Como a Felipe II

El pegapasismo hab¨ªa ca¨ªdo en el coso pamplon¨¦s con tal virulencia, que se contamin¨® hasta el mism¨ªsimo Ortega Cano. ?Oh, si! Fue Ortega Cano quien dibuj¨® el natural y el redondo con la tersura muleteril, el r¨ªtmico movimiento de cintura, elcadencioso vaiv¨¦n que ambas suertes requieren cuando se trata de ejecutarlas con arte. Nadie podr¨ªa negarlo; all¨ª, en el ruedo pamplon¨¦s, dej¨® escrito el toreo que aqu¨ª se pondera.Pero todo eso constituy¨® escasa sustancia art¨ªstica, relativo fundamento torero, al lado del furibundo ataque pegapasista que le entr¨®. En el quinto toro, llevaba dados varios cientos de pases a lo largo de casi 12 inaguantables minutos de faena, y a¨²n no se le hab¨ªa ocurrido entrar a matar.

De todas maneras, el toreo bueno s¨®lo pod¨ªa estar ah¨ª, pues sus compa?eros, adem¨¢s de pegapasistas, se pon¨ªan nerviosos y no les serv¨ªa para nada la encastada boyant¨ªa y la templanza temperamental de los toros del marqu¨¦s. Emilio Mu?oz tore¨® uno abriendo el comp¨¢s o de frente, pero cargado de crispaciones. Al otro de su lote, que lleg¨® con genio al ¨²ltimo tercio, lo machete¨® sin disimulos.

Todo es relativo, claro, y cabr¨ªa decir que las faenas de Emilio Mu?oz eran El vals de las olas si se comparan con las de Litri, que la emprend¨ªa a telonazos con sus toros. Par de veces arroj¨® lejos los trastos -e hizo bien, para lo que le serv¨ªan- y permaneci¨® arrodillado temerariamente ante la cara del bondadoso toro, que se quedaba estupefacto.

O sea, que ni a Felipe II (o a lo mejor era Fernando VII) se lo pon¨ªan tan f¨¢cil, y en cambio ninguno de los tres espadas logr¨® cortar una simple orejita. Lo cual es triste, s¨ª, pero al p¨²blico pamplon¨¦s no le pareci¨® dram¨¢tico. Peor habr¨ªa sido que se acabara el vino, ?verdad?