Ante el 92
Un pa¨ªs es su geograf¨ªa -hecha, casi siempre, de contrastes.- Un pa¨ªs vive en sus gentes. Un pa¨ªs toma forma en su historia: es, sobre todo, su historia. Claro est¨¢ que entiendo por historia no un pasado muerto, sino aquel pasado que de alguna manera pervive en el presente.- La larga y compleja historia de nuestro pa¨ªs, Espa?a podr¨ªa sintetizarse en tres gandes hitos:
1. La integraci¨®n, en la Hispania romana, del mosaico de pueblos y de culturas primitivas (prolongaci¨®n de una rica prehistoria), coexistentes, pero inconexos, en la plataforma geogr¨¢fica peninsular. En la paz del imperio y bajo el molde com¨²n de la lengua latina y del derecho romano logra un ins¨®lito despliegue, a lo largo y a lo ancho de la di¨®cesis hisp¨¢nica, la vida urbana, el comercio facilitado por las grandes rutas, el esplendor literario y art¨ªstico; y florece luego, con extraordinario empuje, el cristianismo. Por ¨²ltimo, el epigonismo visigodo dar¨¢ a esta Hispanla, ya desprendida del imperio, una primera configuraci¨®n estatal o pre-nacional.
2. La invasi¨®n musulmana y su r¨¦plica en la reconquista. A partir del siglo VIII, la Pen¨ªnsula queda inmersa en un ¨¢rea cultural y religiosa ajena a aquella a la que org¨¢nicamente pertenece; durante un largo periodo de siete centurias, los originariamente peque?os reductos de resistencia cristiana luchan para continuar siendo Europa, para salvar la europeidad de sus ra¨ªces; lo hacen desde plataformas dispersas, que no pierden nunca, sin embargo, la noci¨®n de su com¨²n identidad, presente en el esfuerzo solidario frente al enemigo de todos. A su vez, la larga convivencia con el mundo ¨¢rabe permite rescatar para Occidente el legado helen¨ªstico canalizado y reelaborado por los islamitas desde sus ¨¢reas de asentamiento -Persia, Siria, Egipto-: ser¨¢ la haza?a de las escuelas de traductores, culminante en el Toledo de Alfonso X el Sabio y origen del primer renacimiento. As¨ª se forja, en suelo peninsular, una s¨ªntesis de culturas, de razas, de estructuras sociales, que ha de matizar decisivamente el perfil espa?ol -o hisp¨¢nico- una vez logradas, desde los iniciales y aislados focos de resistencia cristiana, la recuperaci¨®n de la unidad de fe y la recuperaci¨®n, de la unidad pol¨ªtica.
3. La ampliaci¨®n del Occidente en un hemisferio inc¨®gnito: descubrimiento y penetraci¨®n en Am¨¦rica. Jal¨®n esencial para la configuraci¨®n del perfil hist¨®rico espa?ol, que supone no s¨®lo la m¨¢s importante contribuci¨®n de nuestro pa¨ªs al fen¨®meno renacentista en su dimensi¨®n estrictamente cient¨ªfica -la reelaboraci¨®n de la geograf¨ªa ptolemaica-, sino el comienzo de un nuevo proceso de trasculturaci¨®n. Hispania, que en el siglo VIII se hab¨ªa visto raptada por un mundo cultural y religioso ajeno a sus raices, se vuelca ahora para asimilar a Europa un complejo de culturas totalmente ex¨®tico; ello supone un proceso de fusi¨®n ¨¦tnica al margen de prejuicios raciales, pero tambi¨¦n la proyecci¨®n de Occidente -el legado cristiano, la ciencia y el arte del renacimiento, un derecho que precisamente, ahora ampl¨ªa sus horizontes y sus conceptos al contacto con las realidades humanas que ha hecho expl¨ªcitas el descubrimiento-. Y a su vez, el enriquecimiento del viejo mundo con las inmensas perspectivas de un horizonte nuevo.
