Ronald Coase, un Nobel nada novel
Las dos cosas que m¨¢s ocuparon la imaginaci¨®n del premio Nobel de Econom¨ªa Ronald Coase fueron la teor¨ªa de la empresa y las cuestiones relacionadas con la aparente ineficiencia de los mercados cuando los costes o beneficios sociales difieren de los privados, se?ala el autor. Y agrega que los trabajos realizados por este profesor de 81 a?os y las revolucionarias conclusiones que surgen de ellos han sido conocidas tard¨ªamente en Espa?a.
La Academia sueca acaba de conceder el Premio Nobel de Econom¨ªa a Ronald Coase. Ha merecido el acontecimiento escaso espacio en los medios de comunicaci¨®n, seguramente por desconocimiento m¨¢s que por desinter¨¦s. En nuestro pa¨ªs suelen recibirse con retraso los avances intelectuales ajenos. Los trabajos capitales de Coase llevan m¨¢s de 30 a?os en la literatura especializada sin que aqu¨ª se hayan difundido ampliamente entre la profesi¨®n. Colaboran en ello algunos profesores, propensos a embelesarse m¨¢s all¨¢ de lo necesario en la soluci¨®n de rompecabezas l¨®gicos ,o en la elaboraci¨®n de las en¨¦simas tablas input-output (juguete adorable, tan caro como in¨²til para las instituciones). ?Pero cu¨¢les son los m¨¦ritos de este profesor de 81 a?os, graduado en la London School of Economics, ense?ante en Chicago, donde durante tantos a?os dirigi¨® la prestigiosa revista Journal of Law and Economics?Seguramente las dos cosas que m¨¢s ocuparon la imaginaci¨®n de Coase fueron la teor¨ªa de la empresa y las cuestiones relacionadas con la aparente ineficiencia de los mercados cuando costes o beneficios sociales difieren de los privados. La primera l¨ªnea de investigaci¨®n arranca de su primer y notabil¨ªsimo art¨ªculo, La naturaleza de la empresa, concebido cuando apenas contaba 21 a?os y publicado en Economics en 1937. Hasta entonces, los economistas explicaban la existencia de empresas mediante una abstracci¨®n que ignoraba su naturaleza. A sus ojos, la empresa era un ser que compraba factores y produc¨ªa bienes para vender. Se limitaba el economista a representar la empresa mediante una funci¨®n (de producci¨®n) que relacionaba cantidades m¨¢ximas de producto con distintas combinaciones de servicios aportados por los propietarios de los factores de producci¨®n para obtener el producto. Es decir, se trataba de una receta, un cat¨¢logo de tecnolog¨ªas que especificaba distintas combinaciones de servicios de los inputs (factores como trabajo, equipo, materias primas, etc¨¦tera) con las que era posible conseguir la m¨¢xima cantidad de una mercanc¨ªa. Una especie de caja negra en la que entraban flujos de servicios de los servicios productivos y de la que sal¨ªan flujos de producto. Los economistas se desentend¨ªan de lo que suced¨ªa en el interior de la caja. A Coase le disgustaba especialmente esta econom¨ªa de caja negra que hac¨ªa abstracci¨®n de piezas tan importantes del mundo real que dejaban escapar la esencial naturaleza de la empresa.
Existen muchas formas de hacer una tortilla, dir¨ªan nuestras abuelas. Pero antes de Coase nadie hab¨ªa explicado qu¨¦ suced¨ªa en la cocina. Y, sobre todo, por qu¨¦ se hacen las tortillas en organizaciones de equipos donde unos mandan y otros obedecen. En otras palabras, ?por qu¨¦. existen empresas? Las empresas, en pura doctrina, no son necesarias. Un cocinero podr¨ªa organizar la producci¨®n de tortillas firmando contratos separados con un productor de patatas peladas y cortadas, con una granja familiar, con un cultivador de aceite y con un corredor de tortillas especializado en la venta al consumidor. La llevanza de la contabilidad podr¨ªa contratarse con un especialista, la limpieza -con otro y, finalmente, la declaraci¨®n de la renta con otro. Es ¨¦sta una forma de organizar la producci¨®n basada en una serie de transacciones de mercado especificadas en contratos distintos. Otra, m¨¢s habitual, consiste en contratar su trabajo reuni¨¦ndolos a todos en un restaurante, haci¨¦ndoles trabajar en un equipo y pag¨¢ndoles un salario a cambio del derecho de dirigir sus tareas en el equipo. En este supuesto, el empresario sustituye las transacciones democr¨¢ticas, consensuadas, del mercado por ¨®rdenes.
