Promiscuos e infelices
De todas las curiosidades sociales que vienen aconteciendo para pasmo de todos en los ¨²ltimos tiempos, hay dos muy singulares, la una por inesperada, la otra por dada¨ªsta: en el primer caso se trata, naturalmente, de la ca¨ªda de los fundamentos ideol¨®gicos que animaron a la URSS en su versi¨®n cl¨¢sica, y en el segundo, de la comuna de C¨¢ceres. Este segundo acontecimiento, la insurrecci¨®n de la juventud de esa ciudad contra el cierre de los establecimientos de ocio a las tres de la madrugada, es m¨¢s trascendente que el primero, pues en lo de la URSS, tema menor, apenas est¨¢n en juego las cuatro reglas b¨¢sicas del funcionamiento social (reiteradamente transgredidas all¨ª, con las consecuencias conocidas, no por previsibles menos imprevisibles, como hubiera dicho Groucho Marx si hubiera tenido que describirlo), pero en C¨¢ceres pareci¨® anunciarse una revoluci¨®n de m¨¢s entidad, pues este s¨ªndrome de C¨¢ceres apunta hacia un futuro inmediato de inquietantes revoluciones l¨²dicas, respetables o est¨²pidas, seg¨²n y c¨®mo, en el que masas de j¨®venes definitivamente al margen de toda pol¨ªtica y toda cultura se amontonan en el interior de los bares y a¨²n en sus puertas, atestadas tambi¨¦n, exigiendo la permanencia eterna de ese modo de ocio que a muchos otros ciudadanos les resulta tan banal y aburrido.Lo cierto es que una l¨®gica puramente liberal no habr¨ªa por qu¨¦ forzar ?os horarios de cierre, y este concreto dirigismo no encaja muy bien con otras liberalidades al uso. No s¨¦ si entran estas conductas noct¨¢mbulas (y al parecer ?legales en C¨¢ceres) en el concepto de delitos sin v¨ªctimas, que desarroll¨® entre nosotros el soci¨®logo Emilio Lamo de Espinosa, pero todo se?ala a ello, en cuyo caso volvemos a estar en el debate eterno entre el individuo y el Estado, cuyo inter¨¦s indudable no me mueve hoy al tratar este extraordinario acontecimiento extreme?o, sociedad ¨¦sta, Extremadura, que vivi¨® esta revuelta singular que en nada se parece a las movilizaciones hist¨®ricas de sus braceros, cuya tr¨¢gica cabeza fue cortada en la plaza de toros pacense hace muchos a?os, y hasta hoy.
Y es esta insondable terquedad de los hechos sociales por negar lo obvio y situarnos ante continuas sorpresas la que hoy me mueve, pues cosa normal hubiera sido el que los desheredados de Extremadura improvisasen alguna revuelta, cosa que no ocurre, parad¨®jicamente, pero s¨ª son los muchachos desocupados (?est¨¢n desocupados?) los que reivindican la tan pesada carga de permanecer en esos lugares m¨¢s all¨¢ de las tres de la madrugada.
En la comuna de C¨¢ceres no hay nada grandioso que llame a la solidaridad, ni parecen estar en juego ideolog¨ªas densas, ni cosa alguna que convoque a la pr¨¦dica, la demagogia o, simplemente, al an¨¢lisis. Cuesti¨®n de tan poca monta, reivindicaci¨®n tan dudosa, cuando no est¨®lida, nos convoca m¨¢s bien a la iron¨ªa y al desasosiego.
Y es este desasosiego el que tiene inter¨¦s, porque es el signo de una fractura lenta pero firme entre unas juventudes beatas, pol¨ªticas o ilustradas, que son ya las juventudes perdidas de nuestras generaciones, y esta otra juventud que ocupa las aceras esperando (?a qu¨¦ o a qui¨¦n?) con un vaso de cerveza tibia y unos gritos sin mucho sentido, molestando a la vecindad, o cualquier otra conducta poco aceptable.
El desasosiego que sentimos puede ser incomprensi¨®n o lejan¨ªa, que lo es, pero sobre todo sugiere temores inc¨®gnitos que se?alan a la incapacidad de integraci¨®n econ¨®mica y cultural hacia esa masa de marginales que tendr¨¢n que luchar por un puesto de trabajo mucho m¨¢s que sus predecesores. Temores que se?alan tambi¨¦n hacia la debilidad de esos elementos vertebradores que fueron la religi¨®n, las ideolog¨ªas o la cultura, mientras aumenta el uso ritual y grupal del tiempo libre, en el que se busca lo colectivo, aunque no est¨¦ muy estructurado, frente a alternativas m¨¢s privadas y m¨¢s cl¨¢sicas de pareja y peque?o grupo.
Acudir al concepto de neopaganismo para explicar todo esto puede no ser m¨¢s que nostalgia de una sociedad moralmente feudalizada y ?o?a, con un alto nivel de control de las conciencias: una dictadura moral en una sociedad presionante. Pero el problema existe, y existe con ciertas variantes graves que le dan su peculiaridad, pues si bien es cierto que la juventud siempre ha sido dif¨ªcil, nunca, sin embargo, parece haber tenido estas dificultades para sublimar y transformar en proyectos m¨¢s o menos fant¨¢sticos sus problemas.
Se les ve en manifestaciones de dudoso contenido, y andan por detr¨¢s de las porter¨ªas de los estadios como hinchas furiosos y agresivos, y se agrupan en sectas de raro mensaje, y piden a gritos la pena de muerte. Tambi¨¦n hacen poemas, rezan o leen. Pero son minor¨ªas, porque las mayor¨ªas andan a la deriva y se detienen en un aula, sin muchas ganas, o se agrupan en las aceras en raros corros de cerveza, y avanzan por la ciudad, los fines de semana, de un barrio a otro, de un bar a otro, promiscuos e infelices. Cualquiera podr¨ªa ponerlos en fila, ordenarlos, uniformarlos, darles una estrella a la que mirar, un mundo nuevo.
es soci¨®logo.
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