Bajo la arena
Bajo la arena del desierto de Kuwait, entre el polvo de la historia y el petr¨®leo, yacen los cuerpos de miles de soldados iraqu¨ªes que quedaron enterrados vivos dentro de sus trincheras bajo el avance de los carros de combate americanos en el transcurso de la ¨²ltima guerra. La noticia apareci¨® hace pocos d¨ªas en la prensa, procedente de fuentes militares de la propia Norteam¨¦rica -y confirmada luego por testigos presenciales de los hechos-, pero enseguida qued¨® enterrada, como los propios soldados iraqu¨ªes, bajo la arena de las noticias que se suceden todos los d¨ªas o que realmente interesan. En Espa?a, ¨²ltimamente, por ejemplo, los amores del pr¨ªncipe Felipe, que parece que ha roto con su antigua compa?era; las declaraciones de Jes¨²s Gil, que no calla ni durmiendo; las reivindicaciones de los nacionalistas catalanes, que, al final, se arreglan siempre con dinero; y los desvergonzados tocamientos de Michel a Valderrama sobre el c¨¦sped del Santiago Bernab¨¦u. Cuestiones todas, como se puede ver, de mucho m¨¢s inter¨¦s que el destino de unos cuantos millares de iraqu¨ªes enterrados vivos en el desierto.Parece ser que los carros de combate americanos que iniciaron el avance el primer d¨ªa de la guerra estaban, adem¨¢s, expresamente preparados para ello: iban provistos de grandes aspas para remover la arena y acompa?ados de excavadoras que se encargaban detr¨¢s de ellos de completar la faena. Ello explica, entre otras cosas, el hecho para muchos sorprendente de que los fieros soldados iraqu¨ªes que hasta entonces nos hab¨ªa dibujado la propaganda b¨¦lica de los nuestros salieran como conejos de sus refugios y se entregaran en masa a sus enemi,gos sin ofrecer mayor resistencia. Al fin y al cabo, a nadie, ni siquiera a un iraqu¨ª, le apetece morir de esa manera. Yo he conocido a un hombre que se pas¨® 10 a?os enterrado en una fosa al acabar la guerra (no la de Irak; la nuestra) y recuerdo que me dec¨ªa que, debajo de la tierra, se pasa mucho calor y los d¨ªas se hacen eternos.
Por lo dem¨¢s, desde el punto de vista estrictamente militar, la estrategia parece ser perfecta. No hace falta siquiera disparar, ni detener el avance para enterrar a los muertos. Y, lo que es m¨¢s importante, a poco que uno se esmere, ni siquiera se acabar¨¢ enterando nadie de que en efecto ha habido muertos, por m¨¢s que las televisiones retransmitan el desarrollo de las operaciones en directo. Y si, por casualidad o por la indiscreci¨®n de alg¨²n testigo o de alg¨²n militar arrepentido o simplemente ebrio (me refiero, claro est¨¢, a un militar amigo, que al enemigo se le desarma f¨¢cilmente: basta con enterrarlo vivo silenciando sus palabras o acus¨¢ndole a su vez de estar mintiendo), la verdad llega a saberse, lo que hay que hacer es encogerse de hombros y decir lo que ha dicho el presidente del Senado americano al conocerse la noticia de lo que realmente hab¨ªa ocurrido en el desierto: "Es la guerra". Que es lo mismo que dec¨ªa Groucho Marx cuando andaba con sus hermanos conduciendo un tren por el Oeste.
La noticia, ya digo, ha aparecido hace unos d¨ªas en la prensa, pero enseguida se ha diluido como una barra de hielo al calor de otras noticias mucho m¨¢s interesantes, tales como la pastoral de tres obispos catalanes que a¨²n siguen sin comprender c¨®mo Dios eligi¨® para nacer una cuadra de Bel¨¦n, pudiendo haber nacido en Barcelona, o como los resultados de la Liga de baloncesto. Es l¨®gico. A unos, Kuwait les pilla ya muy lejos (sobre todo, desde que la victoria de los buenos les ha vuelto a asegurar el suministro del petr¨®leo necesario para sus calefacciones y sus coches durante bastante tiempo). A otros, les pill¨® siempre: con comer todos los d¨ªas y encontrar tiempo despu¨¦s para dormir la siesta, ten¨ªan suficiente. Y otros, en fin, que desde el primer instante se dieron cuenta del peligro que corr¨ªamos y, para defendernos de las iras de Sadam, enviaron al Golfo a patrullar a unos cuantos marineros (por supuesto, con los buenos), han le¨ªdo la noticia y la han visto oscurecerse al d¨ªa siguiente como si no fuera con ellos. Al fin y al cabo, ya se sabe, una guerra es una guerra.
Pero esconder la cabeza bajo la arena, como las avestruces ante el peligro, no es buena t¨¢ctica, sobre todo cuando aqu¨¦lla est¨¢ llena de esqueletos. Le ha pasado a Pinochet y les acabar¨¢ pasando a los americanos, y a quienes les ayudaron en la guerra de Kuwalt militar o moralmente, con el tiempo. En los p¨®lderes de Holanda, los terrenos que poco a poco han ido ganando al mar los habitantes de aquel pa¨ªs a base de mucho esfuerzo, aparecen de cuando en cuando, tropezados por la reja de un arado o sacados a la superficie por la erosi¨®n de la tierra, restos de barcos hundidos y de esqueletos de n¨¢ufragos o de personas asesinadas y arrojadas al mar con una piedra atada al cuello. Alguna vez, incluso, se ha llegado a descubrir a un asesino, merced a esos hallazgos, despu¨¦s de mucho tiempo. Y lo mismo sucede en las excavaciones arqueol¨®gicas a veces. Del mismo modo, un d¨ªa, cuando pase el tiempo, un grupo de arque¨®logos o de trabajadores del petr¨®leo encontrar¨¢, al remover la arena del desierto, montones de esqueletos y de huesos esparcidos y alguien, seguramente, se encargar¨¢ de recordarnos que esos huesos pertenecieron un d¨ªa a los miles de soldados iraqu¨ªes piojosos y mal vestidos que murieron enterrados en la arena por el ¨²mco delito de haber ido a nacer en un pa¨ªs regido por un loco que un buen d¨ªa decidi¨® enfrentarse al mundo. Pero nos recordar¨¢ tambi¨¦n, para desgracia de muchos, que quienes les enterraron vivos no fueron sus generales (que, al fin y al cabo, lo ¨²nico que hicieron fue aplicar el viejo dogma militar de que, en la guerra, o te entierras o te entierran), sino los de unos ej¨¦rcitos que hab¨ªan llegado all¨ª para volver a restaurar en el desierto el viejo orden moral y los valores eternos de la paz y la justicia.
Aunque, quiz¨¢, ese d¨ªa, cuando la noticia del hallazgo aparezca en los peri¨®dicos, la gente estar¨¢ ocupada con la noticia de la boda de alg¨²n famoso o con la lectura de una nueva pastoral (ecum¨¦nica, por supuesto) de los obispos de Catalu?a.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.