La estocada de Benlliure
JOAQU?N VIDAL "Se fue detr¨¢s de la espada", suelen decir de las estocadas estupendas. Y no hay tal cosa si, en verdad, son estupendas: el diestro ha de ejecutar el volapi¨¦ reunido con la misma espada, mientras obliga a que humille el toro adelant¨¢ndole suavemente la muleta hacia las pezu?as; volcarse sobre el morrillo, salir del encuentro limpiamente por los costillares. De esta forma ejecut¨® la suerte suprema Mariano Jim¨¦nez, y el novillo, un colorao de bella estampa, qued¨® con la roja empu?adura flore¨¢ndole el hoyo de las agujas. Recordaba al moribundo toro bronc¨ªneo de Mariano Benlliure, modelado con tanto realismo que esa escultura -La estocada de la tarde-, es una de las m¨¢s admirables creaciones art¨ªsticas inspiradas en los lances de la tauromaquia.
?lamo / Jim¨¦nez, Puchi, Romero
Novillos de El ?lamo, con trap¨ªo, preciosos de estampa, variados de capa, con casta y genio, de juego desigual.Mariano Jim¨¦nez: estocada corta tendida, rueda de peones y media (aplausos y tambi¨¦n pitos cuando saluda); estocada (ovaci¨®n y salida al tercio). El Puchi: pinchazo y media baja (silencio); tres pinchazos y cinco descabellos (silencio). Jes¨²s Romero: pinchazo bajo perdiendo la muleta y bajonazo (algunas palmas); cuatro pinchazos y media baja (aplausos). Plaza de Las Ventas, 13 de octubre. Media entrada.
"Dejadle, que est¨¢ muerto", dec¨ªa Mariano Jim¨¦nez a sus peones, y el toro -no cab¨ªa duda- estaba cl¨ªnicamente muerto: vacilaba, perdido el norte, y aunque su casta brava le mantuvo unos minutos en pie aferrado a la vida, acab¨® rodando sin puntilla. "...Est¨¢ muerto...". Las palabras del matador resum¨ªan la gloria y la tragedia de la fiesta. Porque, efectivamente, en la Fiesta de los toros hay muerte. Aqu¨ª no hay alegor¨ªa ni ficci¨®n. Aqu¨ª, el que muere, muere de verdad. Aqu¨ª muere el toro, y puede morir el torero. Aqu¨ª, en un segundo fugaz, el destino hace una macabra pirueta y a quien se?ale con su dedo t¨¦trico lo deja marcado para siempre.
El mismo toro colorao de bella estampa, poco antes pudo destrozar a quien acabar¨ªa abati¨¦ndolo con la estocada de la tarde. Lo tuvo entre las astas, a su merced. Mariano Jim¨¦nez hab¨ªa pasado apuros para embarcarlo por redondos, pues el toro era de embestida incierta. Prob¨® con la izquierda, y all¨ª lleg¨® el volteret¨®n. Se incorpor¨® sin mirarse y sigui¨® porfiando pases, muy valiente.
La novillada, de preciosa estampa, ten¨ªa casta. Es decir que, para novilleros, result¨® dif¨ªcil. El Puchi, con dos ejemplares reservones, estuvo voluntarioso. Jes¨²s Romero, dentro de sus l¨®gicos errores t¨¢cticos, mostr¨® variado repertorio, estilo en su ejecuci¨®n y empaque al instrumentar los naturales.
El buen toreo de capa lo interpret¨® Jim¨¦nez en su primer novillo. La faena, sin embargo, se diluy¨® en la abusiva repetici¨®n de los derechazos dichosos, metiendo el pico y sin cruzarse adem¨¢s, lo cual constituye grave afrenta. En esas estaba cuando retumb¨® en el coso un vozarr¨®n conminatorio llegado de las alturas: "?Cr¨²cese y cargue la suerte, se?or Jim¨¦nez!". Hubo de ser Jehov¨¢ quien gritaba -no pod¨ªa ser otro-, harto ya de ver derechazos desde su abono preferencial en las nubes cetrinas. Al oir el mandato divino, Mariano Jim¨¦nez hizo prop¨®sito de enmienda, en cuanto pudo peg¨® la estocada de la tarde, entr¨® en estado de gracia y lo del pico le fue condonado. Por una vez y sin que sirva de precedente.
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