Jim vuelve a casa
El gran desmitificador se ha convertido en el mito dublin¨¦s por excelencia

Joyce estuvo por ¨²ltima vez en Dubl¨ªn, su ciudad natal, en 1912. No regresar¨ªa en vida, ni siquiera para asistir al sepelio de su padre. Entre el resentimiento y la aprensi¨®n, lleg¨® a temer que sus paisanos le hicieran lo que al gran l¨ªder Parnell, a quien el pueblo dio la espalda azuzado por el clero. O sea, arrojarle cal viva a los ojos.Nunca se deselavar¨ªa del todo la espina de aquella ¨²ltima visita, en la que forceje¨® inutilmente con los editores para conseguir la publicaci¨®n de Dubliners, obra concebida por ¨¦l en 1904 "para traicionar el alma de esa hemiplej¨ªa o par¨¢lisis a la que muchos consideran ciudad". Durante a?os de censuras, desplantes e incomprensi¨®n, hab¨ªa acumulado suficientes razones, a su juicio, para otorgarse la condici¨®n de exiliado sin esperanza de retorno.
Refugiado en la patria de la escritura, Joyce no tuvo, sin embargo, otro escenario que Dubl¨ªn. Devolvi¨® todos los golpes y conjur¨® sus obsesiones. Pero lo hizo a tanta altura que convirti¨® en leyenda su viejo y sucio Dubl¨ªn, una invenci¨®n real que muchos se esfuerzan hoy en atisbar a ambas m¨¢rgenes del Liffey. El gran desmitificador se ha convertido en el mito dublin¨¦s por excelencia. Cincuenta a?os despu¨¦s de su muerte, con Dubl¨ªn 91 investido de capitalidad cultural europea, el hijo descarriado ha vuelto a casa en calidad de h¨¦roe.
El 16 de junio de 1904 no ocurri¨® nada especial en Dublin ni en Irlanda, si exceptuamos la Copa de Oro, una carrera de caballos. Sin embargo, y a juzgar por la creciente popularidad, el 16 de junio va camino de figurar en el santoral irland¨¦s con el nombre de Bloomsday, en honor de Leopold Bloom, un hombre tan corriente que ni siquiera existi¨®, aunque ese d¨ªa le pusieron los cuernos.
Para James Joyce, un joven escritor dublin¨¦s que comenzaba a sentir s¨ªntomas de asfixia en la oscura pecera provinciana , fue un. d¨ªa memorable. Obtuvo su primera cita con Nora Barnacle, un.a camarera del Finn's Hotel, que le hab¨ªa deslumbrado paseando por la c¨¦ntica Grafton Street. De aquel inici¨¢tico paseo con la mujer de su vida, el libidinoso Joyce sali¨® hecho un hombre. A?os m¨¢s tarde decidi¨® festejarlo a su manera, situando en esa fecha la historia de su Ulises, una novela que cambi¨® el curso de la literatura moderna.
Lo sucedido con esta novela, que revel¨® lo extraordinario de la vida ordinaria, pone patas arriba los esquemas tradicionales de la cultura y la mercadotecnia. El pasaporte de Joyce a la posteridad fue una obra que nadie quer¨ªa imprimir y que result¨® complicad¨ªsima y escandalosa, sobre todo para los que no se tomaron el placer de leerla.
Sus criaturas, comenzando por ese entra?able cornudo llamado Bloom, se han convertido en los habitantes m¨¢s c¨¦lebres de Dubl¨ªn y sus movimientos est¨¢n registrados en las aceras y en las gu¨ªas como si fuesen disc¨ªpulos de Cristo.
El los pubs, templos de la vida social, la efigie de Joyce, con su mirada desafiante, y astuta y los delgados labios apretados al punto de la apostas¨ªa, ha destronado a la de los astros del balompi¨¦.
Camisetas estampadas con el rostro de Joyce compiten con los televisivos Simpson o las tortugas Ninja. Y todo el mundo sin excepci¨®n habla del escritor, "?Ah, James!", como si fuese un pariente retornado de la emigraci¨®n tras conquistar la fama.
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