M¨²sica de los a?os veinte
La actuaci¨®n del grupo creado y dir¨ªgido por Jean Latham-Koenig y el Teatro del Melodrama del Mil¨¢n convoc¨® el lunes, en el Auditorio Falla, una numerosa audiencia, llamada por dos obras tan atractivas como infrecuentes: La historia del soldado, de Ramuz y Stravinski, y Fasade, de Sitwell y William Walto.Ambas pertenecen a un g¨¦nero que tuvo su ¨¦poca de mayor influencia en la Europa de entreguerras, determinado por nuevas y sint¨¦ticas formas de expresi¨®n teatral y musical y muchas veces apoyado en melod¨ªas, ritmos y estilos de la m¨²sica callejera y de cabar¨¦; en otras ocasiones dominaron los conceptos del arte pobre, con intencionalidad meramente art¨ªstica, intelectual o social.
A este grupo pertenecen Pierrot Lunaire, de Schoenberg, que es de 1912; Parade, de Satie; La ¨®pera de cuatro cuartos, de Weill, o Fasade, que es de 1923, el a?o de El retablo de maese Pedro. Pensadas como ambientaci¨®n musical de una serie de poemas de Edith Sitwel (1887-1964), la inquieta poetisa inglesa, entre surrealista y f¨®nica, el gran triunfo de Fasade se produce cuando Frederich Ashton le da forma de ballet en la primavera de 1931, manteniendo siempre el car¨¢cter de divertimento que se desprende de una larga sucesi¨®n de t¨®picos internacionales: la fanfare, el fox-trot, la tarantela, el vals, las danzas inglesas y escocesas, la polca, el tango, el pasodoble o las evocaciones de ciertos tipos y personajes.
El breve grupo instrumental y los narradores Richard Baker y Susana Walton, la viuda del compositor, dieron nuevas dimensiones a dos poemas en esta creaci¨®n, un tanto a la francesa, inhabitual en el habitual colaborador musical de Laurence-Olivier, para el que cre¨® diversas partituras shakespearianas.
La historia del soldado, sin la tensi¨®n dram¨¢tica de Berg en Wozzeck, nos presenta ya al desdichado militar a trav¨¦s de una leve acci¨®n cantada, recitada, mimada y animada por una orquesta sumaria que Stravinski hace sonar con lirismo, potencia o iron¨ªa. M¨²sica pobre en cuando m¨²sica de guerra, sent¨® las bases, junto al anterior Pierrot Lunaire, de Schoenberg, para una reducci¨®n de los efectivos sonoros y teatrales, cuyas consecuencias llegan hasta hoy.
El p¨²blico sigui¨® las dos obras con gran inter¨¦s y aplaudi¨® al maestro Koenig y a sus colaboradores, entre los que hay que destacar a M. Spreafico.
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