Perfecta monoton¨ªa

Vivimos todavia el a?o Mozart y son frecuentes manifestaciones de tan alto inter¨¦s como la del s¨¢bado en el Auditorio. Ninguna novedad en la programaci¨®n, pero s¨ª en los int¨¦rpretes gracias a la conjunci¨®n de una orquesta de tan alta categor¨ªa como la Staatskapelle, de Dresde, y un director tan prestigioso como Colin Davis (Weybridge, Surrey, 1927).Sonidos esplendorosos, coexi¨®n m¨¢xima, continuidad discursiva bien puntuada y acentuada dentro del criterio extremadamente severo impuesto por el director, decidieron las versiones de la Clemencia de Tito y las sinfon¨ªas, en re mayor, Praga, y en do mayor, J¨²piter. Ya es sabido que la interpretaci¨®n de Mozart plantea dificultades nada desde?ables. La de Davis se sit¨²a en el polo opuesto de lo que hoy hacen los especialistas en barroco y clasicismo, pero no por ello deia de ser v¨¢lida en principio. Quiz¨¢ s¨®lo en principio, pues, luego, una y otra obra discurrieron en medio de una perfecta monoton¨ªa.

El atractivo estaba mucho m¨¢s en la calidad de la orquesta, en su poder¨ªo t¨¦cnico, en su natural flexibilidad, y no en la imaginaci¨®n del maestro, que todo lo solucion¨® dentro de esquemas de asiado previsibles.

Hizo mucho m¨¢s honor a lo riguroso que a lo estil¨ªstico, a la m¨²sica que suena sobre firme sustentaci¨®n que a lo que se eleva en curvas expresivas tan airosas como son siempre las de Mozart presididas por un impuls¨® cantable incluso cuando el salzburgu¨¦s practica el contrapuntismo. Con todo, escribimos sobre un concierto que se alza notablemente muy, por encima de lo habitual.