Por las calles de El Puerto
"?Cu¨¢nto tiempo me queda, oh mar, para mirarte, / cu¨¢ntas ma?anas, dime, para verte, / cu¨¢ntas noches, oh mar, para so?arte, / cu¨¢ntos dolores para no tenerte? D¨ªmelo, si lo sabes, dimel¨®, y si no lo supieras, c¨¢llalo".As¨ª comienzo este nuevo cap¨ªtulo de mi Arboleda perdida, cuando precisamente me encuentro ante el mar de la bah¨ªa de C¨¢diz, mi prodigiosa y siempre ensalzada bah¨ªa de la cual soy un exagerado e inmenso patriota. Mar de un bell¨ªsimo color diluido, casi blanco, reflejo de un maravilloso cielo encalado por unas amenazantes nubes de lluvia. Bien est¨¢ un cielo as¨ª, recordando a una cal chorreada, parecida a la ca¨ªda sobre los muros de las casas. Hoy contemplo mi mar desde un balc¨®n de El Puerto de Santa Mar¨ªa, en espera de poder trasladarme con Mar¨ªa Asunci¨®n a una hermosa casa, con bellos ¨¢rboles, con seis chopos altos y prolongados como los mismos castellanos de Antonio Machado, un ¨¢rbol de la pimienta igual que otro que se alzaba en el jard¨ªn de mi abuela aqu¨ª, en El Puerto, con sus ramas como tramados de encaje, pinos parasoles como los viejos del pinar de Valdelagrana, dos palmeras: una muy alta, que semeja a un cocotero, y otra m¨¢s baja, pero frondosa. Todo ello limitado por un cerco de libustros sobre el que asoma una florida y oscura buganvilla.
Frente a la casa se alzan dos araucarias vecinas, ¨¢rboles que siempre me complacen por saberlos preferidos de Pablo Neruda, que tanto los cita al hablar de sus selvas chilenas. Araucarias que me har¨¢n recordar a Pablo y escribir sobre ¨¦l.
Nuestro gato Juan Gris ya ha hecho varias visitas a su pr¨®ximo hogar, acaba de pasar de nuestra terraza madrile?a al ¨ªntimo y umbroso jard¨ªn de la nueva casa. ?Qui¨¦n le iba a decir que viajar¨ªa a C¨¢diz en avi¨®n! El, engalanado con un sonante collar verde a juego con sus brillantes ojos, est¨¢ sorprendido de hallarse en una arbolada extensi¨®n como ¨¦sta, por la que esparce su graciosa curiosidad recorri¨¦ndola de parte a parte y haciendo o¨ªr su alegre cascabel.
Esta preciosa casa nos la ha cedido el Ayuntamiento de El Puerto, con el pleno acuerdo de todos los partidos pol¨ªticos, a la cabeza de los que se encuentra el alcalde de la ciudad, Hern¨¢n D¨ªaz Cort¨¦s, que por poco pudo haberse llamado Rodrigo D¨ªaz de Vivar, por la combatividad demostrada en la contienda por el manto de la Virgen de los Milagros que ha sostenido con el obispo de Jerez y que ha mantenido unidos a todos los portuenses, creyentes o no. La Virgen con su luminoso manto tejido con las torres almenadas y el le¨®n rampante dibujados en la capa de Alfonso X El Sabio, tomados de las devotas Cantigas, pase¨® por las calles portuenses durante la procesi¨®n que conmemoraba sus bodas de diamante como patrona de la ciudad.
Yo, desde un balc¨®n engalanado para la fiesta, recit¨¦, casi cant¨¢ndolo, mi poema escrito en 1923, A la Virgen de los Milagros, de mi Marinero en tierra, aquel que comienza as¨ª: "La Virgen de los Milagros / es la patrona de El Puerto. / Para el ocho de septiembre, / se asoma al balc¨®n del r¨ªo". Lo cual queda muy bien en labios de un poeta que sigue siendo comunista como yo.
A mi lado, en el balc¨®n, mi mujer y Catalina Pastor, viuda de mi inolvidable sobrino Agust¨ªn Merello, cuyo coraz¨®n descansa hoy en el mar, hijo de aquel primo m¨ªo, Agust¨ªn, que cuando ni?o se pasaba la vida en un rinc¨®n fingiendo que com¨ªa pasto, porque su mayor ilusi¨®n era la de ser caballo, ilusi¨®n que tambi¨¦n compart¨ª yo y que ya cont¨¦ en alg¨²n cap¨ªtulo de mi primera Arboleda...
Durante estos d¨ªas, paseando con mi siempre leal amigo Carmelo Ciria, he pasado por mi casa de la calle de la Luna, y he recordado el gran Teatro Principal, ya desaparecido. La parte alta del teatro, la de las buhardillas, daba a unas ventanas que ca¨ªan sobre la azotea de mi casa. Desde all¨ª se o¨ªa todo, y muchas veces, cuando ni?o, mis hermanos y yo sub¨ªamos a escuchar a los actores, cuyas voces nos llegaban clar¨ªsimas desde el escenario. Recuerdo que una vez se celebraba la fiesta de los Juegos Florales, acord¨¢ndome a¨²n hoy del comienzo del ret¨®rico y pomposo poema que recibi¨® la flor natural, y que dec¨ªa: "Andaluc¨ªa, tierra m¨ªa, / la de la luz y las flores, / la que canta con viv¨ªsimos colores / la pureza inmaculada de Mar¨ªa. / Madre tierra generosa, / la que ba?a el mar latino / con el manto peregrino de una diosa. Te canto porque te quiero, te quiero porque eres buena, y al ser buena, soberana, / y adem¨¢s tambi¨¦n te quiero / porque eres bella y cristiana".
En ese mismo teatro, qui¨¦n me lo iba a decir a m¨ª, o¨ª la voz de la gran actriz Margarita Xirgu, que muchos a?os despu¨¦s estrenar¨ªa obras m¨ªas, la primera de ellas la revolucionaria Ferm¨ªn Gal¨¢n. Cuando conoc¨ª a Margarita y le cont¨¦ esto, sent¨ª una gran emoci¨®n que todav¨ªa me llega.
Antes de volverme a Madrid, quiero pedirle al alcalde de El Puerto de Santa Mar¨ªa que ponga en marcha el gran reloj de la torre de la iglesia prioral, aquel que cuando yo era chico siempre me indicaba la hora puntual de llegar al colegio. Pues, ahora, a mis 88 a?os, estando amarillenta su esfera y paralizadas sus manecillas, ser¨¢ el culpable de mi tardanza a clase de Preceptiva Literaria, y el padre Aramburu me acusar¨¢, otra vez, ante mi familia de no llegar a tiempo a clase.
Copyright Rafael Alberti.
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