?De qu¨¦?
Ella pregunta que a qu¨¦ piso va, y ¨¦l le responde que al ¨²ltimo, y eso son dos minutos de silencio por lo menos. El le habla del tiempo y del calor, y ella le da la raz¨®n mientras ve c¨®mo a ¨¦l se le dilatan las pupilas y se arregla el pelo. ?l dice que tal vez llover¨¢, y ella entiende que le est¨¢ diciendo que se deje llevar y que dos minutos son una eternidad para los sentidos. El lenguaje del cuerpo es as¨ª de expl¨ªcito, y la civilizaci¨®n debe ser ese intento permanente de domesticar el cuerpo con la palabra. Diremos que estamos encantados de habernos conocido, pero al decirlo cruzaremos los brazos y bajaremos la mirada para que no se nos vea salir el asco por los lagrimales. "?De qu¨¦ hablamos cuando hablamos de amor?", escribi¨® Raymond Carver. Y cada vez que un "te quiero" se nos funde en los labios nos sobreviene la duda de saber a qui¨¦n estamos queriendo y cu¨¢nto falta para aprender a odiar.?De qu¨¦ hablamos cuando hablamos de aviones para devolver a los inmigrantes africanos? ?Qu¨¦ extra?a risa emerge cuando nos cuentan un chiste de et¨ªopes? ?En qu¨¦ estamos pensando cuando pronunciamos la palabra guerra? ?De que est¨¢n hablando, unos y otros, cuando hablan de Eslovenia? Demasiadas veces sacamos de la historia el entusiasmo que el presente no nos da. Es el cuerpo que se excita con batallas lejanas y cruentas, con seducciones de ascensor o de titular, con odios ajenos que sirven para hinchar la ya olvidada raz¨®n de los propios. Pero m¨¢s all¨¢ de aquellos que creen que la felicidad se encuentra en una frontera, o de aquellos otros que consideran el mapa como un molde indestructible, est¨¢, como siempre, la palabra l¨®gica y perpleja. Como la de aquel padre serbio que, agarrado a un micr¨®fono, se preguntaba: "?De qu¨¦ me sirve Yugoslavia si mi hijo muere?". Ese s¨ª sabe de qu¨¦ habla cuando habla de guerra.
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