?Qu¨¦ duda cabe de que ese extraordinario proceso hist¨®rico tuvo sus reversos negativos! Tambi¨¦n los tuvo la romanizaci¨®n para Ios primitivos pueblos y culturas peninsulares; y nada digamos de las tremendas contrapartidas registradas por la s¨ªntesis hispano-¨¢rabe culminante con Alfonso X y con el mudejarismo. Pero reducir la obra de Espa?a en Am¨¦rica a un inmenso genocidio es una barbaridad hist¨®rica (y aqu¨ª s¨®lo apuntar¨¦ dos hechos que siempre se olvidan: en primer lugar, que la reducci¨®n de las poblaciones aut¨®ctonas fue consecuencia del mestizaje -las nuevas generaciones mestizas no eran ya generaciones indias-, y tambi¨¦n de la indefensi¨®n de la humanidad americana, no ante las armas de los conquistadores, sino ante los virus epid¨¦micos a¨²n no aclimatados en el Nuevo Mundo. Se prefiere acudir a las disparatadas cifras. lanzadas por el padre Las Casas para impactar a los gobernantes peninsulares; al paso que tambi¨¦n se olvida que las extremosas denuncias del dominico no fueron silenciadas ni perseguidas desde la metr¨®poli, sino atendidas y remediadas en lo posible. El padre Las Casas fue designado defensor de los indios y obispo de Chiapas; tambi¨¦n. ¨¦stas son realidades muy peculiares de la obra de Espa?a en Am¨¦rica.
La transfusi¨®n hispano-¨¢rabe y la larga lucha por la reconquista -por seguir siendo Europa-. La transfusi¨®n hispanoamericana y la creaci¨®n de una nueva dimensi¨®n de Occidente, integrando en la cristiandad los pueblos de Am¨¦rica, son las dos grandes coyunturas hist¨®ricas que han dado sus se?as de identidad a Espa?a, ya definida por la romanizaci¨®n. En un solo a?o, 1992, se nos presenta la gran ocasi¨®n de que profundicemos en esas se?as de identidad que nos avalan como el gran puente o el gran cruce de caminos hist¨®rico-culturales que siempre fue nuestro pa¨ªs. Pero, por desgracia, corremos el riesgo -una amenaza ya evidente- de que esa ocasi¨®n tan positiva se nos torne en el gran pretexto para una nueva crucifixi¨®n de Espa?a, convirti¨¦ndola, una vez m¨¢s, en caricatura infamante de lo que realmente es y ha sido siempre; conden¨¢ndola por un supuesto e inmenso genocidio sin contrapartidas en Am¨¦rica, y por el hecho de que, lejos de conservamos como un decadente ap¨¦ndice del islamismo en Europa, cometimos la brutal torpeza de instalar la cruz de Cristo en la Alhambra granadina.
Me alarma, sobre todo, ante el 92 que se nos prepara, la pasividad con que -salvo alguna excepci¨®n honros¨ªsima- vienen aceptando en silencio esa agresi¨®n seudohist¨®rica los que est¨¢n m¨¢s llamados a rebatirla-. Ah¨ª est¨¢ el proyecto, inconcebible, de erigir un monumento a las v¨ªctimas del genocidio nada menos que en Puerto Real, localidad onubense cuya fundaci¨®n se debe, por cierto, a los Reyes Cat¨®licos. ?Por qu¨¦ no se pens¨® en inmortalizar a los misioneros, a los ge¨®grafos, a los bot¨¢nicos, a los fundadores de ciudades, a los que desde la metr¨®poli respaldaron y potenciaron la cruzada de fray Antonio Montesinos y su amplificador, Las Casas? -
Este empe?o, mantenido desde muchos ¨¢ngulos, de ensombrecer la realidad de Espa?a, de infamar y envilecer precisamente aquello en lo que radica su grandeza hist¨®rica, trae una ¨²ltima y penosa consecuencia. Dec¨ªa el gran poeta Maragall ante el fen¨®meno de insolidaridad que trajo la gran amargura del 98: "Aqu¨ª hay algo vivo, gobernado por algo muerto, porque lo muerto pesa m¨¢s que lo vivo y va arrastr¨¢ndolo en su ca¨ªda a la tumba. Y siendo ¨¦sta la Espa?a actual, ?qui¨¦n puede ser espa?olista de esta Espa?a, los vivos o los muertos?". Era ¨²na reacci¨®n centr¨ªfuga ante el Estado que se entend¨ªa c¨®mo responsable de la gran cat¨¢strofe, y que olvidaba que esa responsabilidad hab¨ªa estado en todos -por una u otra raz¨®n-.
Hoy vuelve a repetirse el dislate -corregido y agravado-: ante un pa¨ªs cuyas grandes cotas hist¨®ricas -aquellas que le han hecho, que han forjado su imagen- se confunden con el error o con la infamia, ?c¨®mo no ha de rebrotar el fen¨®meno centr¨ªfugo y secesionista? Insolidaridad entre los pueblos y las gentes de Espa?a, insolidaridad ante la gloriosa historia com¨²n. He aqu¨ª la gran amenaza. He aqu¨ª el gran reverso de cuanto debiera significar, como est¨ªmulo hacia un futuro ilusionante para todos, el horizonte abierto por el 92.
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