Los dos sue?os de la raz¨®n
Ser¨¢ incierto que la modernidad est¨¦ dando sus ¨²ltimos frutos. Pero, a la vista de los variados signos presentes, nadie puede dudar de que una cierta idea dura e impura de lo moderno llega a su fin. Hay muchos supuestos removidos ya de nuestras cabezas. ?Qui¨¦n se cree que la soluci¨®n de los problemas deriva de la aplicaci¨®n de la ciencia? Que la pol¨ªtica de la mayor¨ªa es siempre sospechosa porque la raz¨®n la tienen las vanguardias de la sociedad, ?qui¨¦n lo traga? ?Qui¨¦n tan decadente, todav¨ªa, como para fingir, que la buena voluntad no existe o no funciona m¨¢s que en privado?En nuestros d¨ªas de finales de siglo no hay nadie con dos dedos de frente capaz de sostener que la ciencia puede sustituir a la prudencia pol¨ªtica. Tan s¨®lo entre la far¨¢ndula m¨¢s trivial se encuentra ya un uso exclusivo y patrimonializado del t¨¦rmino vanguardia (como no sea tambi¨¦n entre los grup¨²sculos neonazis, lo que tiene bemoles). En cuanto a la buena voluntad, todo el mundo, sabe que existe y que forma parte del resultado de las cosas, aunque hay una resistencia muy extendida -de oscuro y siniestro origen- a admitirlo. Mientras no se admita eso, todas esas restauraciones especulativas de la religi¨®n que apuntan ahora ser¨¢n pamplinas, puesto que lo que est¨¢ en juego no es una imagen m¨¢s exacta del mundo, sino un proyecto mejor de vida.
Pero la capacidad proyectiva de algunos bienes, como el gran arte, sigue intacta. Que la lectura del arte ha salido ilesa y fortalecida de la crisis de la modernidad conlleva una cierta emoci¨®n. Me gustar¨ªa mostrar algo de esto rememorando dos aconteceres s¨®lo en apariencia desconectados. Uno es la estampa c¨¦lebre de Goya que se titula El sue?o de la raz¨®n produce monstruos. Otro es la desaparici¨®n reciente de dos palabras importantes en la filosof¨ªa hisp¨¢nica, la de Jos¨¦ Ferrater Mora y la de Mar¨ªa Zambrano.
La interpretaci¨®n corriente del grabado de Goya es propia de una modernidad dura. El personaje esconde su cara entre los brazos, mientras a su alrededor pululan murci¨¦lagos febriles y un lince demasiado listo avizora el panorama. Esos monstruos familiares han sido suscitados por el hombre que duerme. Suspendida la vigilia, relajada la vigilancia de la raz¨®n diurna sobre la realidad, emergen de la sombra o de la noche los monstruos de la superstici¨®n, del oscurantismo, de las creencias falsas y de la falsa imagen del mundo. Y acompa?ando a tales apariciones, otros monstruillos se atreven a rondar tambi¨¦n, como la mendacidad y la hipocres¨ªa, la crueldad o el cinismo. Toda esta interpretaci¨®n tan obvia se basa en la profunda creencia ilustrada de que la bondad y la eficacia para producir el bien colectivo dependen de la expansi¨®n ilimitada de una raz¨®n verdadera, resueltamente opuesta a la negrura del pasado y de un antiguo r¨¦gimen que aunaba la ignorancia con la tiran¨ªa.
Probablemente es ¨¦sta la intenci¨®n ¨²ltima que don Francisco de Goya, ilustrado terminal y rebelde con causa, quiso insuflar en la que llegar¨ªa a ser una de sus m¨¢s difundidas im¨¢genes.
Pero la ambivalencia eterna del arte nos posibilita tambi¨¦n otra mirada no menos veros¨ªmil, seg¨²n creo, sobre esta c¨¦lebre estampa n¨²mero 43 de Los caprichos. Al fin y al cabo, la primera intenci¨®n de Goya es est¨¦tica, como nos recuerda Folke Nordstr?m en su magn¨ªfico estudio recientemente traducido, por fin, al castellano. Artista ante todo, Goya pretende en realidad con su aguatinta y su lema -el sue?o de la raz¨®n produce monstruos- una defensa de la fantas¨ªa. S¨®lo que la fantas¨ªa ha de estar unida a una raz¨®n despierta para llegar a ser madre de las artes y origen de sus maravillas. ?Y si entonces el sue?o de la raz¨®n no significa que la raz¨®n duerme, sino que la raz¨®n ha so?ado tanto que ha suplantado a la fantas¨ªa plural y creativa? El caballero que, apoyado en la mesa parece, dormitar (?el propio Goya?) puede que est¨¦ bien despierto. ?No ser¨¢ que gime desesperado, escondiendo su rostro entre los brazos, ante la angustiosa presencia de esos monstruos que su propia enso?aci¨®n ha creado y que ahora pululan aut¨®nomos fuera de su alcance?
