Anacronismo y posmodernidad
Y ahora que sabemos, o empezamos a darnos cuenta, que esta guerra no va a resolver ninguno de los problemas de Medio Oriente, empezamos a sacar de ella las m¨¢s deliciosas consecuencias, al nivel de la historia o de la simple constataci¨®n. Phillip Knightley, un periodista del New York Times, ha concluido apresuradamente que Lawrence de Arabla es el verdadero "culpable de la crisis" de las relaciones entre Irak y Estados Unidos, a contrapelo de la leyenda que rodea al personaje. ?sta fue propalada por el mismo Lawrence y m¨¢s recientemente por la pel¨ªcula del mismo nombre, que proyecta la imagen de un altruista funcionario brit¨¢nico que en el curso de la I Guerra Mundial logra la solidaridad ¨¢rabe en la lucha de Gran Breta?a contra el Imperio Turco-otomano que dominaba sus tierras, y se identifica con las culturas y las aspiraciones libertarlas de la regi¨®n. Pero Lawrence vive sus ¨²ltimos a?os amargado y decepcionado al caer en la cuenta de que fue utilizado por el Gobierno brit¨¢nico para hacerles creer a los l¨ªderes ¨¢rabes que ser¨ªan libres de la tutela extranjera al concluir el conflicto. La historia es muy distinta en lo fundamental: Lawrence siempre supo que las promesas de independencia nunca se cumplir¨ªan y la frustraci¨®n emocional del final de su vida brot¨® de su torturada sexualidad y sus decepciones personales.Pero lo anterior es parte de un marco hist¨®rico m¨¢s amplio. Desde el siglo XVII, el Imperio Turco-otomano consolid¨® su dominio, sobre todo en Oriente Pr¨®ximo. Al estallar la I Guerra Mundial, Alemania, Austria y Turqu¨ªa hicieron causa com¨²n contra Francia, Gran Breta?a y otros pa¨ªses aliados. Convencidos del desplome inevitable del Imperio Turco, Francia y Gran Breta?a se reunieron y trazaron un plan para la divisi¨®n de sus zonas de influencia, mientras Lawrence embaucaba a los ¨¢rabes. Estos ¨²ltimos aprovecharon la coyuntura de la guerra para rebelarse contra la dominaci¨®n turca. Pero los jud¨ªos de Occidente (despu¨¦s de considerar a Uganda y Argentina como posibles lugares de residencia) no perdieron oportunidad para adelantar su prop¨®sito de establecerse en la antigua Palestina, donde eran una exigua minor¨ªa (en 1914 sumaban 85.000, de una poblaci¨®n total de 730.000). ?ste era el objetivo buscado desde finales del siglo XIX por la Organizaci¨®n Sionista fundada por Teodoro BerzI, un periodista convencido de que los jud¨ªos ser¨ªan la avanzada de la civilizaci¨®n contra la barbarie en el mundo ¨¢rabe.
Los jud¨ªos brit¨¢nicos, dirigidos por Chalm Weizman (descubridor del uso militar de la dinamita), convencieron al Gobiemo brit¨¢nico de que si se le promet¨ªa algo al movimiento projud¨ªo se lograr¨ªa las simpat¨ªas de sus seguidores por la causa aliada. Esta demanda fue fortalecida por el deseo de los ingleses de contrarrestar la influencia francesa en Siria y L¨ªbano y de crear una base ligada a Inglaterra que flanquease el canal de Suez y la ruta hacia la India.
