Los esp¨ªas no volver¨¢n al fr¨ªo
El g¨¦nero de agentes se abre a nuevos argumentos al final de la guerra fr¨ªa
J. J. NAVARRO ARISA, "Se ri¨® de la idea de que la profesi¨®n estuviera agonizando, ahora que hab¨ªa terminado la guerra fr¨ªa.- a cada nueva naci¨®n que sal¨ªa del hielo, dijo, con cada nueva alineaci¨®n, cada redescubrimiento de viejas identidades y pasiones, con cada erosi¨®n del antiguo status uo, los esp¨ªas tendr¨ªan que trabajar las 24 horas del dia".
John Le Carr¨¦. El peregrino secreto.
Las banderas de la hoz y el mart¨ªllo y las barras y estrellas ya no ondean a ambos extremos del puente de Glienicke, en Berl¨ªn. La carretera que conduce a ¨¦l no transportar¨¢ m¨¢s esp¨ªas del Este para ser canjeados por sus hom¨®logos occidentales. Glienicke, el puente de los esp¨ªas, era un punto emblem¨¢tico y crucial de las transacciones secretas de la guerra fr¨ªa, un lugar donde parec¨ªan entremezclarse las realidades y ficciones alimentadas por la confrontaci¨®n sovi¨¦tico-occidental, que inspir¨® durante d¨¦cadas multitud de obras literarias y cinematogr¨¢ficas a ambos lados del tel¨®n de acero.
Ahora, cuando ya no cabe situar dicho tel¨®n "entre Stettin en el B¨¢ltico y Trieste en el Adri¨¢tico", como lo describi¨® Winston Churchili, los autores de novelas de espionaje o los guionistas de cine avezados en rizar el rizo de mil historias sobre perversos lopos sovi¨¦ticos y aguerridos contraesp¨ªas occidentales, se ven obligados a situar su punto de mira al margen del conflicto Este-Oeste, que tan fecundo se ha revelado desde el primer bloqueo de Berl¨ªn, en 1948, cuando la guerra fr¨ªa atenaz¨® al mundo en la alerta y la desconfianza constantes de la confrontaci¨®n entre las superpotencias.
Quedan atr¨¢s las p¨¢ginas y secuencias de esp¨ªas agazapados junto a un parapeto de la frontera interalemana, las tensas escenificaciones de correr¨ªas por Berl¨ªn Oriental a la espera de una cita arriesgad¨ªsima que tal veziam¨¢s llegar¨ªa a concretarse, las recreaciones de vuelos nocturnos a la antigua capital alemana en una compa?¨ªa a¨¦rea norteamericana, brit¨¢nica o francesa (las ¨²nicas autorizadas a atravesar los pasillos a¨¦reos de la fenecida Rep¨²blica Democr¨¢tica Alemana) con el avi¨®n lleno de esp¨ªas y contraesp¨ªas, o las estramb¨®ticas historias sobre organizaciones de exiliados del Este con sede en M¨²nich ("la verdadera capital de los esp¨ªas", seg¨²n John Le Carr¨¦). Alemania, la Alemania dividida, era el escenario ideal de las ficciones de guerra fr¨ªa, el campo de labranza de los recolectores de informaci¨®n secreta.
Todos los autores destacados del g¨¦nero de espionaje, desde Graham Greene hasta Le Carr¨¦, pasando por lan Fleming, Len Deighton, Frederick Forsyth o Alistair McLean, cultivaron -con distintos grados de imaginaci¨®n y calidad literaria - los t¨®picos de la guerra fr¨ªa: la omnipresencia de la amenaza sovi¨¦tica, el largo brazo del KGB, la su puesta indefensi¨®n de las sociedades abiertas frente al totalitarismo, la superioridad tecnol¨®gica occidental y, en ¨²ltimo t¨¦rmino, el ingenio y valores humanos del Oeste que, casi siempre contra pron¨®stico y a veces contra toda l¨®gica, terminaban por prevalecer sobre el fanatismo y la za5edad de las conspiraciones moscovitas.
Millones de adictos
La situaci¨®n que parece perfilarse entre el torbellino de acontecimientos desencadenado por el intento de golpe en Mosc¨² -una Uni¨®n Sovi¨¦tica al borde del caos y la desintegraci¨®n que, en el peor de los casos desembocar¨¢ en un adversario muy mermado para amenazar cre¨ªblemente a Occidente y, en el mejor, en un bloque sucesor de la URSS que ser¨¢ un serio competidor econ¨®mico del Oeste- representa todo un reto para los autores y guionistas del g¨¦nero de esp¨ªas. Ello no quiere decir, sin embargo, que el futuro est¨¦ exento de perspectivas para un sector literario y c1nematogr¨¢fico que, al margen de su fluctuante verosimil¨ªtud, ha logrado capturar la imaginaci¨®n de millones de personas en todo el mundo y ha funcionado como generador de mitos que ya se hallan profundamente incardinados en la cultura de masas.
