El tropiezo del lat¨ªn
El lenguaje de un pueblo es la creaci¨®n m¨¢s alta de su cultura. Y la m¨¢s constante. Y la m¨¢s viva. La capitalidad de la cultura que para el a?o 92 se cierne sobre nosotros requiere como medida primordial que nos propongamos acabar con el mayor disparate de nuestra vida cultural: el desprecio del lenguaje.Que entre nuestros escritores haya unos que conocen el castellano mejor que otros es tan inevitable como que haya unos se?ores bajos y otros bajitos. Pero ahora centraremos nuestra atenci¨®n en los escritores, porque a ellos parece corresponder el m¨¢s atento ejercicio de los cuidados que todos debemos al castellano.
Y, antes de nada, bueno ser¨¢ se?alar que el desprecio del castellano empieza por el despreci¨® del lat¨ªn, aunque este desprecio se vaya disimulando como se pueda. Todos sabemos que no son muchos los escritores espa?oles a quienes interesa el estudio del lat¨ªn, y son demasiados los que acuden a citas latinas para ilustrar sus textos, sin conocer, en muchos casos, ni la primera declinaci¨®n. ?Y c¨®mo puede alguien sentir la necesidad de expresar o de ilustrar su pensamiento mediante citas en un idioma que no conoce? Es dif¨ªcil de comprender. ?Por qu¨¦ tropezamos con tantas citas en lat¨ªn, en las que quienes primero tropiezan, realmente, son los que las hacen? Seguramente, porque obedecen s¨®lo al deseo de adornarse y de arrimar un poco de prestigio al texto. Son las Divinas palabras de Valle-Incl¨¢n. Y as¨ª nuestras publicaciones de todo g¨¦nero nos apedrean con latinajos (latinicos los llam¨® Cervantes) como urbi et orbe (debe escribirse urbi et orbi), sensu strictu (sensu stricto), motu propio (motu proprio), in dubium pro reo (in dubio pro reo), introibo ad altarem De? (introibo ad altare Dei), vini, vidi, vincit (veni, cidi, vici), simil similibus curantur (similia similibus curantur), corpus dogmaticus (corpus dogmaticum), morituri te salutam (morituri te salutant), etc¨¦tera.
Pero ¨¦stos s¨®lo son unos pocos de los m¨¢s frecuentes. Hay otros acaso m¨¢s graves, precisamente por su excepcionalidad. Los latinicos, cuanto m¨¢s desconocidos, m¨¢s prestigiosos suenan y m¨¢s respeto infunden.
Somos muchos los que hemos aprendido en Ortega la procedencia del t¨¦rmino snob, pero Ortega escribe correctamente sine nobilitate, y s¨®lo puede escribir sine nobilitat¨ªs quien ignore que la preposici¨®n sine rige ablativo, y no genitivo. Es posible que nobilitatis parezca a ciertos o¨ªdos m¨¢s lat¨ªn que mobilitate, pero el lat¨ªn no es s¨®lo cuesti¨®n de o¨ªdo. Hay intelectuales que hacen gala de la inseguridad de sus ideas, porque el no mostrarse seguro de nada es un buen recurso para poder tildar de dogm¨¢ticos a los otros. Pero esos mismos intelectuales abandonan su insegur¨ªdad cuando m¨¢s falta les hace y se muestran seguros cuando no deben. Porque ni siquiera ser¨ªa necesario conocer esas cosillas elementales a que nos hemos referido. Les bastar¨ªa el simple temblor de una duda para sentirse empujados a acudir a Ortega y recordar mejor: "Es el hombre sin -la nobleza que obliga -sine nobilitate- snob". Y en nota a pie de p¨¢gina: "?ste es el origen de la palabra snob".
Extra?o error
En una edici¨®n cr¨ªtica de una novela de'Ram¨®n P¨¦rez de Ayala, aparece un extra?o error. Muchos cap¨ªtulos de la novela est¨¢n titulados en lat¨ªn, con la traducci¨®n a pie de p¨¢gina, pero el titulado Amari aliquid se traduce err¨®neamente: Ser amado por algo. Se toma amari como presente de infinitivo de la voz pasiva de amare, cuando en realidad es el genitivo neutro de singular del adjetivo amarus-a-um, de modo que, en lugar de ser amado por algo, la traducci¨®n correcta es algo de amargo, o, m¨¢s libremente, un poca de amargura.
