Dos libertarios de sal¨®n ofrecen una caricatura de la aut¨¦ntica libertad
Godard y Skolimowski presentan dos experimentos vanguardistas
Una emotiva y sencilla pel¨ªcula del ruso Nikita Mijalkov, bien conocido en Espa?a por Ojos negros, puso alegr¨ªa y l¨¢grimas en una jornada seca de emociones, dedicada a dos experimentos vanguardistas: uno del polaco Jerzy Skolimowski y otro del franc¨¦s Jean-Luc Godard. La b¨²squeda de libertad de estos dos libertarios de sal¨®n es una caricatura de la aut¨¦ntica libertad lograda por los cineastas de Hollywood anteriores a la implantaci¨®n del siniestro c¨®digo Hays, que institucionaliz¨® la autocensura en la c¨²spide de la historia del cine. La Mostra dedica una emocionante retrospectiva a estos hombres.
En la d¨¦cada que discurri¨® a caballo entre los ¨²ltimos a?os del cine silencioso y los primeros del sonoro, aproximadamente entre 1925 y 1934, el cine de Hollywood, junto a su perfecci¨®n formal y como parte sustancial de ella, alcanz¨® aut¨¦nticas cumbres en la historia de la libertad de expresi¨®n. Sin emplear nunca la groser¨ªa y la facilidad de la evidencia, cineastas como David Griffith, Allan Dwan, Rouben Mamoulian, George Cukor, WiIliam WeIlman, Erich von Stroheim, Frank Borzage, Henry King, Mitchell Leisen, Roy del Ruth, William Dieterle y Raoul Walsh, rompieron todos los moldes, todos los tab¨²es y abrieron de par en par, las puertas de la libertad en las pantallas.Fueron hombres y a?os asombrosos, en los que el cine lleg¨® a su cumbre en lo que tiene de capacidad revulsiva y dinamitadora de la hipocres¨ªa y de la sorda opresi¨®n establecida. No dur¨® mucho el milagro. En 1930, un tal Will H. Hays recibi¨® el encargo de los due?os del para¨ªso californiano de acabar con tanto aire libre y dictar a los gendarmes de la moral de los estudios una serie de "normas de autocensura". Tres a?os tard¨® el equipo de inquisidores de Hays en terminar su tortuosa herramienta de opresi¨®n, su "guada?a de enviados de la rnuerte", como se dijo de ellos por entonces. En 1934 Hollywood comenz¨® a ser otro. Sus genios libres tuvieron que amordazarse y callar del todo, como Griffith y Stroheim, o hablar con la sordina de la autovigilancia.
La Mostra dedica un largo ciclo de proyecciones y estudios a estos a?os y estos hombres incomparables, a la capacidad de demolici¨®n de g entes como Clara Bow y Mae West, es decir, a la libertad misma hecha imagen. Las pantallas del Palazzo se llenan as¨ª, cada ma?ana, de esplendor. Un esplendor que los cineastas libres de nuestro tiempo se encargan deapagar por la tarde, con sus oxidados ejercicios de "quiero y no puedo", en busca de una libertad de expresi¨®n que ellos se encargan de convertir en opresi¨®n contra el espectador, a trav¨¦s de un cirie dictatorial, que anula la capacidad creadora de quien lo recibe. Es el caso de Jean-Luc Godard con su nuevo alarde de hermetismo Alemania Nueve Cero; y del incontinente, capaz de lo mejor y lo peor, polaco afincado en Londres Jerzy Skolimowski, que con La llave de las 30 puertas nos lleva a un sutil y brillante callej¨®n sin salida.
El caso de Godard comienza a convertirse en pat¨¦tico. Ya se not¨® en su Nueva ola, pero la evidencia crece en Alemania Nueve Cero: la maestr¨ªa formal del cineasta, innegable, est¨¢ al servicio de una sensibilidad que ha perdido contacto con la vida y la realidad. Busca a arribas desesperadamente, pero no las encuentra.
Parece Jean Luc Godard un hombre acorralado por sus propios fantasmas, aislado de las gentes y encerrado en las sombras de sus viejas pel¨ªculas, en un atolladero estetizante que se acerca a lo patol¨®gico, a la megaloman¨ªa.
Oquedades
Quiere hacer Godard un poema visual sobre el destino de Europa y no logra hacer m¨¢s que un embarullado canto a sus propias neuronas. Corno Greenaway, enga?a; pero, al contrario que Greenaway, no sabe que enga?a, es sincero. De ah¨ª su patetismo. No es un p¨ªcaro con suerte, como el simulador gal¨¦s, sino un esp¨ªritu sobrecargado de ideas predigeridas que, cercado por un c¨ªrculo de papanatismo adulador, no ve m¨¢s all¨¢ de sus narices y se queda detr¨¢s de ellas, sobando y resobando las oquedades de su propio cerebro, desconectado del inundo.
De ah¨ª a la nada hay s¨®lo un paso. Una nada culta y locuaz hasta la charlataner¨ªa, pero al fin nada. ?l mismo lo ha dicho involuntariamente: "La palabra 'soledad' entr¨® a formar parte de la lengua francesa poco despu¨¦s del a?o 1000. Significa el estado de un lugar desierto". Exacto. Para ¨¦l ese lugar desierto es Europa, Alemania, cuando el desierto es su idea de Europa, su idea de Alemania, y la verborrea de Godard se convierte en una forma aguda de silencio.
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