Un globo hinchado
Tacones lejanosDirecci¨®n y gui¨®n: Pedro Almod¨®var. Fotograf¨ªa: Alfredo Mayo. M¨²sica Ruiuchi Sakamoto. Espa?a, 1991. Interpretes: Victoria Abril, Marisa Paredes, Miguel Bos¨¦. Estreno en Madrid: cines Palacio de la M¨²sica, Cid Campeador, Novedades, Juan de Austria, Cartago, Aluche y Florida.
Pedro Almod¨®var sembr¨®, con su sagacidad habitual, una pol¨¦mica que le viene como anillo al dedo cuando afirm¨® hace unos d¨ªas que su pel¨ªcula es un melodrama en el sentido noble y no un culebr¨®n televisivo, es decir -en sus duras palabras-, un melodrama abyecto. Al olvid¨¢rsele a?adir que entre los dos polos de esta opci¨®n hay calidades intermedias, la pol¨¦mica est¨¢, para quien quiera entrar en ella, servida en bandeja de falsa plata por el propio padre de la criatura: ?Es Tacones lejanos heredera de Douglas Sirk (un padre del gran melodrama) o un intento de hacer pasar como melodrama el follet¨ªn televisivo, que Almod¨®var ejemplifica en la serie Cristal, desencadenante de una moda adocenada y sin la menor relevancia art¨ªstica?
La prefabricada opci¨®n -consistente en que para definir a Tacones lejanos hay que poner en una mano la parte abyecta y en la otra la parte sublime de un mismo g¨¦nero- es una cuquer¨ªa falsaria. Por supuesto, Tacones no es un follet¨ªn televisivo de mala muerte.
Es una pel¨ªcula graciosa, h¨¢bil y correcta, muy bien interpretada por sus dos actrices, interesante a ratos y, como todas las de Almod¨®var -que sigue sin dar con una f¨®rmula s¨®lida para redondear sus guiones-, muy desequilibrada: comienza bien y contiene inventos ingeniosos, como la escena de amor entre Bos¨¦ y Victoria Abril y la confesi¨®n p¨²blica de ¨¦sta en un telediario -dos genuinos hallazgos de esperpento, mitad pat¨¦ticos y mitad c¨®micos-, pero flojea y se trivializa en su desarrollo.
Nada m¨¢s injusto que considerar a Tacones un follet¨ªn-basura mejor o peor disfrazado. Pero nada m¨¢s disparatado que insinuar -como Almod¨®var hace, como quien no quiere la cosa- que el punto de referencia para ver su pel¨ªcula, ya que no en Cristal, hay que buscarlo en el melodrama m¨¢s noble y exquisito: en, concreto -¨¦l lo alude directamente- el de Sirk y su genial Imitaci¨®n a la vida. Por ah¨ª entra a chorros la falsedad en dicha opci¨®n: si Tacones no es evidentemente un culebr¨®n, no es menos evidente que entre su altura y la de Imitaci¨®n a la vida hay" para entendernos, parecida diferencia que entre la del cerro de Garabitas y la del Everest.
Equ¨ªvocos esperp¨¦nticos
Cada cosa en su sitio. Almod¨®var es buen cineasta, pero todav¨ªa no domina sus limitaciones ni sabe dosificar su f¨¦rtil ingenio Tiene sentido de la ocurrencia y es un director inteligente (si se escora, como en el caso de Alan Parker, esta palabra m¨¢s hacia la listeza que hacia el talento), pues sabe intuir los gustos ambienta les y, gracias a ¨¦sta su intuici¨®n alcanza una meritoria popularidad internacional que beneficia mucho al cine espa?ol, incapaz de romper fronteras, incluidas la propias. Pero, ya que estamos en el terreno del melodrama -que es el g¨¦nero cinematogr¨¢fico que mayor rigor y pureza de estilo exige de sus creadores-, el simple hecho de nombrar a Tacones lejanos junto a Imitaci¨®n a la vida es c¨®mico a la manera almodovariana: un equivoco con aire esperp¨¦ntico.
Tacones se ve bien y se intuye que puede convocar a mucha gente con leg¨ªtimos recursos de buen c¨¢lculo comercial. Dar¨¢ dinero a su productor y renombre a sus actrices, Marisa Paredes y Victoria Abril, que dan lecciones de c¨®mo hay que sostener con oficio y talento di¨¢logos a veces insostenibles. Es un -melodrama ama?ado, imitativo -al contrario que La ley del deseo, que es un melo con mucha m¨¢s originalidad y vigor- y cuyos puntos m¨¢s altos son los quiebros de imagen (resoluciones en clave c¨®mica de escenas pat¨¦ticas) con que el director encubre su falta de dominio del continuo dram¨¢tico; y el guionista, su incapacidad para hacer que el an¨¦mico gui¨®n se sostenga por s¨ª solo. Almod¨®var evita con una argucia que se le caiga encima: apoyando su par¨¢lisis en muletas c¨®micas, destinadas a que el p¨²blico no perciba los altibajos del drama en cuanto tal, que encadena una y otra vez cosas buenas con otras malas e incluso p¨¦simas.
El gran melodrama -desde los Lirios rotos, de Griffith, a Imitaci¨®n a la vida; pasando por la elevaci¨®n de Gertrud, de Dreyer; el eterno Amanecer, de Murnau; el dolor reconfortante de ?Qu¨¦ verdeera mi valle!, de Ford; el malabarismo emocional de ?Qu¨¦ bello es vivir!, de Capra; las l¨¢grimas que Chaplin vierte sobre las risas de Candilejas y las Luces de la ciudad; por citar un pufiado de entre las mil y una cumbres del Himalaya del g¨¦nero- requiere en quien lo representa dominio absoluto de ese aludido continuo dram¨¢tico, que Almod¨®var no alcanza; maestr¨ªa en el uso de las leyes de la identificaci¨®n sentimental, que Almod¨®var no tiene; virtuosismo en la graduaci¨®n del crescendo musical (melo alude a musicalidad secreta, a la armon¨ªa de los ritmos interiores del filme), que Almod¨®var desconoce.
Distraer al espectador
Y encubre (hay que insistir en ello) ¨¦ste su desconocimiento con gags destinados a distraer al espectador, para que ¨¦ste no se percate de que no hay continuidad, ni gradualidad ni musicalidad en la secuencia. ?sta se queda en la c¨¢scara de las condiciones que requiere la existencia de un buen melodrama y no ahonda en ellas. Por ello, Tacones no consigue ser verdadera ficci¨®n, sino s¨®lo fingimiento.
Es, en definitiva, un melodrama de calidad mediana tirando a baja, a veces divertido y gratificante, lo que no es poco: h¨¢bil y con pinta de productivo, pero que se encuentra a distancias astron¨®micas de las cumbres del g¨¦nero m¨¢s refinado que existe.
No tiene Tacones lejanos ning¨²n lugar en tal cumbre: se mueve en territorios comunes y de alcance inferior. Pensar lo contrario puede contribuir a hinchar un globo, lo que en el mundo del cine es asunto grave, pues a la larga los globos hinchados quedan a merced -ha ocurrido muchas veces y el resultado siempre es cruel- de un simple alfiler.
Babelia
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