Bien sabido es que, cuando se escribe, traduciendo o sin traducir, existe el riesgo de equivocarse. Recientemente, hemos aprendido que la regla de oro al hablar de errores ajenos consiste en no dar nombres para que nadie d¨¦ el nuestro, cada vez que nos equivoquemos nosotros. (Siempre estaremos abocados, por ejemplo, al peligro de se?alar a alguien la confusi¨®n entre N¨®tre Dame y el vidente Nostradamus, sin reparar en que nosotros podemos estar utilizando el pronombre n?tre, en lugar del adjetivo notre, s¨®lo porque se nos ha desmandado un circunflejo).
Pero en el ser amado por algo hay algo m¨¢s que un error de traducci¨®n. En la bibliografia se da noticia de una obra de Victoria-no Rivas Andr¨¦s, La novela m¨¢s popular de Ayala. Anatom¨ªa de "A. M. D. G. -, de la que el autor de la edici¨®n cr¨ªtica dice: "No me ha dado tiempo ya a utilizar sus datos". Dos o tres l¨ªneas m¨¢s le habr¨ªan bastado para enmendar o dar noticia, al menos, de su error de traducci¨®n, aprovechando la afortunada circunstancia de que, en el libro de Rivas Andr¨¦s (p¨¢gina 44), se traduce correctamente el amari aliquid como cierto sabor de amargura. Por eso hablamos antes de un extra?o error: porque pudo y debi¨® ser subsanado. (No lo fue en la edici¨®n de 1983, pero acaso lo haya sido en ediciones sucesivas).
Son muy numerosos -creo que llegan a constituir un cierto ambiente cultural- los ejemplos que podr¨ªan agregarse, desde el escritor que nos habla de unos elementos sine qua non, o del que. escribe Delenda est parlamento, hasta quien nos asombra con un sine quanum, pasando por el cr¨ªtico cinematogr¨¢fico que nos asegura que cierta pel¨ªcula podr¨ªa describirse como la cr¨®nica de una violation interruptus. Como se ve, la confusi¨®n de g¨¦neros, de n¨²meros, de casos y hasta de idiomas compone un cuadro en el que ni por asomo se vislumbra una m¨ªnima huella del contacto habitual de un escritor con cuestiones o referencias ling¨¹¨ªsticas.
No es obligatorio saber lat¨ªn -ni siquiera un poco-, ni citar en un idioma que no se conoce, pero, si se cita, hay que citar bien. Y es el caso que los ejemplos mencionados y otros que podr¨ªamos mencionar son la consecuencia inevitable de un comportamiento que casi alcanza magnitudes de pr¨¢ctica colectiva.
Algunos lapsos han sido corregidos, p¨²blicamente, por personas de indiscutible autoridad cient¨ªfica. Ser¨ªa bueno que tales correcciones fueran haci¨¦ndose habituales. As¨ª se lograr¨ªa una mayor seriedad ambiente, porque casi todos los humos contaminan casi todos los ambientes, y los ambientes contaminados son impropios de una capitalidad cultural.
Y no quiero cerrar la presente entrega de estas notas sin dejar constancia de un hecho que vengo observando desde hace mucho tiempo. No recuerdo haber encontrado nunca una cita latina incorrecta en ninguno de los autores extranjeros en cuyos idiomas puedo leer -que tampoco son muchos, ciertamente- Se ve que los escritores extranjeros que no saben lat¨ªn -que alguno habr¨¢ que no lo sepa- tienen, para salir de dudas, buen cuidado de recurrir a un diccionario, a un texto o a un amigo. En Espa?a no parece que se tomen tales precauciones, y de ah¨ª que el simple hecho de ar con un latinico en que no haya un error produce siempre una grata sorpresa.
Este maltrato que entre nosotros se da al lat¨ªn no es m¨¢s grave -ni menos- que el inferido por algunos escritores al castellano, as¨ª como al estudio de nuestra literatura y a su historia. Pero de esto nos ocuparemos en la pr¨®xima entrega, que ser¨¢ ya la ¨²ltima.
es escritor y ensayista.
Babelia
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