Los costes de transacci¨®n
Si entendemos con Coase por empresa esta segunda forma de organizar la producci¨®n, las empresas -nos dicen- surgir¨¢n siempre que los beneficios de la producci¨®n en equipo superen a los derivados de la formalizaci¨®n de contratos individuales. Al beneficiarse todos de esta forma de organizar la producci¨®n, empresarios, clientes y trabajadores, aceptan ¨¦stos someterse voluntariamente a la direcci¨®n del empresario en vez de vender ellos mismos sus servicios en el mercado. Pero ninguno de los dos m¨¦todos es gratuito. Y esto es esencial. En el primero, el empresario debe buscar los precios m¨¢s favorables, negociar los contratos y garantizar su cumplimiento. Los costes de informaci¨®n, negociaci¨®n y ejecuci¨®n de los contratos no son desde?ables. ?stos son los costes que Coase denomina "costes de transacci¨®n".
Pero la empresa incurre, naturalmente, en costes de vigilancia, pues contrata por un salario estipulado por adelantado. Esta forma de contrato permite, sin embargo, escabullirse, actuar como poliz¨®n, traspasando a otro los costes de no arrimar el hombro; en los contratos individuales, si el vendedor racanea, s¨®lo ¨¦l soporta los costes de su conducta al producir y vender una cantidad menor. De ah¨ª la necesidad de vigilancia y control. Ahora bien, los costes de supervisi¨®n o monitorizaci¨®n son distintos para cada empresa, pero crecen aceleradamente con su tama?o. Por tanto, es el volumen de estos costes lo que gobierna la dimensi¨®n de la empresa.
Lo que Stigler denomin¨® teorema de Coase constituye su segunda notabil¨ªsima aportaci¨®n. En un art¨ªculo sobre la propiedad de las frecuencias de las ondas de radio titulado La comisi¨®n federal de comunicaciones, Coase hab¨ªa mantenido una postura llamativamente divergente de la convencional sostenida por Pigou; dec¨ªa este economista que cuando un recurso cuyo derecho se disputan dos agentes econ¨®micos fuese sobreutilizado o da?ado por uno en detrimento del otro la conducta del primero deb¨ªa ser restringida mediante intervenciones gubernamentales. Cuando Coase afirm¨®, en espectacular reto al sentido com¨²n, que la intervenci¨®n del Estado, adem¨¢s de perjudicar a una de las partes, producir¨ªa m¨¢s ineficiencia que si se especificaban derechos de propiedad sobre las ondas y se dejaba funcionar el mercado, permitiendo vender los derechos, salt¨® el esc¨¢ndalo. Analizar los efectos de especificaciones alternativas de derechos de propiedad sobre recursos tan intangibles como las ondas hercianas s¨®lo pod¨ªa hab¨¦rsele ocurrido a un hombre con singular penetraci¨®n para entender la m¨¦dula de un sistema econ¨®mico en funcionamiento.
Muchos de los gurus de Chicago -Aron Director, Friedman, Stigler, Mints, Harberger, Bayley- dudaron de la validez de la tesis. Y le retaron a discutir el tema con ellos. Ronald recogi¨® el guante. Acudi¨® y defendi¨® vigorosamente su postura frente a los pigouvianos de Chicago. La reuni¨®n tuvo lugar en casa de Aron Director, quien, por cierto, siendo editor del Journal o Law and Economics, le hab¨ªa publicado el art¨ªculo. Sorprendentemente, mediada la discusi¨®n, Milton Friedman formul¨® cr¨ªticas demoledoras a los argumentos... de sus colegas; no dej¨® t¨ªtere con cabeza..., excepto la de Coase. Fue una discusi¨®n ¨¦pica para la historia del pensamiento econ¨®mico.
