Recuerdos de la isla de Morel
A los de poca edad y, por tanto, de menor deseo de memoria, las im¨¢genes de un caudillo aut¨®nomo en guayabera desbordada, acompa?ado de otro tambi¨¦n carnoso y vestido de camuflaje, les pueden haber resultado estramb¨®ticas, quiz¨¢ extempor¨¢neas. Pero a los que tratan de camuflar el rigor de la edad no con uniformes, sino con la voluptuosa man¨ªa del recuerdo, esas fotos y esos noticieros ni siquiera les habr¨¢n dibujado la sonrisa en el rostro. Hay una dignidad del humor -hasta en lo fachoso y lo grotesco- que no es posible adjudicar a esas figuras juntas como d¨²o pol¨ªtico.Otros, no s¨¦ si muchos, o bastantes, o demasiados, se han pasmado y se han dolido de esta visita tropical y sus consecuencias; personas que, en una leg¨ªtima concupiscencia de los restos ideol¨®gicos, a¨²n cre¨ªan y a¨²n quer¨ªan ver en el reducto urbano, pese a todo, una salvable isla roja en el mar azul. Personas que se han sentido ofendidas por la coincidencia de discursos y diagn¨®sticos entre el ¨²ltimo abencerraje comunista y el primer virrey de la derecha hisp¨¢nica. Para un restante grupo de ciudadanos -los acomodaticios, los olvidadizos, los fr¨ªgidos de la pasi¨®n del l¨ªmite -el hermanamiento isle?o era una manera de difuminar principios al ritmo de gaita y bongo.
Yo, que me jacto de tener buena memoria para las caras (y contengo, en aras del buen gusto, las ganas de repetir burlonamente las dos ¨²ltimas palabras masculinizando el art¨ªculo), confieso aqu¨ª mi absoluta falta de sorpresa y de dolor ante tal exposici¨®n de postales del viaje. Por el cruel y bastardo enquistamiento del revolucionario r¨¦gimen de Castro no siento el menor aprecio, y la persona pol¨ªtica del dirigente gallego me merece el sentimiento exactamente contrario. Pero muy poco despu¨¦s de ese viaje, en d¨ªas recientes, las noticias del Cuarto Congreso del Partido Comunista Cubano nos han tra¨ªdo la confirmaci¨®n, si necesaria fuese, de por qu¨¦ Fraga Iribarne viaj¨® a Cuba y fue feliz, y de c¨®mo Fidel Castro hall¨® en ¨¦l la voz de la experiencia y la escuch¨®.
Podr¨¢n decir algunos benevolentes -numerosos tal vez, a tenor de las cartas que se leen a veces en los peri¨®dicos- que es injusto y casi vil comparar la Espa?a del franquismo (aquella que el gallego, a¨²n en ejercicio, tanto ayud¨® a forjar en su modelo preparado para la exportaci¨®n), apoyada por los intereses yankis y las estrategias del capital, con la hostigada, m¨ªnima y empobrecida Cuba de Castro. A esos bien intencionados tendr¨ªa que contestarles no yo, que al fin y al cabo s¨®lo tengo una memoria confortable y bien alimentada, sino los muchos, los positivamente cientos d¨¦ miles, los millones quiz¨¢, que en la Espa?a de los a?os cuarenta, cuando el pa¨ªs salido de la guerra s¨ª estaba hostigado y diezmado y en peligro, no ped¨ªan a los reg¨ªmenes democr¨¢ticos compasi¨®n y ayuda humanitaria para el farruco jefe numantino, sino justicia internacional que acabase con ese dictador sanguinario. Esas voces, no se olvide, se escuchan desde hace a?os y est¨¢n legitimadas por las decenas de miles de cubanos exiliados, huidos, perseguidos y encarcelados por el castrismo.
Naturalmente, no se puede pasar por alto que el propio presidente del Gobierno de la naci¨®n ha visitado antes Cuba y ha salido en los retratos verdes oliva sin el menor rubor y ha nadado con garbo en la salsa de las bailarinas m¨¢s mulatas (?qui¨¦n guarda en el archivo de su recuerdo los No-Do de los enviados de EE UU que tra¨ªan a Espa?a los primeros calores de la guerra fr¨ªa dando palmas a las folcl¨®ricas en los tablaos madrile?os?). Lo que no se hab¨ªa dado antes era la sinton¨ªa, el grado de efusividad, la extrema sensaci¨®n de identidad, correspondencia y pertenencia (belonging) que las im¨¢genes cubanas de Fraga revelaban.
El pa¨ªs que el reciclado y para algunos -en este caso s¨ª me pregunto cu¨¢ntos- exonerado presidente de la Xunta ha visitado estaba a punto de celebrar el citado y trascendental congreso, pero ten¨ªa a¨²n heridas frescas. Despu¨¦s de la escabechina del general De la Cuadra y los implicados en el su puesto complot del narcotr¨¢fico, tan repetidamente denunciado por las instancias democr¨¢ticas y las organizaciones de fensoras de los derechos humanos, al comandante Castro se le hab¨ªa llenado la boca de palabras sobre la nueva "democracia org¨¢nica" y los importantes pasos" para "hacer sitio, en forma gradual y sistem¨¢tica, a los m¨¦ritos de la nueva generaci¨®n", aunque dejando claro que el modelo pluripartidista es una "pluriporquer¨ªa" y solamente hay una verdad, dentro de un "s¨®lo partido, en el que quepan todos los patriotas". Y esa isla, aparte de la "gente imaginativa" que el antiguo ministro de Franco ha descubierto en ella, ostenta una ideolog¨ªa oficial y una est¨¦tica dominante que en apariencia y fondo no pueden ser m¨¢s distintas de las que en su larga andadura Fraga ha sostenido. El milagro, uno de los varios que este viaje ha producido aqu¨ª y all¨¢, es que ese fondo y esas apariencias se han revelado m¨¢s insondables y aparentes de lo imaginado, y la evidencia del encuentro entre los dos pol¨ªticos es que, despu¨¦s de todo, "es m¨¢s lo que les une que lo que les separa".