As¨ª, en noviembre de 1917, el Gobierno brit¨¢nico proclam¨® la promesa de crear un "hogar nacional" para losjud¨ªos de Palestina. Sin embargo, al derrumbarse el Imperio Turcootomano, el Congreso nacional sirio reclam¨®, en julio de 1919, la Independencia pol¨ªtica para el territorio que comprend¨ªa lo que hoy es Siria, L¨ªbano, Jordania e Israel. Poco despu¨¦s, el Congreso sirlo proclam¨® la independencia de Siria-Palestina, con el rey Faisal como jefe de Estado. Pero los aliados occidentales, reunidos en San Remo, Italia, en 1920, tomaron unas decisiones muy diferentes: se repartieron la administraci¨®n de los territorios. Siria y L¨ªbano pasaron a Francia, e Irak y Palestina a Gran Breta?a. Todo esto provoc¨® la indignaci¨®n e insurrecci¨®n de los ¨¢rabes y la m¨¢s brutal represi¨®n inglesa y francesa. En Irak, los ingleses quemaron las casas de los ¨¢rabes insurrectos, pero fue nada menos que Lawrence de Arab¨ªa quien sugiri¨® que dicha medida no ser¨ªa tan eficaz; por el contrario: "Mediante ataques con gases toda la poblaci¨®n insumisa podr¨ªa ser h¨¢bilmente aniquilada... ".
La "situaci¨®n previa" -por decir lo menos- estaba servida y la historia de las d¨¦cadas siguientes es muy larga y compleja para el espacio de este art¨ªculo. Me interesa m¨¢s, en cambio, volver a las conclusiones de Philip Knightley sobre el triste caso de Lawrence de Arabla, porque, seg¨²n el periodista norteamericano, "la continuamente tr¨¢gica historia de Oriente Medio se debe en gran parte a los semejantes de Lawrence, sirvientes a la hechura imperial". Pero reducir el problema a los individuos de personalidades singulares y exc¨¦ntricas es ocultar la complejidad de la realidad: ni Lawrence fue el ¨²nico culpable de la creaci¨®n de Israel ni Sadam Husein, "el narcisista destructivo y autodestructivo" (como lo llaman algunos psicohistoriadores), es la fuente de la crisis actual. Al respecto, la tesis de Edward Said es m¨¢s convincente: el origen del conflicto est¨¢ en la convergencia entre las poderosas y anacr¨®nicas ideolog¨ªas del imperialismo occidental y el nacionalismo ¨¢rabe. Said insiste en que las provocaciones enumeradas por el Gobierno de Bush para justificar su pol¨ªtica -dar marcha atr¨¢s a la ocupaci¨®n de Kuwalt, detener a Irak, asegurar la provisi¨®n de petr¨®leo- pudieron resolverse sin tener que llegar a la guerra entre millones de combatientes.
La verdadera raz¨®n de la guerra es que Estados Unidos todav¨ªa cree sinceramente en su derecho a imponer su voluntad universalmente en nombre de los m¨¢s nobles principios. De esta manera siguen la larga tradici¨®n imperial de los franceses y los brit¨¢nicos en el siglo XIX. De otra parte est¨¢ la invertebrada costumbre ¨¢rabe de recurrir a la violencia y al extremismo, como ilustra la agresi¨®n de Irak a Kuwalt. Seg¨²n Sald, "el discurso tradicional del nacionalismo ¨¢rabe, ni hablar del decr¨¦pito sistema estatal, es inexacto, an¨®malo, insensible... Es como si Sadam Husein hubiese recogido todos los despojos deshilachados -coraje ante el colonialismo, desesperanza ante la incapacidad para enfrentar el reto de Israel, ret¨®rica noble sobre el honor ¨¢rabe- y los hubiera convertido en una fila de banderas que la gente deb¨ªa saludar porque no hay otras cosas que desear o respetar".
Y ahora "ha estallado una paz" que muy probablemente no resolver¨¢ los problemas de la regi¨®n. Y, al analizar las causas y consecuencias -individuales o colectivas- de la guerra, debemos considerar que en su curso se estuvo destruyendo la cuna de la civilizaci¨®n, la antigua Mesopotamia, hoy habitada por m¨¢s de 18 millones de habitantes. ?stos no son s¨®lo v¨ªctimas de Sadam Husein, sino los blancos de un bombardeo por minuto y de m¨¢s bombas que todas las lanzadas en la II Guerra Mundial. Y, a lo mejor, muy pronto nos demos cuenta de que para enfrentar la terrible herencia de la guerra ser¨¢ inevitable una conferencia internacional para resolver los proble-
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