La isla c¨®ncava
Foto: Cristina Garc¨ªa RoderoEl amigo riojano, asomado a su barba de opositor o de poeta de la distancia, sumerg¨ªa de vez en cuando los ojos en las ¨²ltimas copas de la madrugada y, al levantarlos, parec¨ªan empapados de hip¨¦rboles y de nostalgias.
-No te lo vas a creer. Pero de Alfaro para arriba las estrellas brillan mejor.
Y lo dec¨ªa con esa firmeza incontestable de los marinos, esos que se?alan el agua y nos hacen mirar baj¨ªos y roquedales, bancos de atunes y alfombras de lenguados ah¨ª donde el resto de los humanos s¨®lo acertamos a ver la llanura inhumana del agua enorme. Otros paisanos apasionados hubieran hablado de los l¨ªmites de su peque?a patria acogi¨¦ndose a otro tipo de sentidos: el aroma de los jazmines murcianos; el vuelo de la milana castellana; el rumor de los arroyos navarros o el tacto s¨²bito del viento cant¨¢brico en el rostro. Pero el amigo riojano me habl¨® de las estrellas distintas de su tierra, y fue una manera como otra cualquiera de creer que La Rioja era ese territorio de dimensiones dulces excavado en lo m¨¢s profundo de nuestras fronteras mentales, un espacio de Espa?a que alg¨²n d¨ªa debi¨® ser isla y a la que s¨®lo el paso incesante de los hombres transform¨® primero en puente, luego en plaza y hoy en enorme castillo encantado que acoge por igual a los vascos con ganas de secarse las bronquitis o el impuesto revolucionario, a los urbanitas con necesidades de silencio y a los brokers abstemios con d¨®lares verdinegros como los p¨¢mpanos del verano.
La hipot¨¦tica insularidad de La Rioja es algo que la inapelable naturaleza de la geograf¨ªa nunca conseguir¨¢ negar. Este es un pa¨ªs peque?o que se ve a simple vista y que se puede caminar a la velocidad cansina del gran r¨ªo. La Rioja es tina enorme isla c¨®ncava con los acantilados abruptos de la sierra de Cantabria al norte y los arrecifes suaves pero implacables de la sierra de la Demanda al sur. A la entrada al Ayuntamiento de Logro?o, bajo una sombra espesa desde la que se ve reverberar la incandescente plaza del edificio de Moneo, tres hombres comentan la actualidad del d¨ªa. Por lo visto, un grupo econ¨®mico americano acaba de lanzar una OPA hostil sobre Bodegas Bilba¨ªnas. El otro le responde que el Logro?¨¦s ha ido a comprar un goleador austr¨ªaco. Y el tercero apostilla con el descubrimiento de los dinosaurios de Calahorra. "Nos vamos a divertir". "Y a lo mejor hasta ganamos algo". No se sabe si hablan de vino de f¨²tbol o de paleontolog¨ªa, pero, por lo visto, el movimiento es m¨¢s importante que el beneficio. Lo dicen de pie y con esa tranquilidad transoce¨¢nica que s¨®lo se experimenta en los puertos de mar, cuando los diarios llegan siempre mucho despu¨¦s que las noticias. Esta ma?ana de julio pasan cosas en Logro?o. Menos el aire, que ¨¦se se ha quedado enredado en las vi?as y no parece querer salir ni siquiera de noche.
En la famosa calle del Laurel, el bochorno se nota. El deporte logro?¨¦s por excelencia es correr los 150 metros bares en esta pista de la amistad y del copeo. Bastan unas cuantas docenas de grupos blandiendo sus cervezas para que una calle se convierta en un sal¨®n. Van apareciendo plazas en el Logro?o viejo, y en cada plaza brotan los toldos y los parasoles de la luna. ?sa es una ciudad que prefiere mirarse en los ojos del interlocutor antes que en sus propias fachadas.
El mapa cuenta que por Logro?o pasa el Ebro, pero s¨®lo es un pretexto para los puentes y una excusa para el remoj¨®n de urgencia en la playa fluvial. El r¨ªo se intuye, pero no se vive. Igual que el mar en Barcelona, resignado durante a?os a ser como un mero fondo pintado del bel¨¦n urbano. El Ebro nocturno pasa por Logro?o de puntillas, con esa senilidad precoz del joven que se sabe hurgando en el secano. Pero a la luz del sol ese r¨ªo no ha perdido su espesor nocturnal. Parece como si resbalara entre el paisaje, junto a las peque?as casitas entre el tren y el agua y esos meandros profundos jaspeados de cepas. A la hora m¨¢xima del sol, en el peque?o barrio de El Cortijo, hasta el Ebro parece sobrero. Se ve venir de lejos un carrito en su aura de polvo. El burro lleva arreos de fiesta antigua, y el anciano se cubre el sol con una sombrilla con flecos y una gorra de jugador de b¨¦isbol. Cuatro perros min¨²sculos descansan bajo la sombra cuadrada del carruaje. "?Hay alg¨²n puente para ir al otro lado?". Suenan las cigarras como un redoble, y una gota de sudor cae sobre la carrocer¨ªa con sonido de platillos. "No hay puente. Lo hubo hace tiempo, pero no lo han arreglado". Lo ha dicho con sorpresa, como si en realidad quisiera comunicamos la inutilidad de los puentes en un paisaje que se posee con la mirada desnuda. M¨¢s adelante comprobaremos que el puente sin arreglar que el anciano atribu¨ªa a la incuria secular de Obras P¨²blicas no es otro que el puente romano de Montible. Ah¨ª est¨¢ con sus arcos absurdos como un hito que en aquel preciso lugar marca las supuestas diferencias entre la uva de Lan y la uva de Domecq, entre La Rioja alta y La Rioja alavesa. Y el r¨ªo, impasible, es la cinta verde que convierte el paisaje en un regalo.
