La c¨¢mara de la tortuga
Dec¨ªa Octavio Paz que hay dos silencios, "el de antes de hablar y el de despu¨¦s de la palabra".En general, puede afirmarse que en el mutismo previo a toda articulaci¨®n sonora uno se mueve en el universo de aquello que alguien ha llamado "el cada uno para s¨ª mismo" -donde introspecci¨®n o ensimismamiento pueden ir de la mano-, y que en la tregua tras el discurso -que en lo pl¨¢stico es la obra, el resultado, la exposici¨®n exterior de lo interior- a uno, como espectador o auditor, la es otorgada la Oportunidad de considerar el dich¨® ajerto seg¨²n un baremo fundamentado en el alcance comunicativo de lo expresado.
Y puede ocurrir que lo cre¨ªdo l¨²cido y profundo por parte del emisor no sea a ojos y o¨ªdos del receptor otra cosa que vehiculaci¨®n de mon¨®logos donde el oyente dif¨ªcilmente se espeje, o que, cosa no menos factible y simple por habitual, del inter¨¦s de lo vehiculado no se capte un ¨¢pice por inepcia de aquel a quien uno se dirige.
Comunicaciones
El vigor de lo ef¨ªmeroDe Esther Rovira. Espai 13. Fundaci¨®n Mir¨®. Parque de Montju?c, Barcelona. Hasta el 15 de diciembre.
Entre los dos extremos, claro est¨¢, existen cuantiosos matices que pueden atenuar el grado de culpabilidad de unos y otros en sus respectivas funciones o responsabilidades comunicativas. La jovenc¨ªsima Esther Rovira (Barcelona, 1968), seleccionada por el nuevo comisario, que, a su vez, ha sido escogido por los rectores de la fundaci¨®n para dirigir el tercer ciclo expositivo de este espacio, Frederic Montorn¨¦s, sit¨²a justamente su trabajo en esa zona -la zona por excelencia- comunicativa que, plagada de zanja, est¨¢ a caballo, como el arte en general, entre la elaboraci¨®n mental de un pensamiento privado, su alegorizaci¨®n gramatical o perceptual y su repercusi¨®n en el contexto preciso que debe recibirla. Y lo hace mediante una h¨¢bil met¨¢fora y un, aunque conocido y asumido, interesante contrasentido.
Rovira se sirve como met¨¢fora de la tortuga, animal cuya variada carga simb¨®lica pr¨¢cticamente podr¨ªa trasladarse a todo discurso pl¨¢stico y vivencial -pues tanto el artista como el peat¨®n se ven obligados a elaborarse en la vida su correspondiente caparaz¨®n preservador de intimidades frente a agresiones externas, a veces a base de adrenalina, a veces a base de asumir con santa paciencia sumisiones y docilismos que aquellos imponen -para hacer su peculiar interpretaci¨®n y los del "silencio entes del habla".
La contradicci¨®n, inevitable radica en el hecho de que para escenificar desde el arte ese silencio introspectivo deba uno imperiosamente verbalizarlo, con el consiguiente riesgo de que al oyente lo manifestado le suene un poco a rosario, a cosa sabida por cotidianamente practiada y vivida, o bien, pura otros, a gratificante iluminaci¨®n o a trascendental vislumbre.
De modo que, si bien Rovira parte en su disquisici¨®n "del conocimiento de uno mismo y de la capacidad del hombre para crear y organizar a su alrededor peque?as islas", tambi¨¦n parece consciente de que la construcci¨®n de ese universo s¨®lo es posible con la mediaci¨®ne influencia de lo contextual en lo individual, que la individualidad en parte se construye y entiende desde el choque o la integraci¨®n, parcial, carnuflada, en el medio, o desde el preciso tamiz que lo uno sit¨²a frente el adocenamiento que implanta el todo.
En cualquier caso, el inter¨¦s de su propuesta radica, en mi opini¨®n, ya no tanto en el rodeo aleg¨®rico de su presentaci¨®n, sino en el realismo, que con su actitud la artista pone de manifiesto, en lo sintom¨¢tico de la misma como reverberaci¨®n algo obligada y casi necesariamente aislada de los tiempos que corren. Momentos id¨®neos para reivindicar, en otros sentidos, la f¨¢bula de la liebre y la tortuga.
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