Una clara l¨ªnea de negocios para los urdidores de aventuras secretas es la propia desintegraci¨®n de la URSS. No cabe duda de que dentro d¨¦ poco tendremos a los sucesores de Smiley o a los ¨¦mulos de James Bond en el trance de ayudar a sus antiguos enemigos a recuperar el control de una o m¨¢s cabezas nucleares sovi¨¦ticas perdidas en la confusi¨®n revolucionaria y a punto de hallar. su camino hacia los arsenales de alg¨²n supermalvado seg¨²n los c¨¢nones de Occidente, sea ¨¦ste el ladr¨®n de Bagdad (como llarna Le Carr¨¦ a Sadam Husein en El peregrino secreto), un (11 rigente del cartel de Medellin empe?ado en entrar el el club nuc¨ªear o alguna banda de empecinados terroristas de cualquier extremo del espectro pol¨ªtico y de cualquier fillaci¨®n nacional o ¨¦tnica. No es imposible que los autores del g¨¦nero nos sirvan tambi¨¦n deliciosas fantas¨ªas sobre la cooperaci¨®n de los esp¨ªas de los antiguos bloques para preservar la peresiroika o su versi¨®n reconvertida tras el desmantelamiento del andarmiaje comunista de los designios desestabilizadores de alg¨²n Bonaparte del Ej¨¦rcito Rojo.
Lituano-contra el Kremlin
Algunos autores ya hab¨ªan descubierto las limitaciones de la confrontaci¨®n Este-Oeste para sus tramas, como Tom Clancy, cuya- primera novela, La caza del Octubre Rojo (una detallada fantas¨ªa, tecnopol¨ªtica sobre la, deserci¨®n a EE UU de un submarino lanzamisiles sovi¨¦tico mandado por un lituano con cuentas que ajustar con el Kremlin), fue ir alabada en p¨²blico por Ronald Reagan como "el novel¨®n def-initivo". La. ¨²ltima producci¨®n de Cianey es la reci¨¦n aparecida The suma de all fears (La suma de todos los tem¨²res), que a los pocos d¨ªas de publicarse ocupaba la caboza de la listade libros m¨¢s vendidos de The Nen, York Times R,-vieiv ol'Books. Es un ¨¦jemplo del nuevo t(,(,n(.)-Ihriller de espionaje, con un rnalvado l¨ªder terrorista ¨¢rabe que se apodera de un arma nuclear. Los buenos, claro est¨¢, son norteamericanos, pero tambi¨¦n so-vi¨¦ticos, por mas que se les; relegue- a un plano muy secundario en el bando de las ffierzas del orden mundial. El espionaje industrial y tecnol¨®g 1 co, e[ tira y afloja entre ecologistas y contaminadores del plancta, la hipot¨¦tica desestabilizaci¨®n terrorista de las democracias occidentales o los estallidos de un tercer y un cuarto mundos desamparados de superpotencias protectoras son otras de las posibles tramas con las que los autores del g¨¦nero pueden perpetuar la tradici¨®n de h¨¦roes abnegados e hiperdiestros en las artes secretas, o de ambiguos funcionarios de la tramoya del escenario global, que, como Smiley, hacen de guardianes de Occidente mientras se preocupan por sus matrimonios o padecen un resfriado com¨²n.
El futuro ofrece todo un un?verso de posibilidades nuevas para los autores del g¨¦nero de espionaje. En el mundo posterior a la guerra fr¨ªa quedar¨¢n suf-icientes l¨ªderes fundamentalistas, bastantes magnates megal¨®manos y no pocos esp¨ªas desencantados, venales o Fieles a su misi¨®n para mantener vivo el inter¨¦s del p¨²blico, por no hablar de las armas dejinitiv,as, los engendros de la ingenier¨ªa gen¨¦tica o los artilugios de cualquier especie para que los esp¨ªas de hoy y de ma?ana se enfrenten por ellos, ya sea para controlarlos o para eliminarlos.
Baste recordar, en este sentido, la ¨²ltima obra de Larry Collins (Laberinto), en la que Occidente se enfrenta nada menos que a una conspiraci¨®n para penetrar y controlar el cerebro del presidente de Estados Unidos: lo ¨²nico que habr¨ªa que cambiar es la nacionalidad y motivaciones de los conspiradores.
Arp¨ªas y matones
De momento, parece claro que, con el derribo del muro de Berl¨ªn o la disoluci¨®n del comunismo estaliniano, se han terminado los t¨ªpicos matones rusos con las u?as sucias y el traje arrugado, o las arp¨ªas / esp¨ªas, como la que encarn¨® de manera inolvidable Lotte Lenya en Desde Rusia con amor, e incluso ha llegado la hora de los maestros de esp¨ªas orientales fan¨¢ticos, pero astutos, como Karla, el archienemigo del Smiley de John Le Carr¨¦.
Si de malvados se trata, la realidad y la Ficci¨®n a¨²nan esfuerzos para ofrecer toda una panoplia de enemigos que tienen su arquetipo de juguete en Errist Stavro Blofeld, el jefe de la siniestra Spectrajamesbondiana, y el referente de calidad literaria y f¨ªlmica en Harry Lime, el vendedor de penicilina adulterada en la Viena de posguerra que interpreta Orson Welles en El iercer hombre. En cualquier caso, no parece que Smiley y sus sucesores vayan a quedarse en paro.
Babelia
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