El art¨ªculo de 1960, La teor¨ªa del coste social, presentaba las mismas tesis. Hasta entonces, toda la profesi¨®n se hallaba familiarizada con la idea seg¨²n la cual la libertad de mercado produce un resultado ¨®ptimo en un sentido muy peculiar, en el sentido definido por el economista italiano Wilfredo Pareto. Sostuvo Pareto que la libre competencia conduc¨ªa a una distribuci¨®n de recursos tal que, dada una distribuci¨®n inicial, nadie pod¨ªa mejorar mediante un nuevo intercambio voluntario, salvo que otro empeorase. Pero tambi¨¦n todo el mundo aceptaba que el ¨®ptimo Paretiano implicaba un supuesto bien irreal: costes y beneficios sociales y privados deben coincidir. Como tal no era el caso cuando existen externalidades, es decir, cuando las partes contratantes no reciben todas las consecuencias del intercambio (verbigracia, el precio que pago por el tabaco no incorpora los costes que soporta el comensal de la mesa de al lado cuando me fumo un puro), el mercado libre produce cantidades distintas de las que resultan ¨®ptimas para la sociedad como un todo.
El problema, en pocas palabras, ser¨ªa: ?a qui¨¦n debe asignarse el derecho sobre el recurso da?ado, al fumador o al comensal? ?Al labriego que ve perjudicados sus sembrados por el ganado o al due?o del ganado? ?Al campesino que ve incendiados sus campos por las chispas del tren o a la compa?¨ªa de ferrocarriles? No importa, dice el teorema de Coase, siempre que los derechos de propiedad est¨¦n inequ¨ªvocamente definidos y se cumplan, adem¨¢s, ciertas condiciones ideales. Cuando tal cosa suceda, el mercado conducir¨¢ a una asignaci¨®n final eficiente en el sentido de Pareto. Las condiciones ideales son que los derechos, cualquiera que sea su titular, puedan comprarse y venderse libremente, que los costes de transacci¨®n sean nulos y que no existan efectos cruzados en el consumo por los pagos a que da lugar la venta de los mismos.
Bajo estas condiciones, cualquiera que sea la distribuci¨®n inicial de la propiedad, el mercado siempre encontrar¨¢ un precio capaz de conseguir una distribuci¨®n final Pareto-eficiente (en la que no existe trato que pueda beneficiar a alguien sin empeoramiento ajeno). En efecto, el que m¨¢s lo valora comprar¨¢ su derecho al que menos lo aprecia.
Utilicemos el ejemplo de Coase: si el due?o del ferrocarril tiene el derecho de echar chispas incendiarias y las cosechas del vecino valen m¨¢s que el derecho de echar las chispas al aire, el agricultor comprar¨¢ su derecho al due?o del ferrocarril (pero tiene que ser posible y f¨¢cil, es decir, instituciones de mercado libre y bajos costes de transacci¨®n). Si es el agricultor quien ostenta el derecho de prohibir las chispas, puede vend¨¦rselo a los due?os del ferrocarril, si para ¨¦stos tiene m¨¢s valor que las p¨¦rdidas de cosechas para el agricultor. Con las se?aladas condiciones institucionales, los incentivos para la compraventa de derechos persistir¨¢n mientras existan posibilidades de ganancia mutua en el trato. Al final, los derechos acabar¨¢n en manos de quienes m¨¢s los valoran.
Conclusi¨®n revolucionaria
La conclusi¨®n revolucionaria de todo. esto es que los aparentes fallos del mercado lo son m¨¢s bien de los elevados costes de transacci¨®n, de la inadecuada definici¨®n de los derechos de propiedad o de perjudiciales restricciones al libre contrato. Si los presuntos defectos del mercado proceden de disfunciones institucionales, comprender¨¢ el lector que el teorema suministra una gu¨ªa inapreciable para el legislador. Desde la teor¨ªa de la desregulaci¨®n hasta multitud de problemas como los del medio ambiente -aguas, mares, bosques y r¨ªos tienen derechos de propiedad mal definidos que incentivan su agotamiento- ilustran la espectacular fertilidad del teorema. La historia econ¨®mica y la concepci¨®n que del Estado tienen los economistas tambi¨¦n se han beneficiado del mismo. Con Coase naci¨® una nueva forma de entender la empresa, y una rama de la ciencia econ¨®mica cargada de promesas, la que estudia la interacci¨®n entre econom¨ªa y ley.
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