Por La Rioja alavesa, las vi?as tienen hechura de jard¨ªn y de trabajo a mano. Las carreteras curvean entre carteles de distintas administraciones que intentan llegar con el nombre ah¨ª donde el arado no vacila. En Laguardia, unos cosecheros ofrecen vino de distintas a?adas a clientes que vienen de muy lejos con veneraci¨®n de Lourdes o de F¨¢tima. Tambi¨¦n ellos hablan de los d¨®lares del vino y recuerdan cuando Pepsi-Cola se qued¨® una prestigiosa bodega para embotellar sangr¨ªa. En Elciego, el arifitni¨®ri de la peque?a Bodega Palaciana muestra como referencia de la calidad de su vino unas fotos de Julio Iglesias descorch¨¢ndolo en su casa de Miami. De nuevo los americanos enredando la identidad ancestral de esa Rioja indiscutible. Y en Villabuena, un pueblo situado entre r¨®tulo y r¨®tulo de Euskal Jauralitza, una se?ora va secando vasos de cristal: "Ahora dicen que somos vascos", murmura mientras los vuelve a llenar. Y a?ade: "Ser¨¢".
Nos sentimos en La Rioja alavesa por esas pintadas insurreccionales escritas en euskera que dan un perfume liban¨¦s a las lindes de piedra. Es ¨¦ste un paisaje casi textil, formado por retazos de zurcidos vegetales, unos al derecho, otros al bies, como un gigantesco patchwork atomillado en el suelo por los oscuros remaches de las sombras. Porque el fruto m¨¢s preciado del verano riojano es, sin duda, la sombra. En Haro, a la hora del caf¨¦ apenas se puede respirar el aire mineral de la siesta. A esas horas lo m¨¢s fresco de Haro es el nombre de uno de los bares de la plaza: Caf¨¦ Suizo. Y en el cine interior de la memoria aparecen de pronto cumbres nevadas y vacas traviesas entre Heidis lecheras. Pero el frescor sem¨¢ntico dura tan s¨®lo un instante. Una mujer cruza la plaza con la resignaci¨®n de las retiradas arrastrando a un ni?o con querencia de piscina. Alguien pregunta: "?Qu¨¦ est¨¢ haciendo Perico?". Y Perico, el pobre, debe de estar so?ando en su siesta segoviana mientras Indur¨¢in espera ser el ungido por la gloria. Suenan cuatro campanadas, y Haro deja el Tour y se pone pausadamente en movimiento. En el restaurante Terete cierran la puerta del horno de asar y un leve tintineo de cristales empieza a subir de las cintas embotelladoras de las cavas como un entreno de futuros brindis.
Luego el vino cede el paso a los trigales que se encaraman monte arriba por las vegas del Oja y del Tregua. Es un trigo luminoso y restallante que lleva el fuego en sus ra¨ªces. En las afueras de Santo Dormingo, los hombres miran impotentes c¨®mo arde un campo, y cuando llega la Guardia Civil con una manguera el aire huele a tahona y a la cat¨¢strofe interior del pan que no pudo ser. Se acercan unos austnacos fondones en bicicleta y resoplan mientras preguntan el camino de San Mill¨¢n. El camino de Santiago est¨¢ atestado de gente que se funde entre el sol y el asfalto, peregrinos que van con una vieira en busca del agua y que ignoran ese vino fronterizo que les ve pasar. "Lo mejor siempre est¨¢ en los l¨ªmites. Ah¨ª donde acaba la vi?a y empieza el olivo est¨¢ el mejor vino. Y ah¨ª donde acaba el olivo y empieza el bosque se hace el mejor aceite". La mujer de Berceo remata la sentencia lanzando un cubo de agua a la calle como punto final de la limpieza. Tambi¨¦n en el monasterio de Yuso est¨¢n de obras de limpieza en la fachada y alguien se ha dejado en la pared principal una placa en memoria de Jos¨¦ Antonio, olvido o reconciliaci¨®n de la Espa?a de los l¨ªmites. Los austr¨ªacos peregrinos sacan fotos del paisaje sin sospechar que en ese muro de Yuso coinciden las primeras palabras de la lengua y las ¨²ltimas de la raz¨®n. Pero ya casi es de noche, cuando la histona pierde sus artistas, las estrellas rielan en el tinto y cada pueblo desaparece del paisaje para acostarse por unas horas, como los genios encantados, en la etiqueta de una botella bordelesa.
Ma?ana: Castilla y Le¨®n / 1
Infantas, p¨¢ramos y alcores
Ana Mar¨ªa Moix
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