La esperanza del mundo
Comenz¨® el curso escolar. A Gervas, que tiene un cierto parecido con Woody Allen, ya se le ha puesto la cara de Arnold Schwarzenegger. Mi amigo es profesor. Maestro, dice ¨¦l.Lo hab¨ªa visto feliz. Hemos, hablado este verano sobre el futuro de la humanidad mientras, pasaba sonriente sobre patines, la chica del verm¨² Martini y los, ni?os de la playa parec¨ªan ciertamente ni?os en una playa. Se re¨ªa de lo sucedido en la hist¨¦rica recta final de junio. Durante los ex¨¢menes, una madre intent¨® arrancarle los ojos y el primo de un alumno le raj¨® las ruedas del coche ante sus narices. Tom¨® Valium 5 esa temporada para poder dormir.
-?Cabr¨®n! -le hab¨ªa llamado la madre.
-?Marica! -le llam¨® el primo del otro.
No respondi¨® en ning¨²n caso. Le repugnaba aquel uso inapropiado del lenguaje, por dem¨¢s- contradictorio, pues si era cabr¨®n dif¨ªcilmente ser¨ªa marica. Por otra parte, era profesor de Qu¨ªmica, y no de ?tica, por lo que estaba mucho m¨¢s preparado para entender los avatares humanos. Sab¨ªa perfectamente lo que significaban las ojeras de aquella madre y el tatuaje de, un pene en forma de ojiva nuclear en el antebrazo del susodicho primo.
-Lo que no pude soportar -contaba con una distante sonrisa veraniega- fue que me llamaran facha.
-?Facha? ?Te llamaron facha?
-Fue una t¨ªa, una alumna de BUP. Me pidi¨® que le aplazara el examen, le dije que no hac¨ªa excepciones, y entonces me dijo que me enrollara, anda, enr¨®llate, t¨ªo; esas cosas me dijo, y yo le dije que nada de rollos, y entonces va ella, la chavala, se levanta del examen, me llama facha y seguidamente se larga dando un portazo.
Lo imagin¨¦ en el aula, pasmado, boquiabierto, con las gafas a punto de deslizarse por el tobog¨¢n de la nariz. ?Gervasio, el amable y educado anarcopacifista, el librepensador, el autor de una tesis sobre Bioqu¨ªmica y humor, ¨¦l, acu?ado de facha!
-?Y qu¨¦ hiciste?
-Lo siento.- No pude reprimirme.
-?Cielos! ?Qu¨¦ pas¨®?
-Sal¨ª lanzado al pasillo y la llam¨¦ boba. Fue as¨ª. Sal¨ª al pasillo y la dije que era una boba. ?No veas qu¨¦ foll¨®n! Ella sepuso colorada, luego balbuce¨® y luego se ech¨® a llorar. Tuvimos una reuni¨®n en la cumbre con el jefe de estudios. Discutimos qu¨¦ era peor: que a uno le llamaran facha o que le llamaran bobo. Yo ahora la comprendo. Lo de boba es una cursilada, pero en el pasillo -de un colegio, en labios de un profesor y con cierto rintint¨ªn, puede sonar como una perdigonada en el culo.
Debe ser duro, s¨ª. A m¨ª nunca me llamaron bobo, pero, una vez, un maestro, conocido entre nosotros por el apodo de Caballo Blanco, me dio una patada, con el resultado de esguince de tobillo., Aquel buen hombre ten¨ªa el empeine culto, y al reposo de aquella coz le debo en buena parte mi vocaci¨®n literaria, reforzada posteriormente con el consejo materno de que evitara los trabajos a la intemperie. Yo s¨¦ que a mi madre le hubiera gustado que fuese maestro, profesor o funcionario, algo que se ejercite bajo techo y al abrigo de las limpias borrascas del noroeste. Para ella s¨®lo existen dos grandes grupos sociales: los que trabajan con calefacci¨®n y los que se mojan.
Pensando en mi madre, estuve a punto de aceptar recientemente un trabajo en la ense?anza. Se trataba de dar clases en una nueva facultad o algo as¨ª. Pero he desistido al volver a encontrarme con Gervas y ver la cara que se le ha puesto a Arnold Schwarzenegger. Debe ser un estadio posterior al Wilt de Tom Sharpe, cuando tiene que explicar Shakespeare a Carniceros 1 o Yeseros 2. Primero, la ilusi¨®n. Luego, el escepticismo. M¨¢s tarde, la sorna. Finalmente. Terminator.
He sido alumno. Soy ex alumno. ?sa es m¨ª militancia. Me he curtido en los pupitres, he conspirado en los recreos mientras compart¨ªamos el bocata de chorizo y he llevado la contraria por dignidad generacional. Es cierto que nunca le hemos llamado facha a un profesor. En mi tiempo, en la mayor¨ªa de los casos, ser¨ªa como llamarle bocazas a Gil y Gil o banderillero al Id¨ªgoras. Una redundancia.
No me puedo imaginar al otro lado de la trinchera. S¨®lo de pensarlo me dan escalofr¨ªos. Los tiempos han cambiado, y yo, fatalmente, soy el resultado ,de una relaci¨®n escolar bastante peculiar. Por eso tiemblo al imaginarme en una tarima. ?Veinte pares de ojos est¨¢n mir¨¢ndome fijamente! ?Con seguridad, han sido alimentados a yogur y desayunan compuestos de cinco cereales! ?Es probable que vayan a clases de taekwondo y que le gusten The Antrax! Estoy viendo a sus padres acorralarme en una esquina y a sus primos limpiarse las u?as con la navaja o darse golpecitos en el muslo con el bate de b¨¦isbol. Bueno, s¨¦ que es una pesadilla, una exageraci¨®n, un mal sue?o, pero de profesor, ni loco.
S¨ª, un mal sue?o. Porque luego he visto la foto de ese ni?o gitano solitario en un aula, en Mancha Real, y record¨¦ un grabado antiguo en una librer¨ªa de viejo de Oporto. Se titulaba L'¨¦colier. Era un ni?o descalzo, con una barra de pan bajo un brazo y un libro en el otro. El librero, un anciano venerable que honraba su cueva, me dijo que no estaba en venta, que mostraba a aquel escolar en el escaparate como el retrato m¨¢s digno y esperanzador que conoc¨ªa de la condici¨®n humana.
Delante del solitario ni?o gitano, con la memoria del grabado en la r¨²a portuguesa, he brindado interiormente por la escuela. As¨ª, en abstracto, corno quien brinda por un oasis de nostalgia al que ya no volver¨¦. Tendr¨¦ que darle una palmada en la espalda a Gervas, a ver si se le cambia esa cara de Schwarzenegger. Y decirle, evitando ese c¨ªnico rintint¨ªn contempor¨¢neo, que ¨¦l tambi¨¦n es la esperanza del mundo.
es escritor y periodista.
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