s¨²bditos franceses que realizasen acciones contra terroristas vascos en territorio franc¨¦s. "Reclutar gente para llevar a cabo la eliminaci¨®n f¨ªsica de miembros de ETA, para ejecutarlos en el sitio". ?sas son las palabras que usa.
Garijo, el testigo, declar¨® tambi¨¦n que hab¨ªa notado una circunstancia curiosa. Los d¨ªas que se produc¨ªa un atentado en Francia, Amedo y Dom¨ªnguez sol¨ªan estar en el casino. En el testimonio del ciudadano franc¨¦s se cuenta que Thomas-Amedo les citaba en restaurantes dondecom¨ªan y beb¨ªan op¨ªparamente. Recuerda tambi¨¦n que Thomas fumaba mucho, que Dom¨ªnguez hablaba fluidamente el franc¨¦s, y que, curiosamente, Thomas les llevaba al casino, donde les pagaba las fichas para jugar.
A estas alturas nos hemos formado una idea aproximada de c¨®mo es el acusado mayor; con el menor, puesto que va de sombra, es mas dif¨ªcil. Pero Amedo, el Rambo, ha vivido a lo grande, derrochando el dinero, quedando como un se?or all¨ª donde fuera. Sabemos, por ejemplo, que el mayor era generoso con el menor. Que la pareja de acusados compart¨ªa no s¨®lo secretos, sino tambi¨¦n copas, comidas y amigas. Como Zipi y Zape, comet¨ªan las travesuras juntos y luego iban a celebrarlo. A lo largo de las declaraciones, igual que en el sumario, han salido a relucir un mont¨®n de bares, de discotecas, de hoteles caros. Parece que Amedo y Dom¨ªnguez, como los ejecutivos y los pol¨ªticos, hac¨ªan los acuerdos sentados alrededor de una op¨ªpara comida o de unas cuantas copas.
Y Amedo siempre con la bolsa, donde llevaba una pistola y no la bomba que dice Inmaculada. En la barra de los bares, en las mesas de los restaurantes, en las discotecas mientras bailaba con alguna de sus novias. La bolsa con la pistola montada, dispuesta para disparar. Han declarado varios testigos que es mas f¨¢cil sacar la pistola de una bolsa que de una cartuchera. Haciendo memoria es imposible recordar a un solo guardaespaldas de un solo dirigente que camine a su lado con una bolsa del Corte Ingl¨¦s. No lo hemos visto en ninguna pel¨ªcula, tampoco lo hemos le¨ªdo en ninguna novela de serie negra. La bolsa, es, sin duda, el gran invento de Amedo.
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