?tica y pol¨ªtica
Que la pol¨ªtica espa?ola haya ca¨ªdo en el descr¨¦dito se debe a una serie de hechos ¨¦ticamente inaceptables. Quienes anta?o nos vendieron el producto de la democracia igualitaria se convirtieron pronto en una nueva clase social (con todas las perversiones propias de la clase) que, a semejanza de la nobleza feudal, puede arrogarse un privilegio inmoral convierti¨¦ndolo en justo. No hay que confundir la ¨¦lite con la clase, como se?al¨® T. S. Eliot. La ¨¦lite, aunque como tal es un concepto cercano al totalitarismo en alguno de sus aspectos, puede ser utilizada como uno de los elementos m¨¢s activos y respetables de la democracia, como sucedi¨® en la transici¨®n. Sin embargo, la clase, a diferencia de la ¨¦lite cultural, no es m¨¢s que un estamento que utiliza a una cultura para mantener sus privilegios.En una democracia en la que el concepto clasista interfiere contundentemente en la sociedad, estratific¨¢ndola de hecho a pesar de la igualdad te¨®rica, la aparici¨®n de los vicios de poder, de la corrupci¨®n, s¨®lo es cuesti¨®n de tiempo.
La cultura del poder tan mitificada no es propia de un limbo alejado o cuasi religioso sino que pertenece como tal subcultura a otra m¨¢s amplia que es la cultura de la sociedad. Por tanto, y aun a riesgo de generalizar, se puede deducir que los vicios y la corrupci¨®n del poder est¨¢n m¨¢s que relacionados con los vicios de esa sociedad.
Pero, y ya que la cr¨ªtica de los comportamientos de la clase dirigente (clase de dudosa legitimidad democr¨¢tica) se toma como un ataque al (justo) sistema democr¨¢tico, queda claro que la disidencia debe proceder desde dentro de la clase misma. El problema reside en que al hacerse tal cr¨ªtica representando a otras supuestas clases m¨¢s o menos alejadas del poder -period¨ªstica, religiosa, sindical, empresarial, pol¨ªtica...-, ¨¦sta se convierte en juego de tomas y dacas que en nada benefician, pero s¨ª aumentan la confusi¨®n.
En otras palabras: el juego pol¨ªtico en tanto que juego de clase es un proceso detenido que degenera en una c¨®moda y totalitaria complacencia. La cr¨ªtica, el debate, ya no cumple su funci¨®n social, ni siquiera la pol¨ªtica (alcanzar el poder).
Lamentable es que los pol¨ªticos no puedan ejercer la cr¨ªtica sanamente. Pero es m¨¢s lamentable que sean personas que nada tienen que ver con la pol¨ªtica los encargados de ejercerla.
Y peor a¨²n es que la cr¨ªtica sea una confusi¨®n de t¨®picos de dudosa utilidad y golpes de efecto m¨¢s o menos calculados. Para toda democracia resulta nefasto este tipo de contestaci¨®n populista, pues revela el agotamiento de la vida pol¨ªtica. Y tambi¨¦n indica el grado de incapacidad intelectual de la clase pol¨ªtica para entender los problemas de la sociedad, siquiera los propios. Que el independiente cr¨ªtico pueda erigirse en la ¨²nica persona cuya honradez quede fuera de toda duda s¨®lo prueba que en tierra de ciegos el tuerto es rey-
.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.