Acaso la raz¨®n moderna ha pensado en perfecta vigilia los monstruos que emergen en el lado oscuro en cuanto la vigilancia y la prudencia ceden un instante. Cuando la raz¨®n no razona, sino que delira, produce esos extra?os monstruos que se parecen demasiado, sin embargo, a seres ben¨¦ficos y reales. Que haya violencia, bueno, pero que la violencia sea necesaria y justa, eso es un monstruo de la raz¨®n. Que haya mendacidad, pase, pero que sobre la mentira se construyan por sistema los buenos fines, eso es un sue?o de la raz¨®n. Que haya cinismo, ya se sabe, pero que el cinismo sea el nombre que los retr¨®gados ilusos dan al implacable, imp¨ªo e insolidarlo manejo de los intereses particulares, eso ya es raz¨®n sin arte. Mente en coma suicida.
?sos son los monstruos que acosan al caballero que hurta el rostro insomne. Cuando cre¨ªamos haber huido de la superstici¨®n y pens¨¢bamos haber domado la irracionalidad mediante nuestro conocimiento de la naturaleza y nuestras t¨¦cnicas de dominio de las conciencias, he aqu¨ª que ese conocimiento y ese dominio levantan a su vez el vuelo transmutados en nuevos monstruos de superstici¨®n. Los antiguos males no s¨®lo no han sido superados por el mejor saber las cosas, sino que ese mejor saber ha convertido los males en nuevos y m¨¢s delirantes peligros. Sin embargo, tampoco esta melancol¨ªa desenga?ada es el fin. El dibujo de Goya muestra, entre tanto p¨¢jaro de mal ag¨¹ero, la peque?a cabeza de una dom¨¦stica lechuza -s¨ªmbolo de la diosa de la sabidur¨ªa- que tira del hombro del artista dormido o desesperado, o ambas cosas, y le ofrece de nuevo el c¨¢lamo, el pincel, el instrumento de pensar y dise?ar mundo.
La filosof¨ªa actual consiste, en cierto modo, en ese estar al tanto de las ventajas y abismos de la raz¨®n, en esa doble perspectiva que, como en los ejemplos de la psicolog¨ªa de la forma, nos permite ver alternativamente en la misma imagen el contorno de una doncella o el de una matrona. As¨ª en la obra de Goya. La doble perspectiva nos deja observar una u otra escena: el triunfo de la superstici¨®n o el colapso de la raz¨®n.
Creo que tanto Jos¨¦ Ferrater Mora como Mar¨ªa Zambrano filosofaron conscientes de esa dualidad goyesca, impulsando con ello el h¨¢lito de la filosof¨ªa hisp¨¢nica. La influencia de Ferrater Mora ha sido y est¨¢ siendo, de hecho, muy amplia. A las pocas semanas de su muerte, el profesor Von Wright me comentaba que segu¨ªa leyendo con provecho el c¨¦lebre diccionario de filosof¨ªa de Ferrater, al mismo tiempo que se hac¨ªa eco de su memoria. Y es que la importancia del texto de Ferrater reside, quiz¨¢, en la sutileza con la que a¨²na la doble perspectiva: muestra por un lado la exigencia irrenunciable de una visi¨®n emp¨ªrica del mundo (con lo que sufri¨® alg¨²n varapalo mal tra¨ªdo del marxista Lukacs), y se muestra esc¨¦ptico, por otro, respecto a cualquier soluci¨®n definitiva de los problemas humanos que no sea ambivalente, provisoria y creativa. Es decir, est¨¦tica.
As¨ª filosof¨® Mar¨ªa Zambrano, cuyo pensar po¨¦tico y cuya teor¨ªa hist¨®rico-simb¨®lica del presente han sido tan bien recibidos en todas partes menos entre nuestros lamentables trogloditas caseros. Por lo que hace a los sinceros amigos de Mar¨ªa Zambrano, ?me atrever¨¦ a decir que a¨²n se necesita cubrir la distancia que nos separa de su discurso mist¨¦rico y de su condici¨®n femenina? Estaba persuadida Zambrano de que el arco largo de la mente europea no tiene que dejarse atrapar en las urgencias del momento si no es para que la vida siga m¨¢s bien que mal. Puesto que el venero de la sabidur¨ªa viene de lejos, va m¨¢s lejos todav¨ªa, seg¨²n ella. Cruza el espacio del tiempo instal¨¢ndose siempre tercamente en cada coraz¨®n humanizado.
Ese conocimiento dual exige reflexi¨®n y compromiso con los valores, exige distancia y descreimiento de toda f¨®rmula m¨¢gica, incluida la f¨®rmula de la impiedad rebelde y sistem¨¢tica. Exige aceptaci¨®n y cr¨ªtica, a la vez, de todos los lenguajes. Y aun as¨ª caeremos muchas veces, como en el grabado de Goya, cerrando los ojos a los monstruos siempre nuevos que nuestra raz¨®n engendra.
es profesor titular de Est¨¦tica y Teor¨ªa de las Artes en la Universidad de Oviedo.
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