Maazel no estuvo en vena

Un concierto es un rito. Debe comenzar a la hora anunciada, debe respetar el programa previsto. Razones no suficientemente justificadas incidieron en que la Tercera sinfon¨ªa de Brahms sustituyera a p¨¢ginas orquestales de Tannhausen y Tristana e Isolda, de Wagner. Hubo, claro, silbidos, porque en Madrid a los wagnerianos no es que se les tenga a dieta ¨²ltimamente, sino en ayuno prolongado.Lorin Maazel (1930) es un director deslumbrante de t¨¦cnica y dominio orquestal. Tambi¨¦n, un superstar efectista y a veces caprichoso. Cuando est¨¢ fino sus conciertos son inolvidables. No fue, desgraciadamente, uno de esos d¨ªas. Con un lujo de orquesta como la Sinf¨®nica de la Radio de Baviera -la de los cincuenta con Jochum, sesenta y setenta con Kubelik y ochenta con Colin Dav¨ªs, casi nada-, realiz¨® una versi¨®n superficial, apresurada y ramplona de la Obertura de Los maestros cantores y una Tercera de Brahins extra?a, l¨¢nguida y desganada, con destellos de hermosura, arbitraria en los tiempos, con una tendencia anal¨ªtica cercana al experimento de laboratorio, aburrida y con alg¨²n chispazo m¨¢gico de virtuosismo y misterio. Poca cosa, para un director y orquesta semejantes.

Por contraste, la Rapsodia espa?ola, de Ravel, fue espl¨¦ndida; el Bolero, no tanto. Maazel ya hab¨ªa demostrado (a cuentagotas) su genialidad, y empez¨® a alterar ritmos para enfatizar un determinado fraseo o buscar un golpe de espectacularidad. El concepto era m¨¢s que discutible.