Si alguien quiere lucirse por su larga memoria podr¨¢ sin es fuerzo relacionar el tufo milenarista, pero triunfal, de las proclamas que hoy se escuchan, por ejemplo, en la cubana provincia de Oriente con los discursos desde el sufrido balc¨®n de la plaza de Oriente, ya que en ambas circunstancias la denuncia de la conjura exterior y la de los sujetos antisociales que ponen en peligro la sagrada bizarr¨ªa moral del pueblo resuenan igual. Y si acaso un curioso se pregunta qu¨¦ pudo sentir el ilustre visitante galaico ante el irregular juicio y fusilamiento reciente de esos militares, seguramente disidentes, un flashback oportuno podr¨ªa devolverle los d¨ªas del verano de 1963, recordados por algunos, en que el entonces ministro de Informaci¨®n y Turismo no regateaba su firma en el sumar¨ªsimo consejo de guerra, perd¨®n, de ministros que aprobaba el ajusticiamiento del comunista Juli¨¢n Grimau.
Claro que la memoria tambi¨¦n puede ser corta, y en este caso m¨¢s amplia, m¨¢s repartida. Muchos espa?oles recuerdan c¨®mo a la brutal cerraz¨®n del Gobierno formado por Carrero Blanco en el verano de 1973, que s¨®lo su asesinato trunc¨®, sigui¨® -mientras Fraga miraba la liza desde la periferia londinense- el esp¨ªritu de febrero de 1974, algo parecido, dir¨ªase, a esas rectificaciones que los delfines Carlos Aldana, secretario del Comit¨¦ Central, y Roberto Robaina, primer secretario de las Juventudes Socialistas, han defendido con ¨¦xito en el pasado congreso cubano. Unas mejoras menos arriesgadas, eso s¨ª, de las que el Gobierno de Arias Navarro en 1975, ya muerto Franco, introducir¨ªa, con Fraga recobrado y al tim¨®n de un Ministerio de la Gobernaci¨®n que tiene en su historial, junto a ciertos aires de tolerancia civil, los mortales sucesos de Vitoria.
La isla visitada. ten¨ªa, si se hace recuento, todos los escenarios de una buena memoria espa?ola: el bloqueo y los racionamientos de nuestros a?os cuarenta, la persecuci¨®n de los disidentes, el balance de las conquistas sociales, distinto en uno y otro pa¨ªs, pero en ambos trocado por la completa falta de libertad; la adoraci¨®n al l¨ªder carism¨¢tico, caudillo de una liberaci¨®n; el hostigamiento de los maricones y dem¨¢s par¨¢sitos sociales (con el flagrante caso en Cuba del grand¨ªsimo escritor homosexual Virgilio Pi?era, aislado y humillado hasta su os-
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cura muerte), el amordazamiento de intelectuales y la expulsi¨®n de periodistas, el lento movimiento de lo org¨¢nico y su m¨®dica reforma (aceptaci¨®n de creyentes en el seno del partido, voto directo en las elecciones de la Asamblea General, circunscrito, eso s¨ª, al ¨²nico partido permitido), destinada a que, cambiando lo poco, el todo siga igual; bien atado.
Yo he recordado en estos d¨ªas a otro viajero aventurado, aquel fugitivo de un pasado irregular que en la extraordinaria novela de Bioy Casares La invenci¨®n de Morel tambi¨¦n llega a una isla asolada por el misterio de la enfermedad pensando ser su ¨²nico habitante; al poco de su estancia detecta en la lejan¨ªa a otros seres vivos, de los que le llegan, a trav¨¦s de la vegetaci¨®n rumorosa, la cifra de los sones de Valencia y T¨¦ para dos, que aqu¨¦llos escuchan una y otra vez en un fon¨®grafo. El fugitivo de Bioy, confuso por esas presencias inexplicables y ya enamorado de una mujer del grupo, se formula a s¨ª mismo en cierto momento la hip¨®tesis de que los intrusos ser¨ªan un grupo de muertos amigos; yo, un viajero como Dante o Swedenborg, o si no otro murto (...), esta isla, el purgatorio o cielo de aquellos muertos". Finalmente se descubre la portentosa verdad: Morel, cabecilla de los extra?os, ha logrado un invento con el que es capaz de perpetuar en imagen, casi al modo de los modernos hologramas, a las personas desaparecidas, conservadas en la isla como en un museo en la materialidad de sus sensaciones, que no de sus cuerpos.
El melanc¨®lico protagonista, esenga?ado de alcanzar la reuni¨®n corporal con su amada, expresa hacia el final del libro la esperanza de que si intelectos menos bastos que Morel perfeccionan su invento, "el hombre elegir¨¢ un sitio apartado, agradable, se reunir¨¢ con las personas que m¨¢s quiera y perdurar¨¢ en un ¨ªntimo para¨ªso". ?Me falla la memoria o he le¨ªdo en alguna parte que el flamante presidente de la Xunta no desde?a la contingencia de asilar en su hermosa tierra al divinizado caudillo cubano en el caso de que, sin llegar a la desaparici¨®n f¨ªsica, el comandante cayese de su pedestal hasta darse de morros con el banal purgatorio de los vivos?
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